El gran escritor francés, en una foto histórica tomada por Henri Cartier-Bresson. Foto: Archivo
Por Rogelio Alaniz
El gran escritor francés, en una foto histórica tomada por Henri Cartier-Bresson. Foto: Archivo
por Rogelio Alaniz
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El 12 de agosto de 1949, Albert Camus llega a la ciudad de Buenos Aires. Viene de Montevideo donde ha pasado dos noches. Allí escribe después de una caminata por la ciudad: “La tarde es suave, un poco tierna y la noche es dulce. Ciudad encantadora donde todo invita a la felicidad”. Después de su estadía en Buenos Aires, viaja a Santiago de Chile. El espectáculo de la cordillera y la ciudad bañada por la luz de las estrellas le inspira esta frase: “Dulzura acariciadora de estas ciudades extendida en la noche al borde del océano”. Ninguna palabra parecida en Buenos Aires. Su única manifestación de afecto es al fútbol o, para ser más preciso, a Racing, el equipo que tiene el mismo nombre de los clubes de sus amores en Argelia y París. El fútbol no es una casualidad en Camus. En su momento, dijo que “todo lo que aprendí de moral se lo debo al fútbol”. Se trata de su frase más conocida, aunque la más sugestiva es la que escribe en otro momento: “En el fútbol aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga”. Camus viaja a América Latina, pero su estado de ánimo no es bueno. A los problemas de salud derivados de su crónica tuberculosis, le suma un estado depresivo acentuado en las últimas semanas. Camus siempre se lamentó de haber aceptado un viaje para el que no estaba anímicamente preparado y con su salud deteriorada. Lo que lo decidió, en su momento, fue la campaña desatada en su contra por el comunismo en París. La izquierda no le perdonaba al autor de “El extranjero” las duras críticas contra la URSS y lo que calificaba como la “moral de criminales” de los comunistas. Por su parte, la derecha desconfiaba del crítico de las sociedades burguesas y del implacable periodista de Le Combat. El 30 de junio, Camus sale de Francia rumbo a Brasil. Lo hace en barco porque le teme a los aviones. Una de sus decisiones personales es llevar un diario donde registrará sus observaciones. El “Diario de viaje” de Camus fue editado años después y allí se pueden conocer sus impresiones, su estado de ánimo; o, con mayor precisión, su cuadro depresivo manifestado durante el viaje, donde la idea del suicidio se hace presente a cada instante. Camus para esa fecha tiene 36 años y ya es reconocido como uno de los grandes escritores de Francia. Su novela “El extranjero” ha recibido los mejores comentarios de la crítica y la aprobación de cientos de miles de lectores. Su ensayo “El mito de Sísifo” fue ponderado por su lucidez y, sobre todo, por su excelente escritura. Su nombre inevitablemente se asocia al de Jean Paul Sartre, con el cual todavía seguía siendo amigo a pesar de que las diferencias políticas eran visibles. En Brasil, Camus se va a quedar un mes. Dará conferencias en Río de Janeiro y San Pablo; se reunirá con intelectuales, dirigentes políticos y miembros de la comunidad francesa. Asiste a ceremonias religiosas y presencia un partido de fútbol. Viaja y conoce aldeas y villas de tierra adentro, participa en cócteles donde manifiesta su molestia, sobre todo con mujeres “que al tercer whisky se ponen insoportables”. De Brasil viaja a Montevideo y de allí a Buenos Aires. Camus no llega a la Argentina con buen talante. Es más, en su diario, las referencias a la ciudad de Buenos Aires son escasas, comparadas con las notas referidas a Brasil, Uruguay o Chile. Su mal humor con nuestro país tiene que ver con la decisión del gobierno peronista de prohibir la representación de su obra “El malentendido”, cuestionada por funcionarios de la dictadura por “existencialista y atea”. Camus no está solo. Ese mismo año, en el Congreso de Filosofía celebrado en Mendoza, Perón se refiere a “La náusea” de Sartre y la califica de basura existencialista. Tampoco Perón está solo; los comunistas piensan exactamente lo mismo. “El malentendido” fue interpretado y dirigido por Margarita Xirgú. En la obra -traducida por Aurora Bernárdez (la esposa de Julio Cortázar) y Guillermo de la Torre- trabajaron Violeta Antier e Isabel Posadas. “El malentendido” se estrenó en el Teatro Argentino el 27 de mayo de ese año. Sólo dos funciones pudieron brindarse al público. Lo sucedido en su momento no sorprendió a nadie. La política cultural del peronismo se presentaba como nacional y popular, pero en realidad era oscurantista e inquisidora, el cumplimiento efectivo del programa prometido en 1945. “Alpargatas sí, libros no“. Ya para entonces el régimen había prohibido, por ejemplo, la película “El político”, dirigida por Robert Rossen. Y no conforme con ello, sus funcionarios -sus “inteligentes censores”- como dirá Camus, prohibieron a Carlitos Chaplin. Por su parte, el régimen tenía una particular ojeriza contra Xirgú, a la que no le perdonaban su compromiso moral con la causa de la República española, su militancia antifascista y su amistad con intelectuales opositores al régimen populista. Como dato informativo corresponde decir que “El malentendido” fue representado en Santiago de Chile y Montevideo. Asimismo, durante su visita a Brasil, gobernado entonces por Getulio Vargas, ningún funcionario estatal fiscalizó sus conferencias o hizo problemas por sus opiniones. No ocurrirá lo mismo en la Argentina. Camus estaba en París cuando se enteró de la censura de su obra. Le escribió en su momento una carta de solidaridad a Xirgú y anunció que su visita a la Argentina no tendría carácter oficial, como gesto de repudio a lo que no vacilaba en calificar como dictadura militar y fascista. En Buenos Aires se va a quedar dos noches. Llega el viernes a la mañana y se va el domingo. Su anfitriona es Victoria Ocampo que acaba de publicar en la revista Sur una de sus grandes obras, “Calígula”, una alegoría contra los déspotas que a Victoria le parece muy oportuna en la Argentina peronista de 1946. Victoria había conocido a Camus en mayo de 1946 en Nueva York. De esas caminatas por la ciudad él escribe en su homenaje un texto titulado “Lluvias de Nueva York”. En julio de ese año, profundizan su amistad en París. En una carta a su hermana Angélica le dice: “Cené con Camus el jueves, de verdad, una de las mejores veladas, en realidad la mejor que pasé en París. Me parece un hombre interesante, humano, honesto, encantador”. El “hotel” de Camus en la Argentina será la residencia de su amiga en San Isidro. “Aterricé en casa de Victoria. Una casa grande, agradable en el estilo de ‘Lo que el viento se llevó’. Gran lujo antiguo. Tengo ganas de acostarme y de dormir hasta el fin del mundo”. El viernes a la tarde se reunirá en la quinta con más de cuarenta intelectuales argentinos, todos de reconocida militancia antiperonista. El sábado al mediodía almuerza con el director del diario La Prensa. A la noche cena a solas con Victoria. En sus Memorias, ella habla de una reunión espléndida donde escuchan una opera de Britten y ella lee poemas de Baudelaire que a él le parecen maravillosos. Capítulo aparte merece la relación con la embajada francesa en Buenos Aires. Como las insistencias para que dé una conferencia son cada vez más fuertes, el embajador le solicita que acceda al pedido. Camus acepta, pero el embajador se preocupa cuando el título propuesto por el escritor es “Libertad de expresión”, un tema que a los funcionarios peronistas le resulta tan incómodo como el crucifijo a Drácula. La preocupación del diplomático se transforma en conflicto cuando Camus se opone terminantemente a que un funcionario de la dictadura fiscalice sus palabras. Finalmente Camus no habla. Con ejemplar dignidad se opone a ser censurado por los funcionarios de un régimen al que desprecia. El domingo a la mañana, deja Buenos Aires rumbo a Santiago. Nunca más en sus escritos se referirá a la Argentina, aunque en diferentes ocasiones ponderará la excelencia de la revista Sur, que unos años después publicará “Los poseídos” y “Réquiem para una reclusa”. Anécdotas al margen, el peronismo se da el lujo de censurar dos veces seguidas a una de las mentes más lúcidas del siglo veinte, a un hombre que estimuló en el intelectual peronista Horacio González un comentario que no pasa desapercibido: “Si bien no tenía razón, su manera de no tenerla sigue siendo interesante”.
Su mal humor con nuestro país tiene que ver con la decisión del gobierno peronista de prohibir la representación de su obra “El malentendido”.