Esplendor, misterio y ocaso del Plaza Ritz - Historias posibles
Albin Kaminski, especialista en alturas
Flavio Raina/Archivo Edificio Plaza Ritz. En un tiempo en el que la seguridad laboral era apenas un concepto lejano, Pablo Rouquié y Albin Kaminski aceptaron el desafío de Juan Carlos Ariotti, esculpir los frentes de uno de los edificios más altos de la ciudad.
Hasta el día que murió, allá por los años ochenta, el polaco Kaminski se hizo llevar cada tarde en su silla de ruedas (primero por su hija y luego por su nieto) desde el Barrio Roma a la vereda oeste de calle San Martín al 2700, justo frente al Edificio Plaza Ritz.
Desde ahí miraba por horas los altos del viejo Hotel sin detenerse en la gente ni en los autos que pasaban por la calle, que aún no era peatonal.
Albin Kaminski, casi adolescente, había llegado desde Varsovia en la primavera de 1925 en busca de la tierra prometida. Es que, por aquellos lugares empobrecidos con la guerra, se decía que el futuro estaba en estas Pampas. Lugares fértiles y deshabitados, urgidos de europeos con ganas de trabajar.
Y tenían razón.
Igual que muchos de sus compatriotas, había comenzado a trabajar como albañil en la reconstrucción lánguida e improvisada de Legionowie, su pueblo natal, pero llegaba a América, sin pretensiones, dispuesto a todo. Bien sabía que esa era la regla. Esa y la orfandad.
Buscando destino en las calles de una ignota ciudad (esta ciudad de Santa Fe) fue a dar con la obra en construcción más importante de la región: el Puente Colgante. Muchos extranjeros, sobre todo franceses, trabajaban en el enorme montaje.
El polaco se ofreció para lo que sea, y lo que era fue lo que nadie quería hacer, escalar la aguja de los pilares soportes para sujetar a mano los tiesos cables de acero.
Y lo hizo bien. Lo hizo muy bien, a tal punto que siguió trabajando en las alturas.
El "gato blanco" (apodo del que por alguna razón se sintió orgulloso) fue la referencia de los constructores de la zona, a él acudían cuando había que trabajar en lo alto, en la inseguridad. Eran tiempos donde subir andamios significaba arriesgar la vida.
Llegado el año 26 conoció a Pablo Rouquié un ya prestigioso francés, escultor ornamental que ofrecía su trabajo en las obras majestuosas de un país que aspiraba a ser potencia, decorando frentes y altos de los edificios en construcción. El artista era un verdadero maestro pero tenía cierto impedimento en sus piernas que le dificultaba acceder a los altos. Kaminski fue su complemento. El "gato blanco" que subía. El que trepaba.
El polaco Kaminski llegó a Santa Fe dispuesto a todo. Y se ofreció para lo que sea, y lo que era fue lo que nadie quería hacer: escalar la aguja de los pilares soportes para sujetar a mano los tiesos cables de acero.
El polaco Kaminski llegó a Santa Fe dispuesto a todo. Y se ofreció para lo que sea, y lo que era fue lo que nadie quería hacer: escalar la aguja de los pilares soportes para sujetar a mano los tiesos cables de acero.
Aun por estos días de inmuebles utilitarios, quedan sembrados en las calles de Santa Fe rastros escultóricos de esa sociedad artístico-malabarista. San Martín 3059, Tucumán entre San Martín y San Jerónimo, la esquina de Crespo y San Luis, y tantas otras auténticas obras de arte hoy convertidas en pilas de escombros o a punto de. Quizás es consecuencia de que hoy se discuta si la arquitectura sigue siendo rama de las Bellas Artes.
Llegado el año 1927 un ingeniero civil de ascendencia italiana llamó a la puerta del escultor para ofrecerle el trabajo más importante de su vida "los frentes del edificio de la Administración General de Ferrocarriles del Estado".
Se trataba de Juan Carlos Ariotti. Se trataba de nuestro Edificio Plaza Ritz.
La paga era muy buena pero había un inconveniente, era uno de los edificios más altos de la ciudad; seis pisos con requerimiento de mampostería escultórica en armonía del primero al último.
En un tiempo donde la seguridad laboral era apenas un concepto lejano, la escalada significaba, ni más ni menos, un riesgo de vida manifiesto. Pablo Rouquié quedó en confirmar, debía acordar la labor con el polaco, él tendría la palabra definitiva. Sin él sería imposible.
Albin Kaminski aceptó.
Hay quienes dijeron que por dinero o por orgullo o acaso, como contaban en su familia, por una promesa incumplida de alojamiento en el Hotel hasta el último de sus días. Lo cierto es que aceptó.
Ya en los últimos años de su vida, "el gato blanco" solía contar a sus allegados que estaba terminando un libro sobre sus trabajos de obra en Santa Fe y en otras tantas ciudades del país.
Yo, por desgracia, no alcancé a conocerlo. Lo que sé de él es por medio del menor de sus cinco hijos, Pedro Kaminski.
Hace unos días -y después de mucho insistir- accedí a algunas páginas enmohecidas (su libro). Las veo acá, sobre mi escritorio, zurcidas con dibujos de frentes de edificios en grafito azul, flechas y referencias, y escrito en vacilante letra manuscrita, mezcla inescrutable de polaco y castellano.
Cuenta, con cierta petulancia pero sin rencores, que su parálisis fue consecuencia de una caída desde los frentes del Edificio Plaza Ritz, en ocasión de la ornamentación conclusiva.
Mas es posible, es bastante posible, que este sólo sea un argumento decorativo de su obra final. Un argumento tendiente a ocultar su verdadera e invalidante enfermedad.
Una forma de ornamentar su historia de vida desde una perspectiva de altura. Al fin y al cabo, su especialidad.
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"Veinte relatos posibles" son aventuras literarias entre la ficción y la realidad, que recorrerán las distintas etapas del Edificio Plaza Ritz. Tu historia puede inspirarnos y podés enviarla a: [email protected]