(*) Bloguero y fotógrafo. Miembro fundador del Museo Ferroviario Regional y de la Banda Sinfónica Municipal de Santa Fe.
(*) Bloguero y fotógrafo. Miembro fundador del Museo Ferroviario Regional y de la Banda Sinfónica Municipal de Santa Fe.
Las cuerdas de Atahualpa Yupanqui ya no suenan más en la tierra (el pasado 23 de mayo se cumplieron treinta años de su fallecimiento), pero lo seguirán haciendo en el cosmos y en universos creados y a formarse. Roberto Chavero al parecer, ha dispuesto embujar y engrasar los ejes de su carreta para recorrer su viaje por el cosmos. Como él mismo lo declaró, es demasiado aburrido "seguir y seguir la huella".
No es para menos. Desde los 13 años estuvo componiendo y ejecutando su música, don Atahualpa sumó, entre tonadas, canciones, vidalas, zambas, milongas, chacareras, unas 1.200 canciones criollas. Comparativamente, se puede decir que Wolfgang Amadeus Mozart compuso 621 obras, muchas de ellas orquestales, mientras que otras son sonatas para violín (36), conciertos de piano (27), cuartetos y demás.
Hablar de la guitarra, su medio de expresión, es remontarnos a 2.500 años antes de Cristo, cuando tanto las tribus sumerias y los acadios, pergeñaron las primigenias carcazas con cuerdas, para lograr los primeros acordes en la antigüedad. Faltaban 2.000 años para que Arquímides y otros hiciesen los primeros descubrimientos en física. Es en ese contexto donde iba a comenzar a evolucionar este instrumento, para que luego las manos del luthier Antonio de Torres, en Almería, España, le hayan dado la forma y la consistencia que fue tomando, hasta sus días actuales.
En realidad, la guitarra es protagonista de primer orden en toda la literatura gauchesca. El contenido literario de nuestros llanos, contiene la guitarra como elemento fuertemente incrustado en el contexto. No solo eso: el repertorio Gardeliano no sería tal, sin la guitarra.
Atahualpa Yupanqui había nacido en el partido de Pergamino, provincia de Buenos Aires, tomando Tucumán como su tierra adoptiva. El fútbol y el boxeo fueron parte de su carrera, como así también su orgullosa pertenencia al Partido Comunista, cuyo carné de afiliado portaba con orgullo. Esto le ocasionó problemas con la policía de Perón, la cual en una comisaría le quebró un dedo con una máquina de escribir mientras saltaban sobre ella, con la finalidad de que "no cante más".
Con "Cerro Bayo", Atahualpa hizo su incursión en la novela. Se trata de una humilde producción literaria que data de 1946. Para ser justos, diremos que todo intérprete que compone sus propias letras, del algún modo se convierte en escritor. A través de ella, y como en un fresco, va recorriendo la leyenda de los pueblos andinos en clave de misterios del cosmos, descubriendo los íntimos vínculos entre el sol y la tierra, el hombre y el pájaro, los árboles, las vicuñas, en un metalenguaje a veces, en la lejanía de sus soliloquios parisinos.
Su padre, de origen quechua, era un hábil domador de potros y telegrafista a la vez, lo cual lo obligaba a conocer las latitudes del país. Las labores más duras lo vieron a don Atahualpa derribar cañaverales en Tucumán a puro machete, como también formar en la lista de obreros de la cantera, desayunar con los obrajeros en estancias y latifundios, o arreando ganado.
Lo visceral de su obra quizás tenga que ver con lo que transmiten las mismas, preñadas de un encanto y magia que solo pueden otorgar quienes trasuntaron tales experiencias. Atahualpa se diferencia de la formación académica que tuvo, por ejemplo, Astor Piazzolla, quien estudió con Nadia Boulanger en los selectos círculos áulicos parisienses.
Si bien la bibliografía predilecta de Yupanqui la componían Jorge Luis Borges, Herman Hesse y Julio Cortázar, supo enraizar el existencialismo a su manera, con las soledades de las pampas y montañas. Como lo hiciera el insigne Julio Migno Parera –diestro en la poesía homérica- en nuestra tierra ("El soneto de la hetaira").
Tanto en la "Chacarera de las piedras" como en "La Nadita", Yupanqui utiliza las tonalidades de re mayor, alternando con re menor. Así era su música por dentro. Atención: esto dista de ser casual, ya que el paraje de Cerro Colorado debe haber tenido una resonancia especial como para que nuestro compositor haya escrito varias obras en esos marcos tonales. Las escalas y giros, están imbricados de las propiedades registradas en el libro "El foklore musical argentino", de Isabel Aretz.
En la concepción poética de don Atahualpa aparece el árbol. Con su poder simbólico en primer lugar y luego, representando la nobleza, por su material, la madera. Y en último lugar, como símbolo de vida, identidad y sabiduría. En la cosmogonía de Yupanqui, a través de las ramas de los árboles, tronco, tierra, hay una conexión con el mundo de los dioses, o bien el cielo, como de los muertos, mediante las energías cetónicas. El árbol para Yupanqui no es una planta decorativa, sino un ser que posee memoria radicular, recuerdos, sentidos, brazos, corazón.
Se caían marchitas las hojas de los calendarios en los ochenta, con la imagen de Raúl Alfonsín estrenando la democracia. Así llega el Festival de Cosquín 1985. Fulgurante, aparecía la Orquesta Sinfónica Municipal de Santa Fe en el escenario mayor, con la dirección de su fundador y primer director, Jorge Chiappero Favre (nunca reconocido en su ciudad como es debido).
En el bar de los artistas, los músicos se fotografiaban con quien se cruzara: Jaime Torres, Horacio Guarany, Julia Elena Dávalos, Luis Landriscina, eran nuestros retratados. Desprovistos de iphones, con pesados relojes con malla distantes años luz de los smartwatch con bluetooth ergonómicos actuales -que marcan el ritmo cardíaco-, aguardábamos, cual estatua sarmientina, que el fotógrafo preparase el ritual con su Nikon acariciando el virgen rollo de 400 ASA.
No pudimos sacarnos con don Atahualpa, que comenzó a sonar en la plaza mayor bajo la estentórea voz de Julio Mahárbiz. Un manto de silencio cubrió el lugar. Al terminar, esperamos su paso para retratarnos junto a él, pero al final lo sacaron envuelto en una frazada y un poncho -sin guitarra y una gorra-, por otra puerta, rumbo a una hostería en Villa Carlos Paz y luego a Francia. Jamás volvimos a verlo.