"El Viejo Bigote que da al callejón, que dice… amigo…". Así me saludaba todos los días. "Que dice Pedro"… era mi respuesta. Un poco en broma, un poco porque no costaba hacerlo, lo trataba de "Usted". Reflejos de crianza, no era un anciano respetable, era apenas mayor que yo el Gordo Pedro Uzquiza, quien usaba esa canción que popularizaran Los Chalchaleros. La zamba "Del tiempo i' mama", que decía: "El viejo patio que da al callejón (…)", como parte de una descriptiva para, finalmente, confesar que se adoraba/extrañaba/añoraba la niñez.
El Gordo Pedro era de Banfield. Orgullosamente decía: "Soy de Banfield". Era miembro del Partido Comunista; fiscal en las elecciones en las que el PC acompañaba a alguien como el mal menor, y primera fila en las manifestaciones. De una honestidad sin eufemismos el Gordo Pedro cotejaba tapas de los diarios e insultaba a boca llena. Había sido tachero y "gerente de un boliche de copas", con el que se fundió. Y periodista. Después de aquella pérdida de todos sus dineros vivía en Banfield con su vieja. Tren hasta Constitución todos los días. Y subte o colectivo.
Sus amigos de Banfield lo querían y él los traía a la mesa de a uno o dos. Eran realmente personajes. Con ellos participaba en una manifestación anual para cambiarle el nombre a su ciudad, ya que Banfield (Edward) fue un director inglés de Ferrocarriles. "A ustedes los peronistas les faltó eso, todo a medias, si los ferrocarriles eran nuestros, Banfield debería llamarse estación Patoruzú (...)", comentaba. Una broma, un exabrupto, pero también un concepto: "A Ustedes, los peronistas, les faltó eso (...)". En el peronismo veía algo incompleto y le molestaba.
Juntaba peso sobre peso porque quería y tenía que ir a España un día. Tenía que estar en España y en un sitio, un día. Su origen era vasco. Pudo hacerlo. Cuando allá, en España, volvió aquello a un sendero más transitable Dolores Ibarruri, viejita pero militante de tiempo completo, en su retorno dio un discurso. El Gordo Pedro tenía que estar y estuvo cuando "La Pasionaria" habló. "Hay cosas que deben hacerse Viejo Bigote, porque se quedan en la espalda y pesan mucho… en Argentina te matan a medias y te perdonan a medias y eso jode a los vivos y los muertos (…)", decía.
El Gordo Pedro tenía cierta propensión al fastidio con los vuelteros: "Vea, Viejo Bigote, dan vueltas para decir que no les gusta algo pero tienen miedo de decirlo… los tibios son cobardes o miedosos, casi traidores… si no podés decir lo que pensás estamos jodidos… conviene callar, a menos que cobrés por hablar, que es otra cosa".
Uff. Recuerdo tanto al Gordo Pedro. Las cenas eran de vino tinto de su parte y agua con gas de la marca que bebía Buenos Aires. Un tinto y dos Villas era el pedido. El tema era Montoneros, peronismo, milicos y una zona gris por donde transitábamos. Obvio que odiaba a los militares pero también a los montos y sostenía: "Con la CGT hay toma de las fábricas o pacto con los patrones y estos gremialistas pactan las tomas con los patrones y encima, cuando tienen uno más o menos sano lo matan… no hay gremio si es pago por los patrones, que no me jodan Viejo Bigote" (eran tiempos de José Ignacio Rucci).
Llegó su tiempo y se casó. Una santafesina fue su esposa. Después llegó el hijo. Y después, un día, la enfermedad que va comiendo y se traga todo, porque el cangrejo sigue siendo inatajable. Para todo tenía certezas el Gordo: "Me casé porque la quiero a esa mujer y cuando uno se casa las cosas ya son de a dos, por lo menos dos opiniones; para opinar solo sigo solo. Dos opiniones son siempre mejor que una". Cuando la enfermedad era machaza me dijo: "Venga poco, me da gusto que venga a verme Viejo Bigote, pero me duele que Usted se va, la vida sigue y yo me tengo que quedar esperando la nada, parezco diputado de la minoría que canjea el voto por poco…soy un colectivero en punta de línea, converso de la ruta pero ya no estoy en la ruta (…)".
El Gordo Pedro era un hijo de vasco sin censuras en la palabra. Hablábamos de fútbol. Compartimos a César Menotti y al viejo Osvaldo Ardizzone. Una vez lo corrió (en serio, cancha de Independiente) al gordo José María Muñoz por opiniones diferentes; lo cruzó en mitad de una escalera que llevaba al palco de periodistas. "Está bien que diga lo que quiera de los milicos, porque él es milico, pero que no hable de honestidad y de los deshonestos. Si dice penal y no es penal no me importa, pero si dice que ésta, que ésta es la Democracia está insultándome (…)", justificaba su enojo.
Hace poco me hicieron escuchar una charla entre un periodista y un sociólogo, analista político. Ambos con libros, ambos con currículum vitae; ambos con pasado, presente y un mañana promisorio. Ambos, hace algunos años, insultaban a galope tendido a los Fernández and Co. El analista se enfurecía. Mucha vehemencia, hasta el límite de la adjetivación brutal. Ahora, los mismos personajes interactúan con igual adjetivación sobre esto que nos sucede: Javier Milei presidente. Sus charlas, esta última hace poco, ahora, en mayo, me llevaron a la misma situación. Antes y ahora el punto donde la comprensión se detenía era el voto, el sufragio universal, el triunfo de las mayorías, el criterio para enojarse -o no- con el voto popular.
Me detengo en este mojón de la ruta. Me culpo por escucharlos. Debí negarme. Debí pensar en Pedro. No era sencilla la charla con un "viejo PC". Contaba con una espalda segura. Tener las cosas claras, porque ese es el punto, le permitía cierta indulgencia para con los que, como yo, reman y reman en un mar incierto donde el día por día desacomoda el bote y las mareas. Sabría cómo tratar a estos comentaristas de buena paga. Tanta "furia anti K" ayer, que no estaba equivocada. Ahora tanta "furia anti Milei", que tampoco tiene equívocos.
Con el Gordo Pedro el tema ideológico y partidario se reducía a su frase: "Cubro las elecciones donde me manda el partido, según con quien nos aliamos en cada caso, para armar un frente. Y por supuesto que voto, así puedo decirles a todos que a estos yo no los voté, pero no estoy hablando de política todos los días (…)". No era cierto. Hablaba permanentemente, pero se entendía su modo de sortear la excepción que se había impuesto.
Ante todos los proyectos en oferta, el Gordo Pedro era parte de uno, de él mismo. Por debajo lo que él, con denuedo, se encargaba de marcar. El "yo no los voté" llevaba a la Democracia. Aceptarla. Fastidiarse. Ser de "la Fede" primero, del PC después, acomoda las cosas en una encrucijada. El análisis marxista pone las cosas en tono telaraña, siglo XIX y anhelos fraternales empalagados de nostalgia. Todas las muletas son válidas.
Argentina está delante de su propio "Muro de los Lamentos", que acepta profesionales de la queja. Si el Gordo Pedro estuviera supongo que repetiría alguna de sus definiciones: "Está bien que diga lo que quiera de los milicos, porque él es milico, pero que no hable de honestidad y de los deshonestos. Si dice penal y no es penal no me importa, pero si dice que ésta es la Democracia está insultándome (…)"
No sucedió, no sucederá, aún lo lamentamos al Gordo Pedro, su adiós me salva de tener que preguntarle lo básico: ¿Sigue en uso el voto popular como mandato? Milei ha llevado la cuestión a otro extremo: ¿El voto popular es la excusa para llevar Argentina al comienzo del siglo XX? ¿No más Democracia? ¿No hay más Estado? ¿El Estado ausente no es, por los hechos, el Estado muriéndose? ¿Es el Estado un voluntariado laico de una "fe que nos empecina"?
"El Viejo Bigote se equivoca conmigo, soy un viejo PC que no se ha movido de su sitio", eso diría… Y sonreiría. No podría enojarse por las preguntas… porque los periodistas hacemos eso: preguntamos.
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