El 3 de febrero de 1852 tuvo lugar la batalla de Caseros en la que una coalición internacional comandada por Justo José de Urquiza venció al ejército bonaerense conducido por Juan Manuel de Rosas. El encuentro era el mayor hecho de armas registrado hasta entonces, con 50.000 hombres involucrados, y su resultado favoreció a Urquiza. Tras renunciar, Rosas se alojó en la casa del encargado de negocios de Inglaterra y, al día siguiente, se embarcó con su hija en una fragata británica. Lo acompañaba el gobernador de Santa Fe, Pascual Echagüe.
Más allá del plano militar, Caseros tiene connotaciones de la mayor relevancia, por sus consecuencias inmediatas y por los procesos políticos e institucionales que se derivan de ella, sin dejar de considerar la importancia de los intereses que se movilizaron en contra del virtual mandatario de la Confederación Argentina y el impacto internacional que produjo su caída.
Rosas había llegado al gobierno de Buenos Aires tras la crisis de la posguerra con Brasil. Con el apoyo de Estanislao López pudo discutir con Lavalle los términos de una transición que lo colocó en el mando en diciembre de 1829. Al finalizar su primer período en 1832 siguió trabajando las bases de su poder, mientras encaraba la expedición al Río Negro. De esta forma dio unidad al federalismo local, practicando algunas purgas sobre sus opositores.
Tras la crisis generada por el asesinato de Facundo Quiroga, regresó Rosas al gobierno de Buenos Aires en 1835 con la "suma del poder público" y ya no lo abandonó. Compartió al principio su influencia con Estanislao López, hasta el fallecimiento de este en 1838, en pleno bloqueo francés y mientras los unitarios exiliados conspiraban desde Montevideo.
Los ataques a su gobierno se sucedieron constantemente desde el frente unitario, pero también desde el federalismo. La invasión de Lavalle en 1840, la guerra con Bolivia y Perú alentada por emigrados argentinos, las recurrentes y nunca completamente sofocadas sublevaciones correntinas, la coalición del Norte, la revolución de los estancieros del Sur, el motín de Maza y el bloqueo anglo - francés, constituyen los principales capítulos.
De todo se sobreponía el "Restaurador" y a todo enfrentaba con éxito y convicción, logrando hacia 1850 el crecimiento de su estatura política a niveles impensados en un gobernante de un área tan marginal en la geopolítica mundial. Pero a la vez que se revestía de un prestigio reverencial entre sus partidarios y temible entre sus enemigos, el desgaste iba minando las bases de su sistema al cabo de casi veinte años de ejercitarlo.
No fueron los unitarios quienes pusieron en peligro su continuidad en el poder. Los federales del litoral definieron su caída y la figura que asumió el serio compromiso de enfrentarlo, había crecido como líder a lo largo de casi una década de gobernar Entre Ríos y de poner freno a los desbordes correntinos a cuyo frente se colocaba ahora, apoyándose en el poder de su "Ejército de Operaciones" que el mismo Rosas había hecho respetable.
Rosas había contribuido a consolidar las bases de la nacionalidad mediante la progresiva centralización del poder, el desarrollo de una mística de pertenencia teñida de partidismo, y la férrea resistencia a las presiones armadas de las grandes potencias. Pero a la vez había negado cualquier avance institucional hacia la consolidación del Estado Nacional, predicando el provisoriato como sistema.
Como lo dejó en claro en su conferencia con Estanislao López de octubre de 1831, y en su carta de la hacienda de Figueroa a Quiroga de 1835, Rosas no creía en la Constitución y daba largas a los mecanismos previstos en los artículos 15º y 16º del Pacto Federal de 1831, instrumento legal que confederó a las provincias durante más de veinte años, sin que dejaran de ser estados soberanos unidos entre sí por una alianza ofensiva y defensiva que no creaba la figura jurídica de un Estado Nacional.
Era la Argentina provisoria a la que se opusieron los federales, desde López y Ferré hasta Urquiza, defensores de la sanción de una Constitución que creara para siempre una república federal, cuyo gobierno nacional administrara las crecidas rentas producidas por la Aduana de Buenos Aires, reglamentara el comercio interior y exterior y la navegación de los ríos, hasta entonces bloqueada por el puerto.
El carácter provisorio del sistema argentino se volvió en contra de Rosas. El Pacto Federal no obligaba a las provincias a permanecer aliadas por siempre. Podían apartarse cuando quisieran y actuar como estados soberanos, sin incurrir por ello en traición ni sedición. Ese fue el camino elegido por Entre Ríos y Corrientes a la hora de la ruptura de Urquiza con Rosas.
Reasumido el manejo de las relaciones exteriores que antes delegaban en el gobierno de Buenos Aires, las dos provincias se aprontaron para la guerra y acordaron una cuestionable alianza con el Imperio del Brasil y el gobierno uruguayo, dejando en claro que estaba únicamente dirigida a derrocar a Rosas. Previamente, Urquiza había obligado al General Oribe a levantar el sitio que Rosas sostenía sobre Montevideo.
La participación de Brasil no era gratuita. Se aseguraba condiciones ventajosas a cambio de poner sobre las armas un ejército de cinco mil hombres que marcharían bajo las órdenes de Urquiza, y otro de quince mil que se posicionaría en Colonia, por si fuera necesario asegurar el triunfo. La escuadra imperial dominaba el estuario rioplatense en apoyo de las operaciones terrestres, especialmente a la hora del cruce del Paraná por Diamante. Entre Ríos y Corrientes contraían una fuerte deuda con la esperanza de nacionalizarla y Urquiza prometía la libre navegación de los ríos interiores, entre otras concesiones.
La batalla y sus consecuencias
Si bien Caseros produjo la caída de Rosas, no aseguró el sometimiento de Buenos Aires al poder emergente en el litoral. Despreciado tanto por los liberales como por los rosistas, Urquiza no pudo sostener una autoridad efectiva sobre la ciudad puerto. El Protocolo de Palermo le reservaba la representación ante el extranjero que antes había ejercido Rosas y el Acuerdo de San Nicolás le otorgaría poderes nacionales como Director Provisorio y comandante en jefe del ejército. La secesión porteña se hizo inevitable.
Pero el poder de Urquiza en el interior era absoluto, respaldado por los gobernadores que antes habían respondido al Restaurador. Fue suficiente para firmar el Acuerdo de San Nicolás el 31 de mayo de 1852, convocar al Congreso Constituyente y sancionar la Constitución Nacional en Santa Fe el 1º de mayo de 1853. La República Argentina quedaba consagrada y Buenos Aires no pudo más que sumarse al conjunto en 1859.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.
Más allá del plano militar, Caseros tiene connotaciones de la mayor relevancia, por sus consecuencias inmediatas y por los procesos políticos e institucionales que se derivan de ella, sin dejar de considerar la importancia de los intereses que se movilizaron.
El carácter provisorio del sistema argentino se volvió en contra de Rosas. El Pacto Federal no obligaba a las provincias a permanecer aliadas por siempre. Podían apartarse cuando quisieran y actuar como estados soberanos, sin incurrir por ello en traición ni sedición.