El libro de David Peña, dedicado a Bernardo de Irigoyen con motivo de su gira proselitista de 1885, detalla los pormenores de su larga travesía por todo el interior del país. Una vez llegado a Santa Fe, el recibimiento que le brindó la ciudadanía fue formidable. La Comisión Directiva del Club del Pueblo de Santa Fe, por ejemplo, con el coronel Zavalla al frente, se adelantó a recibir al esperado huésped. De Irigoyen fue luego llevado a la plaza 25 de Mayo. Una vez en ella, invitado por el joven Néstor de Iriondo, subió a los balcones de la hermosa casa paterna.
Saludó al visitante, en nombre del Club del Pueblo el señor Jonás Larguía, inspector de las Colonias de Santa Fe. De Irigoyen se adelantó al balcón y comenzó un discurso notable en la forma y en el fondo. Invocó las nobles tradiciones de la ciudad de Santa Fe, deteniéndose con respeto ante el Soberano Cabildo Constituyente del año 1853 y declarando que bajo aquella atmósfera pura se había resuelto definitivamente el problema de la organización de la república.
Mirá tambiénLa primera gira electoral en nuestro país (Parte I)Durante los días que permaneció en Santa Fe, don Bernardo fue objeto de innumerables demostraciones. Destaca el cronista que "las familias principales de Santa Fe se apresuraron igualmente a obsequiar al distinguido viajero, señalándose entre otros, apellidos que no son extraños para Buenos Aires, como el de Iturraspe, Torrent, Aldao, Zavalla, Freyre, Funes, Cullen e Iriondo".
El gobierno de la provincia y todas las autoridades tuvieron también para él, durante su permanencia, consideraciones y respetos. El gobernador, Manuel María Zavalla, a pesar de su quebrantada salud, le tributó galantemente mil deferencias. Entre los particulares que manifestaron efusivas muestras de adhesión a de Irigoyen, destaca Peña a José Gálvez, a Agustín de Iriondo (junto a sus sobrinos Néstor y Urbano, hijos de Simón de Iriondo) y a monseñor Claudio Seguí.
En Esperanza
El 4 de agosto, Irigoyen fue invitado a visitar la Colonia Esperanza, donde se le preparó un almuerzo de 150 cubiertos servido en el Hotel Ronchetti. Durante el camino las impresiones de los viajeros eran en general de admiración por los rápidos adelantos de aquellas comarcas surcadas por el arado en todo lo que la vista podía dominar. Llamó la atención "el ferrocarril a las Colonias, obra que recibió el impulso del ministro de Gobierno, Dr. Gálvez", y que "es de inmensas ventajas presentes y de incalculables beneficios para el porvenir". Llegados a Esperanza a las once de la mañana la comitiva se dirigió hacia el Hotel donde se había preparado el banquete, recorriendo a pie la parte central de la Colonia. Les causó verdadero asombro ver Esperanza con su línea férrea, con sus hilos de comunicación, con sus edificios elegantes y espaciosos, con sus calles delineadas, su iglesia, sus restaurantes, su imprenta, sus oficinas y su banco.
A la hora de los brindis, de Irigoyen pronunció uno de los más elocuentes discursos que hasta entonces se le habían escuchado. Detalló con frases animadas el progreso de la república, deteniéndose en las Colonias que "daban a conocer el nombre argentino escribiéndolo en el extranjero con espigas doradas". Dijo que él había recorrido la provincia de Santa Fe hacía muchos años, y comparó el estado de entonces con el que ahora se le ofrecía a la vista. Saludó al hombre trabajador, al hombre progresista de todas las naciones, que fertilizaba nuestro suelo al amparo de la tolerancia de su religión y del respeto a sus derechos. Se extendió mucho sobre la importancia de la división de la tierra en pequeños lotes en aquellas colonias. Invocó también al terminar la acción del Clero argentino en nuestro desenvolvimiento político.
Durante los días que de Irigoyen se detuvo en Santa Fe, señala Peña, los miembros de la comitiva se entregaron libremente a las tendencias de su espíritu. Uno visitaba con el sabor de coleccionista, cuanto era de fama en los fastos santafesinos por la antigüedad, por la importancia histórica o simplemente por la tradición popular; otro se concretaba a conocer los edificios seculares por separado, y desde la vieja iglesia hasta el Cabildo, todo lo recorría con íntimo respeto; el más inquieto buscaba lo moderno y abandonaba el convento por correr al hipódromo; el más contemplador de la naturaleza salía de la ciudad y se detenía ante las barrancas del río.
En las sobremesas comentaban sus experiencias. Mientras alguno de ellos visitó el edificio de la vieja aduana (que sirvió de albergue forzoso al general José María Paz), otro pudo conocer la gran sala de sesiones del Congreso Constituyente de 1853. Hubo otros que recorrieron las iglesias, comentando el milagro de la virgen que sudó (cuadro de Nuestra Señora de los Milagros, en la iglesia homónima de los Padres Jesuitas). Tampoco el Convento de San Francisco pasó desapercibido para los viajeros: "Hasta hace poco, dice uno, se conservaban cerca de la sacristía las manchas de sangre de dos pobres franciscanos que fueron muertos por un tigre, en una creciente del Paraná".
Sobre viejas lápidas
A los visitantes les llamó también la atención la lápida de la tumba del brigadier Estanislao López, que fue enviada por Juan Manuel de Rosas desde Buenos Aires, destacando que la inscripción estaba encabezada con el sacramental lema de la época: "Vivan los federales - Mueran los salvajes unitarios". Y que el general Bartolomé Mitre, visitando el convento, le hizo borrar este grito de la tiranía, alterando el detalle más propio de la disposición de Rosas.
Cuenta el referido cronista que por repetidas ocasiones se habían ofrecido a los padres franciscanos sumas considerables por las maderas que sostienen el techo del convento: "Últimamente la oferta consistía en una suma de dinero y la obligación de hacer un techo nuevo por solo dichas maderas, que son reputadas como muy finas y valiosas. Todo ha sido rechazado por el convento".
Otra lápida que también llamó su atención fue la de José de Amenábar: "Consérvanse aun en este templo (Iglesia Catedral) cuatro hermosas pilas, que no existen iguales en Buenos Aires, enviadas por Rosas al digno sacerdote, y un santo Cristo de mármol, de una sola pieza, perfectamente trabajado y que constituye la novedad de la Iglesia (el famoso Cristo de Pigalle)". En estas o parecidas reflexiones terminaba el informe del día, hasta que llegaba la hora de las visitas a las tantas familias distinguidas de Santa Fe, al Club Social (el Club del Orden, fundado en 1853), o al humilde teatro.
Después de ocho días de permanencia en Santa Fe, la comitiva emprendió viaje hacia el interior de la república, saliendo de Santa Fe el lunes 10 de agosto en dirección a Rosario, para tomar allí el tren que los conduciría a Córdoba. Como ya hemos dicho, el viaje de don Bernardo de Irigoyen como candidato terminó el 20 de septiembre de 1885. Diez mil personas lo recibieron a su llegada a la Estación Central de la ciudad de Buenos Aires.
Su candidatura fue ampliamente derrotada por la de Miguel Ángel Juárez Celman en agosto de 1886. La fórmula triunfante, que obtuvo 168 electores -contra 13 que apoyaron a de Irigoyen-, llevaba de candidato a vicepresidente a Carlos Pellegrini. El derrotado tomó la decisión de alejarse de la política activa. Pero, como se dice en estos casos, eso ya es otra historia.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos. La primera parte de esta nota fue publicada en la edición del 10 de noviembre de 2023.
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