Por Roberto L. Elissalde
Por Roberto L. Elissalde
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.
Con el mismo laconismo con el que redactó sus partes de batalla, el general José de San Martín escribió su testamento en París en enero de 1843. Ese mismo laconismo que tuvo ante las consultas de su "lancero amado", como lo llamaba al joven oficial Tomás Guido, o las del general Guillermo Miller cuando éste escribía sus "Memorias" y lo trató en Bruselas y en Londres, incluso en la intimidad de su casa en Bélgica. Todos querían saber la causa de su retirada del Perú.
Así también San Martín demostró en todo momento su perseverancia, el ideal superior y que todo lo planeó matemáticamente. Desde un primer momento tuvo conciencia que la lucha no iba a acabar si no se llegaba al Perú, en abril de 1814 le decía a Nicolás Rodríguez Peña: "La Patria no hará camino por ese lado del norte que no sea una guerra defensiva y nada más… Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza, para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que reina; aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar a Lima. Ese es el camino y no éste, convénzase hasta que no estemos en Lima esta guerra no acabará". Y así, paso a paso y superando obstáculos, hasta su encuentro con Pueyrredon en Córdoba en julio de 1816 con el que formó una mutua cooperación, ese "ejército pequeño" logró la victoria de Chacabuco, la independencia de Chile el 12 de febrero de 1818, y después de la derrota de Cancha Rayada, la consolidación definitiva en Maipú.
La campaña al Perú se postergaba por muchas razones, no eran pocas las causas en nuestras Provincias Unidas y la caída del Directorio, sin embargo esa empresa argentino-chilena se concretó cuando el 20 de agosto de 1820 partió la expedición desde Valparaíso, la que después de una serie de avatares donde no faltó una terrible epidemia de fiebres tercianas que atacó el ejército y al mismo San Martín; el 9 de julio de 1821 el Libertador en horas de la noche entraba a Lima. A siete años y tres meses había logrado su objetivo.
No todo resultó como lo había planeado y para ello debía unir fuerzas con Simón Bolívar el Libertador del Norte. Veamos los personajes brevemente. El colombiano pertenecía a una familia de la aristocracia criolla y peninsular, grandes terratenientes dueños de bienes y explotaciones agrícolas trabajadas por esclavos; vinculado por entronques de parentesco a otras no menos distinguidas, fue educado sin limitaciones económicas. Huérfano de madre de pequeño y también de padre, creció en un ambiente en el que tuvo amplio campo para el desarrollo de su personalidad. Era un adolescente cuando paseó por Europa su riqueza y desenfado, en París tan tolerante en materia de costumbres; actuó en la Corte de Madrid y se dice que llamó la atención de la reina María Luisa "famosa catadora de virilidades" como se la llamó. Casó con una cercana pariente, que murió al poco tiempo lo que lo sumió en un profundo desconsuelo, hemos encontrado una placa recordando su matrimonio en la madrileña iglesia de San José en la calle de Alcalá. Mauro Torres un historiador venezolano, manifestó la tesis psicoanalista que haber encontrado en esa mujer la transferencia espiritual de la madre perdida que esta reemplazó. Su vida sentimental fue signada por fáciles encuentros, de los que Manuela Sáenz será la más duradera.
San Martín al contrario pertenecía a familias de modesta hidalguía, último de los cinco hijos de un matrimonio que había casado a alta edad; una mujer y cuatro varones que siguieron la carrera militar, que ejercía su padre y era a su criterio la más digna. Postergado en premios y ascensos, esos muchachos dejaron también temprano el hogar, el futuro Libertador apenas tenía doce años cuando sentó plaza en el Regimiento de Orán; niño sin infancia casi se formó en la dura escuela del cuartel. No hace falta seguir su carrera por demás conocida, pero sí señalar que ambos fueron formados sin esas dulces expansiones del ambiente familiar sea por ausencia física o por necesidad. San Martín observó en los altos años en España, la perspectiva de su patria y de América desde una perspectiva más amplia y así como se lo manifestó al mariscal Castilla el 11 de setiembre de 1848 a estas tierras "unidas en un mismo y santo fin".
Dicho esto, dos figuras diametralmente opuestas y a la vez cercanas, pero con distinta óptica. La carta del 29 de agosto de 1822, conocida por la "carta de Lafond", marino español que la publicó en vida de San Martín en 1844, es suficiente para conocer el pensamiento del Libertador. En vida procuró evitar lo que hoy llamamos "grieta" y así al general Tomás Guido, interesado en saber las causas de su retirada del Perú, le decía desde Bruselas el 6 de enero de 1827: "no se necesita una previsión muy grande para haber calculado todo lo que actualmente sucede (en América) y sin incurrir en mucho error".
Y allí da dos claves, pero quizás la primera "un poco menos de ambición y moderación" es la más importante, y aclara esto: "Cinco años ha estado Ud. A mi lado, más que nadie debe haber conocido mi odio a todo lo que es lujo y distinciones". A esta debemos agregar una carta anterior, de diciembre donde habla de la "chismografía que por desgracia abunda en América" y le aclara respecto de Bolívar: "los sucesos que yo he obtenido en la guerra de la independencia son bien subalternos en comparación a los que dicho general ha prestado a la causa de América en general, más sus mismas cartas que originales existen en mi poder hasta mi salida para Europa me manifiestan una amistad sincera".
Con respecto a no haberle escrito, lo justifica de su parte por "un exceso de delicadeza, o llámele Ud. orgullo, pues teniendo señalada una pensión por el Congreso del Perú y hallándose él a la cabeza el Estado, creí que continuar escribiéndole se atribuiría a miras de interés; con tanto más motivo si lo hubiera hecho después de sus últimos triunfos; si ésta es la causa, digo que es una pequeñez de alma no propia del hombre que se ha adquirido". Y aclara sobre el venezolano: "Tendrá presente que a mi regreso de Guayaquil le dije la opinión que había formado del general Bolívar, es decir, una ligereza extrema, inconsecuencia en sus principios y una vanidad pueril; pero nunca me ha merecido la de impostor, defecto no propio de un hombre constituido en su rango y elevación". En esa carta agrega aquello de legarle los papeles que daban cuenta de la causa de su retiro del Perú.
A dos siglos de la entrevista de Guayaquil recordemos a dos genios, con dos miradas diferentes, pero que se respetaron; prueba de ello que hasta sus últimos días un retrato de Bolívar estuvo en la residencia del Libertador y no hagamos de ella sino un puente de comprensión y de unión, porque en aquella carta de diciembre de 1826 se leía esta sentencia: "Que lo general de los hombres juzgan de lo pasado según la verdadera justicia y de lo presente según sus intereses".