Ceferino Reato me dijo un día que escribía un libro sobre José Ignacio Rucci. Reato es entrerriano y nos conocimos por las razones que el periodismo entiende y de ese modo andamos. Venimos todos de una tradición "judeocristiana". Nos debemos al catolicismo, el bueno y el malo; lo correcto y lo incorrecto; el digno y el indigno. El coraje y el susto. No escapamos a las Escrituras. El uso de las palabras que tienden al infinito, son más cercanas al amor que a la investigación periodística.
El "Jamás te abandonaré", el "Nunca me quisiste" son eso que indican. Se trata de palabras demasiado cercanas al sentimiento que, en lo posible, deben evitarse. Deberían. Caeré sin disculpas. Ceferino presentó un libro que condenó a tantos que se creyeron "elegidos". Y claramente fueron asesinos. Me dijo que escribía ese libro y que algunos testimonios eran sencillos y otros no. Siempre supe que a Rucci lo mataron los Montoneros. Si lo prefiere: "los montos". Siempre lo supe.
Después de trabajar en Revista Gente, los otros sueldos no se acercaban ni por asomo. Una vida sin cuidar la cantidad de taxis o cafés era lo usual. No lo sé, acaso era lo normal el pluriempleo. Miedo a trabajar en el oficio no era parte del cuerpo. Una agenda me llevó a otra agenda y así llegué a calle Sarmiento. Una escalera hacia lo alto. Como dijese Miguel Ángel Asturias en "Clarivigilia Primaveral", haciendo poesía con frases del budismo zen: "Flecha que sube hacia lo alto/ flecha que desciende a la profundidad del valle".
Todo lo que sube baja. Siempre me gustó Asturias, porque la caída de Jacobo Arbenz y su libro "Wee Kend en Guatemala", denunciándola, me encontraron retoño en eso de creer en ciertas cosas y el escritor contó el episodio como corresponde, de un modo tan increíble como apasionado. Subí esa escalera por calle Sarmiento con agujeros entre los peldaños (tal vez no era Sarmiento sino una paralela, porque no era la calle del comedor popular, antes de Callao, donde por las noches íbamos periodistas de muy medio pelo y actores y músicos con muchas esperanzas… me refiero al eterno "La Pumarola") y la primera cuestión fue una pregunta que después entendí, cuando -ojo- muchos días después pude hacer el recorrido, bajé y recorrí una rarísima Planta Baja sin uso.
En lo que suele ser un pequeño armario o sitio de depósito de escobas y trastos de limpieza, bajo la escalera, estaban dos sillas, una baja y una alta, casi una escalera de tres tablones, que llegaban hasta la culata de las ametralladoras puestas. La salida del cañón era por esos agujeros. No lo supe en la primera visita. Sucede muchas veces con el horror. Primero un sustito, después un alfiler, un día hay fantasmas y torturas pero uno ya se acostumbró. Tal vez sea una justificación, no lo sé. Tengo claro que cuando bajé por primera vez esa escalera supe que estaba en un sitio donde tenía ganas de quedarme. En el escritorio que me tocaba, con una Underwood emparchada a nuevo (nunca Taxi), tenía hojas, una birome, un remedo de oficina comercial. Hacia adelante y a la izquierda las tres ventanas sin visillos. Al pie de las ventanas una fila de botellones y el corcho de trapo. Nada que las ocultase: una fila de bombas Molotov.
Vamos de nuevo. Me senté a escribir un lunes, el jueves anterior había estado hablando con José Pasquini Durán, el mismo al que le había dado refugio en Revista Gente. No escribía el "Negro" sus artículos políticos con mucho fondo pero era ordenado, pulcro y claro en la escritura. En muchos casos los que escriben a carta de lectores, los pocos que lo hacen, dicen que no entienden cuando leen lo que escribo. Les creo. Escribo para entenderme y no puedo. Já.
"Vení, pasá, dejale los datos a aquella señora allá", me dijo (la oficina del "Negro" quedaba, al llegar a lo alto de la escalera, doblando hacia la izquierda; si uno doblaba más hacia la izquierda entraba a un gran salón, esa era la Redacción). El "Negro" Pasquini Durán señalaba más hacia el fondo de esa casona de techos altos y un solo baño. Nunca diré como se llamaba esa señora. Sonrió, me dijo no hay problemas, anotó datos en una carpeta y concluyó: "Dice Pasquini que el lunes empezamos". Ya trabajaba para diario El Mundo, segunda época.
Frente a mi escritorio (uno se apodera de los muebles, como de las prendas y los recuerdos, ni el pasado, la silla o la camiseta son lo que vendrá, pero la tendencia es a lo que fue, así somos) habían armado un bloque de cuatro escritorios reunidos y allá, bastante lejos, un señor de tez oscura y silencioso, de risa clara y voz baja, siempre atento a lo que hacía. Era David José Kohon, el responsable de Espectáculos. Los cuatro escritorios concluían en una mesita lateral que usaba David José Kohon.
Dura realidad la mía. Era la sección donde hubiese querido estar, pero no es la que quisieron para mí. Mis horas en Crónica y Así eran un pergamino muy sólido: "Andá a Policiales. Sos el redactor, dale una mano a tu jefe, que no va a venir todos los días pero dale bola". El "Negro" Pasquini Durán confiaba en lo que podía hacer, pero su mecánica de explicar las cosas era rara. "Carlos… Carlos Somigliana es el jefe de Policiales, vos redactás, te va a ayudar Alfieri como cronista y como cronista de calle una piba, la mujer del fotógrafo amigo tuyo, Alicia Barrios". Era cierto, la pareja de Alicia era un fotógrafo de Editorial Julio Korn (Antena, Radiolandia, Goles… y más publicaciones).
A mi derecha el escritorio de Carlos Somigliana, escritor y empleado de Tribunales. Después el escritorio del "Sordo" Eichelbaum. Horacio, hermano menor de Edmundo ("Mondy"), hijos de "Pucho" Eichelbaum y debería escribir de parado…ese padre, ese apellido, esa portación de apellido. Edmundo "Mondy" Eichelbaum fue corresponsal en París alguna vez y trabajaba también en Espectáculos. Un día llegó y escribió, juro que sin parar, la crítica de "El Silencio", reestrenada después de la censura. Terminó, firmó la crítica y se fue. A las seis una bomba en el cine impedía que se siguiese viendo una de las claves cinematográficas de Ingmar Bergman. Fueron 45 minutos, tres cigarrillos, dos cafés y una firma. Ojalá la encuentre. Era lo que me hubiese gustado escribir… pero eso es imposible. Ya leerlo era importante.
En realidad la sección Espectáculos era un imposible. El escritorio más cercano el de Espinosa. A su lado Salvador Samaritano. Del otro lado, con bastón y un lento subir de las escaleras, Aída Bortnik. Con Julito Bortnik, su hermano, y Walter Operto nos encontrábamos los miércoles a la noche en el café en frente del Luna Park. Carlos Monzón peleaba los miércoles porque no llenaba. Era aburrido. Jab, jab, jab, después una derecha y a la lona. No lo mandaban a los sábados porque no llenaba. Cuando fue campeón del mundo miraron su récord: la mitad de las peleas en escenarios menores… para Tito Lectoure no era taquilla.
"Mi hermana trabaja en ese diario zurdo", dijo Julito, cuando Walter contó de nuestros laburos. Con Operto nos encontramos en Así y nos unía el pasado santafesino. En la sección Espectáculos un pibe… Cores, creo que Miguelito, pero era un pibe sonriente, de buen humor, que cubría la noche y los estrenos. No estaba "haciendo la revolución". Horacio Eichelbaum era el jefe de Política. El jefe de Ciudad se la pasaba discutiendo con los de Espectáculos: Roberto "Tito" Cossa. El jefe de Gremiales era un muchacho de bigote raleado y ojos encapotados, peronista y tranquilo, excepto cuando le decían vocero de la CGT: Ricardo Roa. Se enojaba cuando le decían "la voz de la CGT".
Había dos que se paseaban. Uno era subjefe de Redacción y nunca he visto alguien que se pareciese más a un dinamitero asturiano: Juanito Oller. Hasta me parece oírlo con un gracejo español. El otro paseador preguntaba qué hacés, cuánto te falta, era cadete de papeles y la muestra física del nervioso por nada y espantadizo por cables pelados. "El Chupa" Alsina Beas. Parecía tan inestable como un frasco de caramelos destapado. El respeto lo daba su padre, que no estaba pero era todo un nombre: Homero Alsina Thevenet, uruguayo, crítico de cine en serio. "El Chupa" sostenía que era Tupamaro. Mi abuela proveyó de dichos mi vida: "Si ladra y ladra y ladra…es que ya no va a morder".
Cada uno cargaba con una historia, medallones y cicatrices. Me incluyo. Más allá de la primavera, justo por ahí, un par de días más allá, por cuestiones de almanaque y horarios de cierre me tocó la necrológica de Neruda. Muchos dicen que salió linda. Estuvo bien. Pequeña cucarda de apurada despedida. Al poco tiempo algo especial. Pasquini Durán era el jefe de Redacción pero había otro jefe. Venía un rato cada día. Rubio, de camisa común, pantalones comunes, pelo recortado, nada que sirviese para identificar más allá de un rubio laburante entre 30 y 40 años. Nada más. Se paseaba un rato por la redacción, sonreía, una mueca el saludo, no mucho tiempo, después de charlar todos los días con Pasquini Durán se iba. Técnicamente: "El hombre de superficie". Más allá de la primavera, justo por ahí, otro par de días más allá, subió las escaleras demudado, llegó hasta la mitad de la redacción, respiró dos veces y dijo: "Lo mataron a Rucci… están locos".
Le dije, años después, a Ceferino: "los perritos" (el ERP) entendían como locura matar a Rucci. Claramente no fueron ellos y en ese día de septiembre todo estaba muy claro para mí. El libro no deja huecos. Ya el paraíso de esa Redacción comenzaba a oscurecerse. En enero el asalto de "los perritos" a la guarnición en Azul me decidió. Abandoné un sitio donde estaban los que verdaderamente entendían la Underwood. No quise descender hasta la profundidad del valle. Abandoné a Miguel Ángel Asturias. Desde entonces entiendo que la diferencia entre el infierno y el paraíso es un susto.
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