Le debo a Jorjote Reynoso Aldao mis visitas frecuentes al Club del Orden. Y a una peña que aún se sostiene promovida por Jorjote y que cuenta con la presencia de Gustavo, Rómulo, Chacho y, de vez en cuando, de Carlos Caballero Martín, su actual presidente. Desde entonces visito con frecuencia al Club. Jorjote ya no está, pero algo de él persiste. No soy creyente, pero me resisto a admitir que la muerte clausura todo. Punto. No soy socio del Club del Orden, pero tengo buenos amigos y paso muy buenos momentos con ellos. Me gusta estar allí. El Club del Orden es una tradición, una de las destacadas tradiciones de la ciudad. Y como historiador y como periodista las tradiciones me importan. Y he aprendido a valorarlas porque no hay ciudad que merezca ese nombre sin tradiciones que la sustenten. ¿Solo las tradiciones? Por supuesto que no, pero las tradiciones suelen ser las interlocutoras del futuro. Una aclaración importa: no asisto a reuniones de amigos en el Club como periodista o como historiador. Voy como amigo, porque la amistad es una pasión noble que se teje con hilos más discretos y más íntimos que la historia y el periodismo. Pero ello no impide que ignore que esos salones, esas mesas, esos cortinados, aquellos sillones y aquellas alfombras, están cargados de historia, que esa historia gravita, está en el tono, en el aire. Yo por lo menos lo percibo.
El Club del Orden se fundó el 27 de febrero de 1853, por lo que este domingo cumple algo así como 169 años. La institución nació mientras sesionaban los constituyentes que redactarán la Constitución Nacional. El Club muy bien podría ser pensado como su consecuencia, su tributo, tal vez su flor más distinguida del ojal. Justó José de Urquiza fue declarado socio honorario. Y si mis informantes no se equivocan su primer presidente fue José María Cullen. En homenaje a la historia, hay que decir que si en Santa Fe fue Club del Orden; en Buenos Aires fue Club del Progreso. Los mismos objetivos con palabras diferentes, todo articulado en un mismo proyecto: orden y progreso. La consigna expresa la estrategia del proyecto de modernización iniciado en la Argentina después de Caseros y devenida en discurso oficial por la Generación del Ochenta con ese proyecto político que incluía a Santa Fe como una de sus aliadas privilegiadas. Orden y Progreso responde a una filiación positivista y según algunos rumores, masónica. Divagaciones teóricas al margen, importa destacar que el nacimiento del Club del Orden se identifica con la Constitución, la organización nacional y la fundación de una Argentina moderna. Setenta y seis socios son sus fundadores. Allí están presentes los apellidos que forjan la historia profunda de Santa Fe. Algunos apellidos provenientes del pasado colonial, otros consolidados durante los años de gesta patria. Santa Fe no es la única ciudad que se le ocurre fundar una iniciativa de este tipo. En Paraná, será el Club Socialista; en Rosario, el Club Mercantil; en Salta, el Club 20 de Febrero.
No es casualidad que la fundación de los históricos clubes sociales coincida con el inicio de la organización nacional, la consolidación de una clase dirigente y la expansión de un modelo de acumulación capitalista. Carlos Pellegrini, definido él mismo como "clubman", sostenía que los clubes eran necesarios para forjar lazos de sociabilidad. Para el célebre Gringo, importaba incluir entre los objetivos de formación de una elite política ciertas pauta culturales. Pellegrini pensaba en Londres y en Paris, pero por sobre todo tenía muy en claro que no hay sociedad que merezca ese nombre sin elites cuya formación debe sumar al predominio económico hábitos culturales que modelen un sentido de pertenencia y de clase. El Club cumplirá un rol importante en el logro de esos objetivos. Importan las estancias, las mansiones, los barrios distinguidos, los bares exclusivos y los paseos, pero también importan los hábitos culturales. El Club del Orden pertenece a esa tradición. Nació como una institución civil asociada a uno de los momentos políticos decisivos para la patria. Un socio del Club del Orden debe ejercer, según su estatuto "ocupación y profesión honorable y gozar de buena reputación". Sus socios son propietarios de tierras, empresarios, profesionales, intelectuales. Si además son egresados de la Inmaculada, mejor. Podríamos denominarlo el club de las clases dirigentes, de las clases altas o del patriciado, entendiendo como "patricio" aquellos apellidos que, como la palabra lo sugiere, forjaron la patria. Así nació el Club del Orden y así se desplegó durante más de un siglo y medio. La pregunta a hacerse es la siguiente. ¿Cómo se pudo adaptar a una Santa Fe, a una nación y a un mundo de aceleradas trasformaciones? ¿Cómo se sostuvo esta relación entre tradición y cambio?
Recordemos que la ciudad de Santa Fe en 1853 no tiene más de seis mil habitantes y cincuenta años después suma 32.000. Los 76 socios originales en 1902 son 278. El porcentaje de socios con relación a la población se mantiene, pero la ciudad y el país han cambiado. El mundo ha cambiado. Por lo pronto, en la segunda mitad del siglo XIX y en el contexto del pujante modelo agro-exportador, crece una nueva burguesía rural y urbana en la mayoría de los casos de origen inmigrante. La movilidad social ascendente constituye un nuevo actor social: el nuevo rico. ¿Cómo se sostiene el Club en esta vorágine de cambios? ¿Cómo se recorre el pasaje de la Santa Fe colonial a la Santa Fe moderna? Los casamientos entre familias de nuevos y antiguos ricos, las sociedades económicas fundadas más en el interés que en el linaje, son las respuestas a estos cambios. Los dilemas presentes para el Club son: o aumentar las cuotas o aumentar el número de socios. El dilema no se resuelve y de alguna manera se mantiene presente. Ya para 1900 se decide aumentar el precio de las cuotas, pero también incrementar el número de socios, aunque se instalan límites institucionales de acceso. Pertenecer al Club del Orden exige ser presentado por dos o tres socios y la aprobación de la Comisión Directiva. Lo cierto es que, atravesado por estas tensiones el Club sigue creciendo. Hay nuevos socios, pero lo que los historiadores registran es que en la configuración de la Comisión Directiva siguen predominando los apellidos tradicionales. La tradición está resguardada. ¿Está mal, está bien? Por lo pronto es así. No hay ciudad sin tradiciones, sin elites e incluso sin sus anacronismos. Del Club del orden salieron gobernadores, jueces, legisladores. Es una tradición y un testimonio.
El viernes 13 de octubre de 1972 será para siempre una fecha negra para la historia del Club del Orden. Un comando terrorista de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) voló por los aires a su sede ubicada en la esquina de San Martín y Juan de Garay. Fue a las 12:45. Cuatro personas jóvenes ingresaron al salón del club, redujeron a las pocas personas que entonces estaban allí (dos empleados, el concesionario del bar, José Plotino y Silvestre Grecco) e instalaron "dos cajas conectadas con cables". La explosión derrumbó más del setenta por ciento del edificio. Los terroristas se retiraron en un Valiant. En un comunicado posterior se jactaron del operativo contra el club de la oligarquía santafesina. Ni la supuesta oligarquía desapareció ni mucho menos su Club, cuya sede desde entonces funciona en calle San Martín 1936. Alguna vez conversé con Jorjote Reynoso Aldao sobre aquel episodio. Yo le dije que para los terroristas fue algo así como un operativo de propaganda revolucionaria. ¿Propaganda para quién? Para sus propias disputas internas. Las FAP les querían demostrar a las FAR y a Montoneros que ellos podían ser a la hora de poner bombas tan efectivos como ellos. El Club del Orden pagó los platos rotos de esas refriegas entre organizaciones terroristas. Las FAP, continué, atacaron según su original criterio lo que consideraban un capital simbólico de la clase alta santafesina. Buenos muchachos. Para Jorjote, la perspectiva histórica no era muy diferente a la mía, pero sumaba algunos matices propios: "Los terroristas de 1972 son los bisnietos de los mazorqueros que Urquiza terminaba de derrotar en Caseros. Y son los hijos de los 'compañeros' que a principios de los años cincuenta quemaron la Casa del Pueblo, el Jockey Club y la Casa Radical. Y no conforme con ello, e inspirados en pasiones tan piadosas, luego se dedicaron a jugar a las fogatas con los templos católicos".
El Club del Orden se fundó el 27 de febrero de 1853, por lo que este domingo cumple 169 años. Nació mientras sesionaban los constituyentes que redactarán la Constitución Nacional. El Club muy bien podría ser pensado como su consecuencia.
No es casualidad que la fundación de los históricos clubes sociales coincida con el inicio de la organización nacional, la consolidación de una clase dirigente y la expansión de un modelo de acumulación capitalista. Los clubes eran necesarios para forjar lazos de sociabilidad.