Más de una vez me han preguntado sobre los episodios que más recuerdo como periodista. Supongo que casi cuarenta años de oficio autorizan esa curiosidad. Cuando me inicié en esta profesión el presidente de los argentinos era Raúl Alfonsín, uno de mis entrevistados preferidos. Preferido pero complicado. Con Alfonsín había que ser cuidadoso con las preguntas porque cuando te veía pisar en falso no vacilaba en empujarte. Digamos que el hombre se hacía respetar. Admitía las entrevistas, pero no se sometía a "interrogatorios". Un par de veces tuvimos encontronazos, pero después nos fuimos entendiendo. Mejor dicho, yo lo fui entendiendo. El estilo, los modales eran muy importantes. Uno a Alfonsín podía hacerle las preguntas más complicadas pero había que saber hacerlas. Con él hablé en Santa Fe, en Paraná, en Mar del Plata, en Buenos Aires. La penúltima vez que conversamos fue en el velorio de Aldo Tessio, un velorio que se demoró deliberadamente porque Alfonsín se había comprometido a estar presente para despedir a su amigo y correligionario de tantos años. Y ya se sabe que para un radical que se precie, un velorio es un momento políticamente sagrado. Alfonsín no dejaba de hacer política nunca, ni siquiera en un velorio. Según su primo, monseñor Arancedo, también hacía política en una fiesta de familia y en un bautismo. Sospecho que hasta cuando estaba solo hacia política con él mismo como para despuntar el vicio. El senador Felipe Michlig le rindió un homenaje cuando ya estaba afectado por la enfermedad. Y el homenaje consistió en entregarle una nota que yo escribí en su momento cuando se accidentó en Río Negro. Fue una nota encuadrada y hubo un acto público para entregársela. Michlig insistió que el cuadro lo entregue yo. Y fue lo que hice.
Salvo a Vernet y Reviglio, entrevisté a todos los gobernadores. Desde Carlos Reutemann a Omar Perotti, pasando por Jorge Obeid, Hermes Binner, Antonio Bonfatti y Miguel Lifschitz. ¿Cuál fue mi preferido? Jorge Obeid. Nada personal contra los otros, pero con el Turco nos conocíamos desde gurises. Nunca compartimos ideas políticas, pero compartimos afectos que a veces suelen ser más importantes que la política. Nunca lo voté, pero siempre conversamos muy bien. Más de una vez nos enojamos, pero los enojos duraban poco. Conversamos en bares, en clubes, en la calle, en sus despachos, en el diario. Saboreamos un tequila en un rantifuso bodegón mexicano un sábado a la madrugada. Los dos solos. Sin protocolo, sin seguridad. Pero divertidos. Más de una vez me invitó a su casa a compartir un asado y un vino. Conocí a su esposa y a sus hijos. Y la cordialidad de su esposa y sus hijos. Con Reutemann conversé mucho, hasta donde era posible conversar mucho con Reutemann. Alguna vez viajamos dos días en auto. Estaba de campaña electoral, si es que puede llamarse campaña electoral a una gira en la que no había actos públicos y el único discurso de Reutemann era que nos aguardaban momentos duros. Nada más. No sé qué agencia de publicidad le aconsejó esa estrategia -sospecho que ninguna- pero lo cierto es que con esa "anticampaña" fue el gobernador más votado no sé si de la historia de la provincia pero sí desde 1983. Con Hermes Binner hablé muchísimas veces. No era lo que se dice un muchacho expansivo, pero sus opiniones eran muy claras y sus decisiones muy certeras. Alguna vez nos encontramos en La Casa del Libro, la librería levantada en el corazón de la Gran Vía de Madrid. Fue un encuentro casual. Yo estaba paseando por una de mis ciudades preferidas y él asistía a una reunión de la Internacional Socialista. Recuerdo que escribí una crónica en la que entre otras consideraciones decía: "A Hermes no lo encontré en un prostíbulo, en un desfile de modelos; en una casa de masajes, lo encontré como corresponde a un socialista en una librería, mirando las últimas novedades editoriales". También hablé mucho con Bonfatti. Si cierto tono populista me fuera permitido, diría que era el socialista con más calle. Se le notaba en la manera de hablar, de sonreír. Con Miguel Lifschitz recuerdo que nos encontramos en un almuerzo. También estaban Rubén Giustiniani y José Corral. Y el gran Sábat. Motivo: un homenaje a Alfredo Palacios.
No alcanza esta columna para contar historias. Prometo nuevas ediciones. Pero por ahora evoco entrevistados con quienes conversar era un verdadero placer. Pienso en el Tigre Caballero, vital, expansivo, polémico. Me lo presentó a principios de los ochenta el Bicho Barberis. Con el Tigre terminábamos de cenar o almorzar y entonces venía lo mejor: las anécdotas, las historias, los chismes. Todo regado con buen vino. Pienso, en Guillermo Estévez Boero. La penúltima vez que conversé con él fue en Pinamar. Motivo: una concentración nacional en repudio al asesinato de José Luis Cabezas. Daba gusto conversar con el "Loco", como le decían sus amigos en tiempos universitarios. Culto, sutil, pícaro. Político a tiempo completo. Fue un gran dirigente socialista y uno de los últimos caudillos del movimiento estudiantil. Un entrevistado preferido fue Alberto Natale. Lo conocí gracias a la gestión de un amigo que fue su correligionario. Me refiero a Carlos Caballero Martín. Con Natale hablábamos durante la entrevista y seguíamos hablando después de la entrevista. La política era el tema, pero le gustaba el jazz y las novelas policiales. Con Horacio Rosatti, el Rosatti político no el juez de la Corte, conversé muchas veces y discutí muchas veces. Fueron siempre entrevistas cordiales donde todas las preguntas y todas las respuestas estaban permitidas. Y ya que hablé de Rosatti, digo que también conversé más de una vez con Ricardo Lorenzetti. En realidad con Lorenzetti nos conocíamos de los años setenta, cuando yo no pensaba ser periodista y él seguramente no pensaba ser juez de la Corte. Nunca olvido una asamblea de estudiantes en el Aula Alberdi de la facultad de Derecho. Fecha: febrero de 1976, es decir, falta un mes para el golpe de Estado. Recuerdo tres oradores: Adolfo Stubrin por Franja Morada; el que escribe esta nota por el MOR y Lorenzetti por la JUP. Fue la última asamblea. Después se precipitaron seis o siete años de silencio con su cuota de luto y muerte.
A los intendentes los entrevisté a todos, menos al primero, Tomás Camilo Berdat. Sin duda que la entrevista más divertida y hasta desopilante fue con el Bataraz Martínez. Ya para entonces no era intendente y lanzaba sapos y culebras contra sus compañeros de partido. Con Marcelo Álvarez conversé mucho y más allá de lo que se diga o se deje de decir, siempre me pareció injusto el costo que pagó por una inundación de la que, a pesar de las apariencias, no era el exclusivo responsable. Con Enrique Muttis hablábamos de historia y de periodismo. Una vez desayuné en su casa y recuerdo la generosa cordialidad de su esposa. A Mario Barletta y José Corral debería dedicarles una nota aparte, porque a ellos los entrevisté primero como funcionarios universitarios, luego como políticos y finalmente como intendentes. No era fácil entrevistarlos. Los radicales son complicados para las entrevistas. Incluidos los radicales amigos. Y no me quejo; por el contrario pienso que así debe ser. Por lo menos es lo que a mí me gusta. Jamás admití entrevistas complacientes. Otro de mis entrevistados preferidos fue el Turco Maguid. La pasábamos bien, pero no disimulábamos diferencias. Alguna vez me trató de gorila y alguna vez yo le pregunté si de verdad era un sindicalista mafioso. Me contestó, riéndose, que para tanto no le daba el cuero. Alguna vez me contrató para que dicte un curso de Historia Argentina en el sindicato. Le pregunté por qué contrataba a un docente que no coincidía con la historiografía peronista. Le brillaron los ojos; después dijo: "Te contrato porque sus un buen profesor y te contrato para cagarme de risa de la cara que van a poner los peronistas cuando se enteren".