Los medios de comunicación tienen la difícil tarea de encontrar un equilibrio entre la función de informar y también entretener. A propósito, las "notas de color" son un recurso necesario, en tanto proporcionan un respiro para el lector acosado por las malas noticias del día. Entre un sinfín de publicaciones análogas, por ejemplo, un reciente artículo se titula: "Qué significa tener siempre el celular en silencio, según la psicología".
Se trata de una formulación que condensa una serie de presupuestos, de los cuales pueden destacarse al menos dos. Por un lado, se asume que existe una correspondencia directa entre una conducta y un significado, hecho que resulta un reduccionismo, especialmente en su pretensión de universalidad. Por el otro, se entiende que la disciplina llamada Psicología es un campo homogéneo cuyo juicio, sobre tal o cual asunto, gozaría de un consenso unificado. Existen cientos de corrientes y escuelas en el campo de la psicología, muy distantes en cuanto a su concepción de sujeto, método y objetivos terapéuticos. Así, ambos presupuestos en el título son igualmente discutibles.
Es preciso acordar que la comunicación no se limita al intercambio de mensajes entre un emisor y un receptor. Incluso, entre uno y otro, existe un abismo de sentidos que los malentendidos atestiguan una y otra vez. Por supuesto, el diccionario de la lengua hace sus esfuerzos para unir un significante y un significado, lo cual permite al menos un entendimiento relativo entre las partes. Sin embargo, siempre habrá una diferencia entre lo que se dice y lo que se escucha, en tanto cada uno escucha con la mediación de su propia chifladura. No es distinto cuando se trata de interpretar la significación de las conductas humanas.
El artículo en cuestión prosigue así: "Un estudio sugiere que esta práctica le permite a las personas ser más productivas en sus tareas, dado que evitan las distracciones". Desde un punto de vista cultural, es claro que en nuestra época el criterio de legitimación del conocimiento se sostiene en el modelo científico, en una función equivalente a las Sagradas Escrituras en la Edad Media. Más allá de las diferencias, uno y otro distinguen el lugar de la verdad, tachando de herejes o metafísicos -según sea el caso-, a quienes no se ajusten a sus procedimientos.
Los estudios suelen utilizar métodos estadísticos en sus conclusiones, sean deductivos o inductivos, lo cual siempre entra en conflicto con el caso particular. Dicho de otro modo, cuando se trata de decisiones gubernamentales, las estadísticas son útiles para orientar las políticas públicas que afectan a una población. No obstante, cuando la indagación recae sobre la significación de la conducta de un sujeto, sus alcances son limitados. Al respecto, un escritor ironizaba: "La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno". En pocas palabras y hasta nuevo aviso, el caso singular es rebelde a la generalización.
En cuanto a los dispositivos tecnológicos silenciados, quizá una persona explique que no se lleva bien con la hiperconectividad moderna, procurando invertir su tiempo y energías en otra cosa, con indiferencia de los índices de productividad. Otro, en cambio, por diferentes motivos, buscará así evadir las demandas y solicitudes de sus lazos. También, inspirado en los consejos de los expertos en estrategias de superación personal y salud integral, alguien llegará a pensar que la relación con la tecnología comienza a tomar tintes adictivos. Puede que un cuarto se proponga producir un "vacío virtual", para luego comprobar los efectos de su ausencia, según los embrollos propios del narcisismo. Sea como fuere, siempre es uno por uno.
Se ha dicho muchas veces que la condición humana se lleva mal con los enigmas, hecho constatable en la búsqueda infinita de sentido. Aquí la idea de base es que toda conducta tiene un significado por descubrir, si acaso se investiga lo suficiente. Otras veces el significado supuesto no es más que una proyección, es decir, un movimiento egocéntrico en el cual se imputa a un tercero aquello que uno piensa. Así, si a uno mismo le molesta ser siempre "localizable", entonces pensará que a sus semejantes les sucede lo mismo. Como refería Protágoras en su tiempo: "El hombre es la medida de todas las cosas". Por ende, que alguien decida apagar su celular para ser más productivo y enfocarse en la tarea que tiene por delante, dice poco y nada del vecino.
El estudio citado indica que las personas silencian su celular para evitar distracciones, inferencia poco casual en un sistema capitalista, donde un ideal de eficiencia se ha naturalizado como la buena medida del ciudadano ejemplar, aquel cuyo empeño hace progresar a una sociedad. Tanto, que nuestra ápoca propone un diagnóstico en salud mental para los niños que "no prestan atención suficiente a los detalles o cometen errores por descuido en las tareas", el llamado Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH).
Más allá de la narrativa y las promesas del discurso capitalista, existen tantos motivos por los cuales silenciar el celular -de los mejores a los peores-, que solo podría resolverse preguntando uno por uno. Además de poco práctico, nada indica que sea un esfuerzo necesario o una precisión significativa en nuestro contexto.
También es cierto que el psicoanálisis se sirve de la interpretación en su procedimiento terapéutico. La diferencia es que allí no todo es interpretable, sino aquello que produce malestar en la vida de quien consulta, siempre y cuando él mismo esté implicado en ese trabajo de desciframiento.
Tanto Sigmund Freud como Jacques Lacan han insistido en que un psicoanálisis no es una aventura intelectual, del tipo "conócete a ti mismo", según el célebre aforismo que invita a un camino introspectivo. Un trayecto de análisis es impensable sin la necesidad de ejercitar la pregunta sobre las causas del propio malestar, en el afán de causar un cambio en la posición subjetiva inicial. Evidentemente, no para ser más productivo, sino para vivir un poco mejor.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.
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