Quienes se interesan en el psicoanálisis, saben que allí son frecuentes las referencias a otros discursos y disciplinas. A la hora de abordar los problemas que surgen de la práctica clínica, aquellos que atañen a los laberintos del malestar en el ser-hablante, la investigación psicoanalítica encuentra puntos de apoyo tanto en la literatura como en la mitología, otras veces en la filosofía, la historia y la arqueología, también en la lingüística, la lógica, las matemáticas, la topología, la óptica, la etología y un largo etcétera.
Sobre los motivos de esta búsqueda sistemática en otros saberes de la cultura, no se trata, sencillamente, de un gusto impostado por la erudición o una afinidad por la llamada interdisciplina. Existen razones más estructurales, relacionadas con una concepción singular del conocimiento de las cosas y hechos del mundo.
Ya en los momentos inaugurales, cuando Sigmund Freud reflexionaba sobre su condición de inventor del psicoanálisis, evocó el concepto de "criptomnesia" para matizar la idea de un movimiento creacionista solitario. El término en cuestión explica que, tras una idea original, hay que suponer un conjunto de aportes preexistentes que allí obran en silencio y preparan su cristalización definitiva. Ya al final de su vida escribe: "Dada la extensión de mis lecturas en años tempranos, nunca puedo estar seguro de que mi supuesta creación nueva no fuera una operación de la criptomnesia". En pocas palabras, la invención no es sin otros.
Tiempo después, el psicoanalista Jacques Lacan propuso leer la experiencia clínica a través de la teoría de los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario. Sobre lo real, debe precisarse que no se confunde con la idea común de realidad, es algo más difícil de comprender. Lo real es aquello que no puede ser simbolizado, por más esfuerzos que se destinen en la infinitud del tiempo. Suele ejemplificarse con la muerte, es decir, lo imposible de significar para cada quien. En tal sentido, Freud entendía que la propia muerte es irrepresentable en el psiquismo, delimitando así un agujero en la simbolización.
Otro modo de aproximarse a la noción de lo real, es asumir que la complejidad del mundo nos excede, o lo que es lo mismo, que nuestra capacidad de entendimiento tiene límites concretos. Dicho de otro modo, todo problema es siempre más complejo que el modo en que podemos representarlo en el pensamiento. Entonces, ante un Todo inabarcable, cada disciplina aporta una clave conceptual con la cual produce lecturas e interpretaciones de la realidad. Dicha clave produce hallazgos muy valiosos, pero también hay un efecto necesario de pérdida, algo que se escapa por otro lado.
Si tomamos la antigua metáfora griega del saber cómo una antorcha que nos sustrae de las tinieblas de la ignorancia, se comprenderá que, si iluminamos aquí, entonces se oscurece allá. Todo concepto es potencia y límite, visibiliza y oculta en un mismo movimiento. Por eso se dice, al menos cuando prima la mesura, que cada disciplina introduce una perspectiva y no lo verdadero sobre lo verdadero. Un problema clásico es que tendemos a fascinarnos con nuestras perspectivas.
Por ejemplo, cuando se quiere explicar el fenómeno de la guerra, los psicoanalistas suelen destacar las tendencias agresivas del ser humano bajo el concepto de "pulsión de muerte". Al mismo tiempo, los historiadores proponen causas relacionadas con la geopolítica global y las necesidades pragmáticas de los Estados modernos. Más importante que imponer una explicación causal, por mucho que nos simpatice la propia, es tomar nota de su insuficiencia. En efecto, el porqué de una guerra es algo mucho más complejo. Quizá ambas perspectivas sean una condición necesaria pero no suficiente.
Aunque exista lo imposible de abordar en su totalidad, no es excusa para caer en la inhibición o en el sin sentido de toda búsqueda. Una vez que se asume el límite de la disciplina de procedencia, entonces la curiosidad se despierta y se abren los oídos hacia otros discursos. Lo imposible de simbolizar puede, si no decirse, al menos bordearse, atrapando así una de sus múltiples dimensiones cada vez.
La historia del psicoanálisis muestra que estos intentos de simbolización pueden provenir de cualquier disciplina o movimiento cultural, siendo el arte uno de esos campos de interés. Un célebre escritor decía que "el arte es un espejo que se adelanta, como a veces los relojes".
En sus investigaciones sobre las psicosis, por ejemplo, Lacan prestó especial atención a la novela "El arrebato de Lol V. Stein" (1964) de Marguerite Duras y también se detuvo en el film "Él" (1953) de Luis Buñuel, el cual narra el devenir de una crisis paranoica. También investigó objetos de la topología -una rama de la geometría-, en especial el llamado "Nudo Borromeo" (un mínimo de tres redondeles de cuerda trabados entre sí). Fue un hallazgo que le permitió pensar un modo de relación entre los registros Real, Simbólico e Imaginario.
A propósito, en este punto se presenta una polémica. En tanto el psicoanálisis sufre de los personalismos, no es lo mismo estudiar topología para entender qué quiso decir Lacan en tal o cual pasaje de su obra, que preguntarse qué están investigando los topólogos hoy en día, y cómo eso podría ayudarnos a pensar nuestros problemas. La diferencia no es sutil, en un caso la reflexión se detiene en el culto a una figura destacada, en el otro nos abrimos a la dignidad de una búsqueda sin garantías.
Los argumentos que anteceden funcionan aquí al modo de una invitación. El Taller de Psicoanálisis de nuestra ciudad inaugura el ciclo "Entre discursos", cuyo primer encuentro tendrá lugar el día sábado 7 de diciembre, a partir de las 10 en ATE, San Luis 2854. En esta oportunidad disertarán Jorge Yunis (bajo el título "El amor cortés y sus consecuencias") y Matías Torres (bajo el título "Una teoría de la conversación"). Es una actividad abierta al público y sin arancel.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.
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