Las creencias no son simples productos de la imaginación.
Las creencias no son simples productos de la imaginación.
-Felix Mittermeier
En el campo de las ideas existen polémicas que persisten en el tiempo, más allá de la época en cuestión. Entre ellas, aquella puja intelectual entre racionalistas y metafísicos, entre escépticos y creyentes, entre el pensamiento científico y la sensibilidad de las prácticas espirituales. Por supuesto, toda oposición de términos es siempre un forzamiento reduccionista, la complejidad del mundo no puede atraparse en binarismos.
Entre los atributos del Homo sapiens, suele destacarse que nuestra especie es curiosa. Dicho de otro modo, he aquí la otra cara de la misma moneda, puede decirse que toleramos mal los enigmas del mundo circundante y por eso tendemos a cerrarlos alternando conjeturas e hipótesis de diversa naturaleza.
Por ejemplo, es claro que en la prehistoria nuestros ancestros no contemplaban el cielo nocturno con indiferencia. Aquellos puntos luminosos distribuidos en la bóveda celeste -las estrellas y los astros para nosotros-, adquirieron un sentido diferente en cada cultura según sus necesidades simbólicas. En un caso devienen la morada final de las almas que han dejado atrás su materialidad corpórea, en otro se ofrecen a la interpretación como signos sutiles del designio de los dioses antiguos, incluso hoy también pueden utilizarse para tipificar las estructuras de personalidad o predecir el futuro mismo.
La irrupción del discurso de la ciencia moderna introdujo un giro inesperado, desde entonces las estrellas parecen haber caído en una suerte de mutismo. A propósito, en el segundo año de su Seminario, el psicoanalista Jacques Lacan se preguntó por qué los planetas ya no hablan. Puesto que no tienen boca, respondía con literalidad alguien que se desentendía demasiado rápido de la dimensión metafórica de este asunto. A su turno, Lacan agrega: "Es algo adquirido después de Newton: las estrellas no hablan, los planetas son mudos porque se los ha hecho callar" (1954-55, página 359).
Efectivamente, la ciencia ha matematizado el movimiento de los astros, reduciendo su misterio a una regularidad predecible según la ley de gravitación universal. Aunque sumemos todos los esfuerzos, más allá de las ofrendas y sacrificios en los altares de la tierra y el mar, hasta nuevo aviso el cometa Halley surcará el firmamento cada 75 años aproximadamente. Más allá de las danzas rituales y festividades, lloverá cuando el vapor de agua en la atmósfera supere cierto umbral de condensación. El Sol, antiguo padre de la creación, fuente infinita de luz y secreto primero de la vida, en adelante es reducido a no ser más que una esfera de hidrógeno que se consume a sí misma, cuyo ocaso es también fechable con cierta exactitud, en función de las propiedades fisicoquímicas de sus átomos y moléculas. Aquí la operación de la ciencia es igual a un vaciamiento de sentido.
Cuando un eclipse solar sorprendía a una civilización arcaica, es poco probable que el avistamiento permaneciera como un simple hecho curioso. Si acaso poseía valor de acontecimiento, es porque el afán de comprender lleva a introducir interpretaciones que más tarde devienen creencias populares. En un caso, un mal augurio respecto de las próximas cosechas, en otro un llamado a rectificar el curso moral de esa cultura, entre otros. Siempre es inquietante la repentina pérdida del orden cotidiano, por eso Sigmund Freud ubicaba allí la irrupción de lo siniestro, es decir, cuando lo familiar se hace extraño.
Por el contrario, las interpretaciones pacifican los enigmas, aunque no siempre ni necesariamente. Cuando funcionan, se trata de una donación de sentido que permite reintegrar la anomalía en una trama simbólica y así defenderse, aunque sea un poco, del carácter amenazante de la contingencia.
Aunque hoy sabemos que el sábado 6 de febrero de 2027 ocurrirá un eclipse solar anular visible en todo el territorio argentino, eso no impide que las estrellas sigan hablando. A pesar del conocimiento que introdujo la ciencia, la mayoría de los medios de comunicación masiva reservan un lugar al horóscopo. La astrología, entendida como un conjunto de creencias y tradiciones, tampoco ha perdido fuerza como práctica en lo cotidiano, entre tantas otras.
Los escépticos racionalistas dirán que las estrellas no hablan, sino que se las hace hablar, tal como el lazo entre el ventrílocuo y su marioneta. Sin embargo, no solo las creencias llevan a precipitarse y comprender demasiado rápido, la soberbia también. Las interpretaciones subjetivas y las creencias populares, no son simples productos de una imaginación frondosa que se toma licencias aquí y allá, puede decirse que cumplen una función necesaria, tanto en la psicología individual como en el conjunto social.
A su vez, para matizar la distancia entre escépticos y creyentes, en sus orígenes la ciencia es menos atea de lo que se espera. En 1623 Galileo Galilei escribió que es necesario "entender la naturaleza como un libro abierto (…) escrito con caracteres matemáticos y geométricos". Así, asumir que en la naturaleza existe un conocimiento codificado en símbolos matemáticos o inferir que el saber está allí en espera desde el principio, es igual a suponer la existencia de una entidad superior, arquitecto primero y único del cosmos. Es igual cuando decimos que "la naturaleza es sabia". En suma, se trata de la clásica diferencia entre propósito y azar.
De cualquier modo, más allá de si los planetas hablan o son hablados, lo importante es la relación entre el ser hablante y su representación del mundo. ¿Por qué introducimos sentidos e interpretaciones? Un universo vaciado de sentido es algo muy difícil de soportar, en tanto nos confronta con un desolador sentimiento de orfandad. Se comprenderá entonces que los sentidos tejen un velo simbólico entre el caminante y el desierto, necesario a la hora de arreglárselas con las vicisitudes de la existencia. Aunque en ocasiones las creencias pueden embrollar las cosas, otras veces hacen del mundo un lugar más habitable y no simplemente una roca solitaria que gravita en la inmensidad del vacío exterior.
Ignacio Neffen; Psicoanalista, docente y escritor.
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