El 1 de Julio de 1974 muere Juan Domingo Perón. Dice mi amigo Edgard que debería comenzar desde allí el errático destino del peronismo sin Perón. Tiene certeza su pedido. Podría ser antes, cuando mataron a José Ignacio Rucci (septiembre de 1973) y los montoneros se convirtieron en asesinos. Para otros el secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu es una fecha clave (junio de 1970), y desde allí los montoneros son asesinos. La emboscada y asesinato de un asesino, el general Juan Carlos Sánchez (abril de 1972), es otra fecha. La bomba en el comedor (julio de 1976), que tan claramente describe Ceferino Reato en su libro ("Masacre en el comedor"), resume la determinación de la violencia como lenguaje y muestra a uno de los mejores escritores participando activamente: Rodolfo Walsh.
El perdón es diferente si se tiene buena o mala memoria y más o menos poder. Fueron asesinos. Son asesinos. Toda muerte de estas características comporta un asesinato. También el 16 de setiembre del 1955. Fechas hay muchas. Basurales de León Suárez. Es curioso: el montonerismo fluía y refluía en los partidos políticos reivindicando su condición heroica y quitando calidad de homicidio a sus ejecuciones y los integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) no han logrado tal calidad de perdón.
Parecería que cesó ese flujo por vejez. El tinte heroico de Montoneros y su constante fluir en el peronismo y sus alrededores quitó seriedad y equilibrio al juicio sobre aquellos años. Aún está en discusión la década porque los sobrevivientes insisten en sus actos como medallas del honor.
Nadie puede desconocer ni una sola de las muertes decididas por el Partido Militar. Sus secuestros, torturas seguidas de muerte, desapariciones, raptos, actos reñidos con cualquier concepto de defensa del hombre, constituyen una flagrante violación de los Derechos Humanos y las dos veces que el Partido Militar estuvo en el poder, acompañado de civiles que facilitaron el ejercicio burocrático después de una toma violenta del país, fueron eso: feroces asesinos pisoteando derechos humanos y, a la vez, torciendo la historia del país.
El Partido Militar impuso su terror desde 1966 a 1973 y desde 1976 a 1983. Cuesta salir de su condena, dejarlos allá, condenados para siempre y arrancar. Pareciese que el pasado no se cierra por decreto. Ni siquiera con un Juicio a las Juntas, tal vez el acontecimiento más importante de la democracia desde 1983 a la fecha. No alcanzó. Todos los días lo tapan un poco más.
Sostuve, con amigos con quienes conversamos sobre la actualidad política argentina, en franco debate de impresiones y entendederas, que el último discurso de CFK, realizado sobre el 23 de setiembre de 2023, con referencias al triunfo peronista de septiembre de 1973, es importante porque sus anteojeras son estupendas, cierran todo. CFK desdeña y manda al olvido todo, hasta a Isabel y la primera mujer en la presidencia. Cristina menciona el triunfo de Perón, lo relaciona con ella, que es la que más se acercó a esa cantidad porcentual de votos en la elección que, ya viuda, le gana a Hermes Binner (angelito de Dios, un hombre solo en mitad de una tormenta).
Su relato del 23 de septiembre de 2023 constituye, una pieza que no podrían construir ni Sergio Massa ni Patricia Bullrich, y mucho menos Javier Milei. Economía. Peronismo. El país entero en una sola melodía. Por eso reitero: su capacidad como oradora supera ampliamente, creo, la capacidad de los tres candidatos a presidente. Y se corresponde, además, con otro modo de captar voluntades, votos, amores, preferencias o, acaso, otro método de resignación porque ella está diciendo: "No me quiero ir del centro de la escena". Pablo Milanés canta "nos vamos poniendo viejos" (Luca Prodan replicaba: "nos vamos poniendo tecnos")
Veía sus mohines sobre la cámara que enfocaba su perfil izquierdo. Escuchaba sus palabras y cerraba más este concepto: es la última de ese género de construcción política. Cristina es el final. Esquivo los adjetivos despectivos que suele reunir su sola mención. La vida va por fuera… corrección, debería ir por fuera de sus injustas reflexiones sobre el tiempo que pasó y cada referencia al pasado es una relectura siempre defectuosa, incompleta, con clara tendencia a girar hacia la justificación de la violencia y el olvido de la democracia. Cuando el pasado se vuelve autoreferencial, no hay límites para el egoísmo. Y Cristina es esencialmente egoísta.
Con los años se hacen más visibles las mentiras flagrantes y los voluntarios olvidos. Error: omisiones. CFK construye una épica que, en todos los casos, remite a dos hechos: la familia K vino a salvarnos de la década del 90 y del desastre de Fernando de la Rúa y la Alianza. La familia K repone lo mejor del peronismo, la década del 70, de la que fueron oyentes desde la lejanía, y es un deber preguntarnos qué cosa buena tuvo aquella década donde el asesinato y la intemperancia, el fuera de la ley y el abuso fueron el mensaje que se dio y más: desde donde se emitiese el mensaje, daba igual. Sólo la violencia aparentaba solucionar aquello que la violencia desacomodaba. Cuidado: todo golpe de Estado es violencia sobre los Derechos Humanos y la Constitución.
Todos entendieron ese mensaje y el punto es este: ¿Estamos pagando la ausencia de conciencia democrática que aquella década impuso como sustancia del actor político? ¿Todavía? Debo insistir en esto: desde la década del 70 se admite que la violencia, la intemperancia y el desdén por el otro son parte de la actuación política en Argentina. En otros sitios del mundo "parlamentar" es acordar para gobernar pero aquí no. Acordar es malo y gobernar para todos no es un eje único es, apenas, una circunstancia menor ya que el núcleo es dominar, absorber el poder y gozarlo. Plántese en este lugar y advertirá que en esta argumentación está el germen que quitó valor al fenomenal coraje de Raúl Alfonsín.
Con esa advertencia en la previa de cualquier discurso de CFK mirarla es sencillo. En otro comentario escribí esto: "Cristina ya es de una burbuja planetaria menos poética que el planeta de El Principito". Aconsejo buscar sus discursos. Verla desconectada del tiempo y real y, con la ventaja en el manejo de la perillita del avance y retrocede en you tube, en la soledad del escritorio (nadie de mi grupo familiar aguanta mis horarios para ciertas cosas, como escuchar un discurso completo de Cristina) me afirmo en este punto. No tiene memoria amplia, obvio que hay mentiras flagrantes y lecturas sesgadas, que el "panoptismo" sobre la realidad no es su fuerte.
CFK no tiene memoria amplia sino un discurso personal e inconstante. Su fortaleza se planta en "déjame hablar sola, no me contradigas, escuchá la palabra revelada". Lo pide. Sucede. CFK obliga a un ejercicio desgastante: las malezas, el follaje que construye con sus contradicciones. Buena parte de los que llegan a la política en este siglo XXI ya ni la escuchan, ni la leen, ni la atienden… ni la entienden. Ese juego al que ya no juega con el peso específico de antes la lleva a mas exageraciones y autoreferencias. No es lo que era pero, caramba, existe.
Convendría analizar si en CFK, en cada una de sus intervenciones, no aparece el testimonio de un país que ya no está y un destino que se perdió. Es la última a la que dejan actuar políticamente de este modo. Razones habrá, pero con ella termina esa Gestalt tramposa donde fondo y forma se ensombrecen hasta volverse otra cosa, otro sistema solar. Otro planeta que insisto, es más lúgubre que el de El Principito.
La historia no la escriben los que pierden o los que ganan. El texto de Eduardo Mignogna caducó, es perdedor, ahora perdedor. La historia la rescriben en cada discurso. El porvenir se escapa de tanto refuncionalizar el pasado, acomodándolo a lo que ahora somos porque es claro: no somos los mismos (Pablo Neruda)
El libro de Reato sobre Rucci deja las nalgas al aire de quienes sostenían Montoneros y humanismo. Con el libro sobre Videla fue tan insultado (Reato) que era visible que nadie quería dos visiones, cada una desde su sitio, sobre un mismo hecho y el libro "Masacre en el comedor" pone a Walsh como cerebro de un atentado y asesinatos y nadie lee lo que está escrito porque hay una determinación: la década del 70 fue así y así, y listo.
El Libro de Juan Manuel Abal Medina ("Conocer a Perón") se lee como una anécdota indulgente sobre el uso y abuso de un viejo caudillo que se daba cuenta pero que perdonaba, por vejez, aquello que no podía remediar. Cuando pudo hablar fue claro: el 1 de mayo de 1974 los echó de una Plaza de Mayo convocada por el peronismo. Todos los libros omiten ése día.
Volver y volver sobre los 70 es una elección de vida que se acerca a su fin. En octubre, tal vez en noviembre, habrá nuevo presidente. Los tres candidatos tienen un hecho en común. La década del 70 es siniestra y no la vivió Milei. Es nefasta y no la vivió Massa. Es conveniente que no se la mencionen a la Bullrich.
Queda un solo discurso con aquel folclore. No es candidata. Uno mira y mira las boletas y no está CFK. Axel Kicillof, el que más posibilidades tiene de retener un feudo, no es albacea testamentario de aquella década. Falta poco para que cambie la película y solo cabe advertir que no los engañen los historiadores del negocio de la nostalgia: la década del 70 terminó. Advertencia: solo el tropiezo del porvenir reconstruye el ayer. Políticamente Argentina es una tierra de desconfianzas: esto es una advertencia… y es una desgracia.