I
¿Qué piensa hacer el gobierno de aquí en más? No lo sabemos. Lo único que se conoce es una convocatoria a un diálogo que carece de agenda, temario y sobre todo carece de credibilidad.
I
Supongo que a dos o tres días de las elecciones no debería ser motivo de discusión quién ganó y quién perdió. Supongo, además, que la movilización del miércoles (estoy escribiendo el martes a la noche) no alterará los resultados de las urnas. A a decir verdad, no sé si el gobierno nacional en la voz del presidente ratificará la movilización de "festejo", pero preveo las clásicas algaradas peronistas con colectivos y gente "espontáneamente" convocadas bajo la promesa del sabroso choripán, el regocijante tetrabric o la sombría amenaza de la suspensión de algún plan social. Si la movilización no concluye con alguna salvajada, lo más probable es que pocas horas después de finalizado el acto nadie se acuerde él, salvo los acreedores que se benefician económicamente con estas gesta, y salvo el interrogante abierto acerca de cuáles fueron los motivos de festejos para un gobierno que perdió de manera concluyente las elecciones y a quien le aguarda una travesía de dos años en un país con índices sociales y económicos deplorables. ¿Por qué la convocatoria además de festejar un triunfo inexistente? La respuesta pertenece al territorio imaginario de los mitos populistas devaluados. La creencia o la fe en que una multitud en la plaza es el "pueblo" que lava todos los pecados.
II
¿Qué piensa hacer el gobierno de aquí en más? No lo sabemos, pero me temo que el primero en no saberlo es el propio gobierno. Lo único que se conoce es una convocatoria a un diálogo que carece de agenda, temario y sobre todo carece de credibilidad. Si en algo hay acuerdo en la oposición en estos días, es en que no está dispuesta a reducir el diálogo a una foto o a una declaración plagada de buenas intenciones. La otra certeza es que a la hora de sentarse hablar, del lado del gobierno ya no alcanza con la presencia de un presidente con su palabra y su poder devaluado. Cualquier conversación -aunque más no sea para ponerse de acuerdo si la ventana del la Cámara de Diputados debe estar abierta o cerrada (fue el exclusivo aporte de Cámpora a un célebre debate parlamentario)- exigirá la presencia de Cristina, Massa y probablemente Guzmán. No sé si todos juntos son más creíbles, pero está claro que hablar con el presidente exclusivamente es lo más parecido a "soplar en el viento".
III
¿Es necesario hablar? La pregunta en sí misma es preocupante porque se supone que en democracia el diálogo es uno de los componentes necesarios y decisivos. Sin embargo en la Argentina esta exigencia hay que ponerla en signos de pregunta. Y esto parece ser así porque el primero que en términos prácticos ha rechazado el recurso del diálogo ha sido el gobierno. Lo ha rechazado, y cuando ha accedido a algo parecido lo ha traicionado o lo ha manipulado. De todos modos el diálogo como concepto nunca debe ser negado, pero sí importa exigir a condición algunas garantías mínimas. No me queda claro que el actual gobierno nacional esté en condiciones de brindar esas garantías mínimas. Lo que la oposición ha dicho por lo pronto es que cualquier posibilidad real de entendimiento debe realizarse en el Congreso. Es lo que prescribe la Constitución y la prudencia política. Se conversa en el parlamento sobre temas puntuales. En una democracia que merece ese nombre el oficialismo gobierna y la oposición controla. Aprueba lo que considera justo y observa excesos o errores.
IV
Se sabe que la oposición se constituye como tal no por capricho de un dirigente, sino porque ése es el mandato que le dieron sus votantes. Acerca de la calidad de ese mandato hay mucho para hablar, pero en el caso que nos ocupa me parece que ha quedado muy claro que ese mandato expresado por más de nueve millones de votos exige oponerse, poner límites y no caer en celadas colaboracionistas, entendidas como tales acuerdos que solo apuntan a lavarle la cara al oficialismo sin ninguna otra garantía a cambio. Al respecto, otra certeza que parece unir a Juntos por el Cambio es la decisión de no cogobernar, iniciativa que por el momento nadie -ni de un lado ni del otro- ha promovido, pero que suele alentar la fantasía de algún que otro dirigente opositor de "cuyo nombre no quiero acordarme".
V
Más allá de las peripecias electorales, de las danzas y contradanzas más o menos pintorescas, importa destacar algunas cuestiones que no por obvias deben ser tenidas en cuenta. Los argentinos votaron y lo hicieron en condiciones óptimas de libertad. Puede haber habido alguna que otra irregularidad, (siempre las hay) pero convengamos que los comicios fueron limpios y uno de los datos concluyentes de esa limpieza es que el gobierno, más allá de su retórica, perdió las elecciones, balance que no ocurre, por ejemplo, en Nicaragua y en otras autocracias electivas. El país no anda bien y al respecto no es necesario abundar en detalles, pero las elecciones se celebraron pacíficamente y sus resultados no provocaron escándalos institucionales ni políticos. Las relaciones de fuerzas en el poder se han reacomodado a favor de la oposición, pero en un marco de equilibrio de fuerzas. La oposición ganó pero no tomó el poder; el oficialismo fue derrotado pero no vencido. Hubo muchas abstenciones. Según los entendidos el nivel de participación fue el más bajo desde 1983. No es una buena noticia para la democracia. Pero tampoco es una tragedia. Hacia derecha e izquierda han crecido opciones políticas a tener en cuenta, aunque habría que decir al mismo tiempo que ninguna de ellas tiene por el momento posibilidades reales de alterar la actual lógica política. En la mayoría de las democracias modernas estos fenómenos ocurren. No son para subestimarlos pero tampoco para sobrestimarlos. Bregman no va a liderar el asalto al Palacio de Invierno, y Milei no será un nuevo Führer. La existencia de estos dirigentes son el síntoma de una disconformidad, pero habría que preguntarse si esa disconformidad responde a las actuales carencias políticas de nuestra democracia real o es el componente constitutivo de las actuales sociedades de masas. Milei y Bregman existen políticamente. Y agradables o no, la democracia para ser leal a su ética debe darles el lugar que se merecen. Dicho esto, su presencia no me hace perder el sueño. Siguen siendo minorías sin posibilidades reales de poder. ¿Podrán serlo mañana? No lo sé. Pero para que ello ocurra deberíamos hundirnos en una sucesión de tragedias que espero no intentemos protagonizar. Y además está en discusión si a su actual representatividad podrán sostenerla. Muchos de los que hoy votan a Milei o a Bregman lo hacen por motivos muy diferentes a los que Milei y Bregman creen que los votan.
A la hora de sentarse a hablar, ya no alcanza con la presencia del presidente. Cualquier conversación exigirá la presencia de Cristina, Massa y probablemente Guzmán. No sé si todos juntos son más creíbles, pero hablar sólo con el presidente es lo más parecido a "soplar en el viento".
Otra certeza que parece unir a Juntos por el Cambio es la decisión de no cogobernar, iniciativa que por el momento nadie -ni de un lado ni del otro- ha promovido, pero que suele alentar la fantasía de algún que otro dirigente opositor de "cuyo nombre no quiero acordarme".