En las elecciones del 14 de noviembre hubo ganadores, hubo perdedores y hubo derrotados. La afirmación merece relativizarse, pero sin ocultar los trazos gruesos. Juntos por el Cambio le ganó al Frente de Todos por más de ocho puntos. La cifra es concluyente y solo la alienación política o el cinismo más descarado puede desconocer ese resultado. El peronismo histórico perdió, pero continúa siendo una fuerza política gravitante en la nación. Perder no es una alegría pero tampoco es una tragedia. Perder es una de las posibilidades de las reglas de juego de la política. No hay alternancia sin perdedores y ganadores. Diferente es la derrota, cuando ésta se asimila al agotamiento de un ciclo. El peronismo perdió, pero el kirchnerismo fue derrotado sin atenuantes con su jefa incluida. La ausencia de Cristina en el acto oficial fue la confesión más elocuente de esa derrota. Fiel a su estilo, cuando la situación se complica la Señora practica el arte de la ausencia. Así lo hizo en Cromañón, en Plaza Once y en cada situación difícil. La derrota del kirchnerismo significa que un ciclo político está llegando a su fin. ¿Cómo será el último acto? ¿Qué grado de dramatismo o tragedia incluirá? ¿Qué costo deberemos pagar por contemplar ese espectáculo? No lo sabemos. Pero lo seguro es que el fin está anunciado; el guión está escrito. Y lo demás es cuestión de tiempo.
Puede que el peronismo elabore conclusiones consoladoras respecto del reciente veredicto de las urnas. Hasta es atendible que lo haga. Lo que es más complicado de entender es que confunda el consuelo con el falseamiento descarado de la realidad. Perder en dos años más de cinco millones de votos, perder en trece provincias, perder la mayoría en la Cámara de Senadores, perder en la provincia de Buenos Aires después de haber ganado hace dos años por catorce puntos, no deja lugar a demasiadas conclusiones. En el caso del kirchnerismo el balance es más ruinoso y desconsolador. Perdieron en la Patagonia irredenta. En el feudo de Santa Cruz, no solo perdieron sino que salieron terceros. La misma posición obtuvieron en ese territorio hostil, según la proverbial frase de Alberto, que se llama Córdoba. En la ciudad de Buenos Aires, Leandro Santoro podrá estar satisfecho porque le ganó a MiIei, pero ante María Eugenia Vidal perdió por una diferencia de veinte puntos. Esa diferencia en cualquier lugar del planeta se traduce con la palabra "paliza" o "goleada". Pero la pérdida más grande del kirchnerismo es su pérdida de encanto. Hasta el cuentero más inescrupuloso necesita del despliegue de ese encanto, del talento para convencer a los incautos que ellos son los responsables de sus propios perjuicios. "Le vendo al cliente el auto usado como si fuera un cero kilómetro, lo convenzo de que es justo que valga tres veces más que los otros autos en lista y además le hago firmar una cláusula que si el auto se rompe la culpa es de él y de nadie más que de él. Y no solo que lo acepta sino que queda conmigo agradecido de por vida". Ese encanto el kirchnerismo lo está perdiendo. Su magia solo produce derrotas y complicaciones.
Donde el peronismo mantuvo su caudal de votos es en Formosa, Chaco, Santiago del Estero o La Matanza, por señalar algunos lugares. Previsible. En esos lugares el plan "platita" y el plan "taxis y remises" dio sus resultados. Y lo dio porque se trata de sociedades sometidas, dependientes de los rigores de la necesidad. En Formosa o en La Matanza, por ejemplo, el peronismo gobierna desde hace más de un cuarto de siglo. Siguen siendo territorios injuriados y agraviados por la pobreza, la miseria, el sometimiento y la humillación. ¿El peronismo representa a los pobres o se vale de ellos para ejercer el poder? ¿El peronismo aspira a sacar a los pobres de su condición o, por el contrario, aspira a mantenerlos en ese lugar para manipularlos? Más allá de las respuestas que le demos a estos interrogantes, lo que parece quedar en claro es que votar al peronismo en estos territorios es votar por lo mismo, es decir, es el voto resignado a continuar conviviendo en una pobreza ancestral y sometido a la voluntad de los capangas y punteros de turno. Hay muchos motivos para explicar la naturaleza de este voto, la única causa que en estas explicaciones está ausente es la que responde al nombre de "esperanza". El peronismo podrá seguir ganando en La Matanza o en Formosa, pero la batalla electoral que seguro no ganará será la que hay que librar contra la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la sumisión. Y a esa batalla no la ganará nunca por la sencilla razón de que, más allá de retóricas y eslóganes, no está interesado en ganarla y ni siquiera en darla.
Juntos por el Cambio ganó este domingo, pero importa saber que ganar no es un privilegio sino una responsabilidad. Es probable que la sociedad lo haya votado más por rechazo al peronismo que por adhesión plena a sus propuestas. No es para escandalizarse. Así se configuran los votos en las sociedades modernas: por lo que se aspira y por lo que se rechaza. Lo que sí importa saber, es que los tiempos que nos aguardan son de prueba. No habrá soluciones mágicas o salidas de la noche a la mañana. Nunca las hay. Los pueblos no salen de los pantanos sin esfuerzos. La hazaña política de Juntos por el Cambio fue la de mantenerse unidos en las buenas y en las malas. Cuando fue gobierno, cuando lo perdió y cuando, como ahora, estaría dispuesto a recuperarlo. Sería deseable que sus dirigentes nunca lo olviden. Las ambiciones de los dirigentes son entendibles y en algún punto inevitables, pero no pueden estar por encima de los intereses de sus representados. La lucha por el poder nunca es un idilio bajo la luz la luna, pero algunas reglas se deben respetar y alguna perspectiva histórica se debe tener. El domingo, la sociedad votó a Juntos por el Cambio para que sea precisamente eso: oposición. Habrá que ver cómo se desenvuelven los acontecimientos, pero hasta ahora la sensación dominante es que a Juntos por el Cambio no se lo votó para cogobernar o colaborar con un gobierno cuyos máximos representantes desconocen que perdieron y convocan a un diálogo sin agenda, sin fechas, sin contenidos y sin credibilidad. ¿Entonces solo queda el conflicto? Los conflictos en democracia no son necesariamente una mala palabra. Mucho peor que un conflicto es el desconocimiento del conflicto. ¿Y los acuerdos, son necesarios? Por supuesto que lo son. Y una democracia que merezca ese nombre es una delicada y a veces dramática tensión entre conflictos y acuerdos. ¿Cómo celebrar el acuerdo? La Constitución prevé ese espacio: el parlamento. Y allí, más que hablar de los acuerdos en general se debería hablar de los acuerdos en particular. Punto por punto, ley por ley. El gobierno nacional debe concluir su mandato. Esto significa hacerse cargo de sus responsabilidades políticas e institucionales. La oposición seguramente lo acompañará en lo que considere necesario y se opondrá a lo que estime que debe hacerlo. Así funcionan las democracias. Y así funciona la alternancia.
Perder no es una alegría pero tampoco es una tragedia. No hay alternancia sin perdedores y ganadores. Diferente es la derrota, cuando ésta se asimila al agotamiento de un ciclo. El peronismo perdió, pero el kirchnerismo fue derrotado sin atenuantes con su jefa incluida.
Juntos por el Cambio ganó este domingo, pero importa saber que ganar no es un privilegio sino una responsabilidad. Es probable que la sociedad lo haya votado más por rechazo al peronismo que por adhesión plena a sus propuestas. No es para escandalizarse.