Principios de octubre. Jueves. Me levanto temprano. Reviso el celular para ver las novedades del día. Hay un mensaje de la escuela de mi hija, avisando que no hay agua debido a un corte de energía prolongado y no es posible dictar clases en esas condiciones. También registro un archivo de audio de una docente. Espero que descargue porque tengo curiosidad. En el bosque, mi señal es débil y esto puede demorar, así que activo el fuego de la estufa rusa y pongo la pava en la cocina. El termómetro del comedor marca 16,6°. No está nada mal… las mañanas son frescas en El Bolsón y mi casa tiene una tibieza que reconforta.
Lleno el termo de agua caliente y me coloco los auriculares. Escucho una voz femenina que saluda y que expone la situación de algunas mujeres detenidas durante un desalojo en territorio mapuche. Entre ellas hay dos mamás con sus bebes chiquitos y una embarazada. No hay mucha información al respecto. Todo es incierto. Logro averiguar que las apresaron en un operativo de despliegues desproporcionados por parte de fuerzas de seguridad en Villa Mascardi, están incomunicadas y se ignoran los cargos en su contra.
Las organizaciones que son parte de la defensa no tienen respuestas de la justicia. También me entero que las van a trasladar al penal de Ezeiza y que la joven que tiene cuarenta semanas de gestación fue internada como medida preventiva. El mate se enfría y algo adentro mío se agita. La turbación empaña mis pensamientos y los tizna de cenizas y tristezas.
Son siete, privadas de su libertad y están haciendo una huelga de hambre. Solo tengo vaguedades en torno a la costumbres Mapuches, pero pude descifrar que el parto es un momento sagrado que se experimenta con profunda espiritualidad donde la Lagmien (hermana) asiste la llegada de la nueva vida. Una de ellas no va a poder disfrutar de esta ceremonia. Para mí, la maternidad es un acontecimiento trascendental, íntimo y santo. Es el instante más sublime de la creación humana y es desgarrador no permitir a una madre vivirlo de acuerdo a sus creencias.
Hace siglos que las comunidades originarias son perseguidas y avasalladas. Sabemos de masacres, humillaciones, vejaciones y despojos. Hay quienes dicen que particularmente este grupo nativo ni siquiera es argentino, cuando en realidad es preexistente a la conformación del Estado. En la Patagonia, los conflictos por la recuperación de la tierra son recurrentes. Las noticias contienen muchas veces datos sesgados o falsos y se brinda un panorama que no se ajusta a la verdad. No conozco exhaustivamente la problemática. Me llegan retazos de historias, relatos de "princesas" encerradas en museos para ser estudiadas como especímenes raros o de empresarios a los que se les otorgan permisos de explotación forestal por precios irrisorios y bajo condiciones que jamás se cumplen.
Mi esencia me dicta la bandera que debo abrazar reconociendo mis valores y sentires fuertemente arraigados en lo natural y en las raíces de la sangre. No comprendo el significado de palabras como Machi, Peñi, Lamgen, Rewe o Ñuke, pero sí creo en el respeto de los derechos humanos, territoriales y culturales de los pueblos y en la lucha de las mujeres contra la violencia y la injusticia. La inquietud me punza el estómago. No puedo ser indiferente ante el clamor de estas compañeras. Mi corazón no me perdonaría la cobardía de no asumir el compromiso de "tomar partido hasta mancharse" como decía el poeta español.
Afuera, el sol manifiesta esplendores irreverentes. Los árboles están perdiendo sus flores y se percibe el amanecer de la fruta. Entre los helechos encuentro las primeras morillas de la temporada y agradezco las bendiciones de la naturaleza. Mi pequeña se apoya en mi cuerpo para juntar unos hongos escondidos bajo unas hojas secas. Como yo, ella está aprendiendo a sentir el llamado ancestral de la simiente, buscando la sabiduría que emerge de lo atávico, abriendo el alma para ver mejor. Y creo que hoy, eso es lo importante.