Debemos elegir presidente peleando al desencanto. Hay un núcleo duro del 27/30 % que no quiere políticos tradicionales ni sus discursos. Son los del "¡Vade retro Satanás!". Ya han votado con el rechazo como bandera. No es posible sostener que hay un amor inmenso sino, para que se entienda, un rechazo muy grande hacia "el otro". Ese es su piso.
Enfrente, el campamento es bifronte. Hay dos núcleos duros reunidos bajo un mismo magma: los fieles a CFK y los que adhieren porque desconfían de alguien que va de boutade en exabrupto y que, con sus "palabras fuerza", logró fama y se echó a dormir. Los asustó, los reunificó, con fórceps llegaron a un 38%. Odian a Javier Milei, será por eso que aceptan tanto a Sergio Massa (Georgie, perdón por el mal uso).
El hombre recién arribado a la realidad nacional jamás explicó su relación con Juan Jacobo y el contractualismo básico: educación, salud, inseguridad. Es mucha ausencia en cuestiones claves. Nunca precisó aclararlo ni hubo colegas que se lo exigieran. El amor, tanto como el odio, quitan discernimiento, son pasiones, no razones. A Milei nadie le preguntó en serio. Es rarísimo este olvido.
Los periodistas, todos, contrajimos una deuda con la repregunta y la investigación de campo sobre quien será presidente. Tal vez no sea el modo más airoso de anunciarlo, pero quien sea elegido para ejercer el cargo de titular del Poder Ejecutivo de la República Argentina será el primer presidente posterior a La Peste. Lo consagrará el voto popular. Este eje deslumbra tanto que enceguece
El voto popular es la gran cuestión a revisar. Muchos creemos que -por el mal uso- es el gran sujeto que ha destruido el formato tradicional de la sociedad. El voto popular de tan simple confunde. Si la condición elemental que nos reúne es un pacto claro ("cada persona un voto") y, sin dudas, quienes votan dicen voto en blanco (me ausento, no quiero, anulo, "chau y que se arreglen"), ese es el mensaje de las urnas, por lo que entonces deberíamos volver al origen: revisemos el voto popular.
Votar no fue fácil y no es gratuito. Fue una conquista: universal, secreto, obligatorio. Algo estamos haciendo mal si llamamos a banalizarlo o, en el otro fuerte de campaña, a esclavizarlo para que no gane el enemigo. El próximo presidente estará atado a los macro números negativos con más las necesidades insatisfechas (microeconomía de bolsillo y panza) y sus años por vivir, su porvenir, son parte de la mediocridad que La Peste puso al aire al dejarnos desnudos y a la intemperie.
Los argumentos son extraños, por lo menos diferentes. El ropero recontra lleno de Massa y el roperito vacío de Milei. Los dos amenazan con un resorte constitucional: presidente por ocho años. En rigor no amenazan, la amenaza es del equipo contrario: no lo voten que se queda ocho años, pero… caramba, son posibles y constitucionales.
No es sencillo entender, entendernos, sobrevivimos a una peste mundial que nos encerró, que cambió hábitos, costumbres y destinos. Nuestro sistema político cruje en el único punto sin vueltas: el voto popular. Votaremos un presidente "pos peste". El primero. ¿Lo queremos o es el que quedó despierto?
Es en esta condición que aparece desproporcionado e injusto para con las luchas sociales el retorcido llamado por parte de quienes quedaron fuera de la Opción 1 y la Opción 2. ¿Qué parte no entienden sobre "el más votado será presidente"? Vamos por la inversa. Toda decisión es individual y la suma da el colectivo del voto popular. Los que no pudieron colocar a su candidato en el balotaje deben simplemente cumplir: votar, sólo votar como se les ocurra. Igual el tema es sencillo: el más votado…
En Argentina la división más flagrante es Urbano, Conurbano y Rural. En precauciones como en atenciones se advirtió la diferencia en La Peste y hay un correlato sobre el a quién y cómo votar; no es lo mismo CABA, Conurbano, el resto. La medicina (que poco pudo hacer el primer año de La Peste) se dividía en médicos y comunicadores de La Peste y como atajarla (un imposible, claro está). Estamos remedando a los aprendices de brujos sosteniendo secuelas y fantasmas según se vote. Ni tanto ni tan poco
Alberto Ángel Fernández, porteño… y abogado, el 20 de marzo del 2020 decidió que estábamos apestados por decreto. Esa fue su primera participación en La Peste; la segunda, los negociados con las vacunas; la tercera, el festejo en pleno encierro. Es el presidente de La Peste. Se irá pronto. El presidente Fernández es un accidente de ese tránsito entre un verdadero antes y un inatajable después. Nótese que no pide amor ni afecto, pide –a la sordina- que lo olviden buenamente. Tristísimo.
Tal vez sea el tiempo para una antigüedad, un pensamiento, detenerse un instante. La Peste cambió el concepto sobre amor, libertad y comunicación. También sobre qué cosa es, para qué sirve y qué resuelve el voto popular y, desde allí, la extraordinaria y misteriosa repregunta: ¿Elegimos por amor o por odio? Aquí está la indiferencia, la que presenta su hipótesis: nada cambiará y remite a Discépolo: "(…) da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón". Finalmente poco importa si lo queremos.
Ese es el tema: sobrevivir como sociedad. Ese es el tema presidencial: sobrevivir como sociedad. Necesitamos querer para sobrevivir. Desde el comienzo del siglo XXI el relato se impuso al facto. La Peste estrelló el relato porque los muertos lo delataban. Peste, muerte y algunos actores políticos de chacota, francachela, y el viejo champán con chizitos que la foto descubrió. El relato estalló.
Hay elecciones pronto; este cierre destemplado de 2023 se despierta sin aquellos personajes. Chau Carlos Menem. Eduardo Duhalde es una sombra que palidece. Cristina Fernández es una porfía que no estudia más la realidad y quiere acomodarla a sus deseos, pero ya no se puede. Las encuestas le demostraron a Mauricio Macri que lo suyo no era la gestión pública y NK es un dibujito del Eternauta. Parecería que "todo tiempo pasado fue mejor" (coplas a la muerte del tío)
¿Qué es el balotaje? Es una extraña forma de resumir algo que marcha hacia el olvido o, por lo menos, a cambios tan profundos que nadie puede decir que el peronismo es lo que viene a gobernar Argentina en diciembre de 2023. ¿O sí? En todo caso… ¿Qué es el peronismo? ¿Qué es en 2023? De eso se trata. ¿Qué es el antiperonismo para el mismo almanaque? ¿Se trata de esa antinomia en la batalla para gobernarnos? ¿Seguimos en peronismo y antiperonismo? De ninguna de las preguntas tengo respuestas, soy periodista. Hago las preguntas.
El mundo es ancho y ajeno, no alcanza con la presidencia. Ubiquémonos. El almanaque no hace bromas. La IA (inteligencia artificial) no tiene emociones. El Metaverso es un negocio. La conexión mundial es un hecho. Las diferencias en conocimiento, poder adquisitivo y destino se tratan (aplacan) con los relatos y las tendencias. Existen y no se pueden ocultar. El cine es una guerra de plataformas. Con 9 millones de visitas, un "influenciador" triunfa vendiendo avisos de gaseosas, o llenando teatros noche tras noche. La Peste cambió las cosas.
Los que se proponen para la gestión pública mayor (la presidencia) saben que son mínimos y endebles. Que, perdón Lin Yutang, son una hoja en la tormenta. El próximo presidente estará atado a los macro números negativos, más las necesidades insatisfechas (microeconomía de bolsillo y panza) y sus años por vivir, su porvenir, son parte de la mediocridad que La Peste puso al aire al dejarnos desnudos y a la intemperie.
El próximo presidente, elegido por un voto popular condicionado por las variables universales, es un pedacito del problema y de la solución. Ya hubo un choque sobre 1914-1918 con Hipólito Yrigoyen, la revolución industrial y el voto universal secreto y obligatorio. Ya hubo una conmoción con el fin de la Segunda Guerra Mundial (Juan Domingo Perón 1946-1952), ya hubo un sopapo con NK en 2003-2007 y las tasas chinas de crecimiento. Sin contar la caída del muro, el pos modernismo y Carlitos Saúl.
Aislados, La Peste nos enseñó que todo es igual, nada es mejor y que es cierto: lo mismo un burro que un gran profesor. Cambalache superó el siglo donde sobrevivir fue problemático y febril, y aún nos guía (qué sencillo es robarle a Discepolín, es tan argentino cantando aquello que le dolía)
Para que nos entendamos. El presidente 2023-2027 será el emergente de nuestra racionalidad alterada, nuestra información formateada y nuestros anhelos deturpados, distorsionados, en descomposición. No nos piden amor, nos piden un depósito en un CBU con seudónimo: "votameyamismopichón" (creo que los dos tienen el mismo CBU, todo es posible con la IA).
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