La estancia del Colastiné fue comprada por Estanislao López en la década de 1830, la misma en la que habría de morir luego de sufrir graves padecimientos por una enfermedad progresiva. Su nombre provenía del curso de agua que hendía sus tierras antes de descargarla en el cercano río Coronda, evocador de un cacique de los timbúes. Y, más atrás aún, del grupo indígena de los Colastiné, procedentes del noroeste de la actual Argentina, que, según algunos historiadores, migraron hacia esta región como consecuencia de la presión ejercida por las expediciones de conquista que, desde la segunda mitad del siglo XVI, empezaron a bajar desde el Alto Perú. Así, la formación hídrica recibió el nombre del pueblo indígena que siguió su serpenteante recorrido, luego trasfundido, con la naturalidad de un topónimo arraigado, a la estancia del brigadier.
Primera página del inventario de la estancia del Colastiné, levantado luego de la muerte de López, revelador documento conservado en el Museo Histórico Provincial. José G. Vittori
Durante décadas se ha hablado de esa estancia que perteneció por un tiempo relativamente corto al gobernador de Santa Fe. Numerosas notas periodísticas han bregado por su conservación, intervenciones que se sumaron a las sostenidas gestiones de la comuna de Arocena y a algunos proyectos de expropiación presentados en la Legislatura. El último, en 2015, tuvo media sanción de la Cámara de Diputados, pero fue enervado en el Senado, pese a que en los 90 el casco había sido declarado Monumento Histórico Provincial. Las declaraciones de interés, si no se completan con acciones conducentes, tienen poco valor. Son palabras que tejen circunstanciales marañas retóricas parecidas a las de la naturaleza que, librada a su suerte, ha terminado por devorar la antigua casona campestre.
Según documentos formales, López le compró la estancia a Nicolás Osuna en 1832, aunque una carta de 1829 dirigida por el gobernador a su ministro Pedro Tomás de Larrechea, hace referencia a la estancia como suya. Como fuere, es la época que enmarca uno de los mayores logros institucionales de López: el Tratado Federal de 1831, el principal entre los pactos mencionados en el Preámbulo de la Constitución Confederal aprobada el 1° de mayo de 1853, y su embrión protoconstitucional, ya que fue firmado por todas las provincias con el manifiesto objetivo de avanzar hacia la constitucionalización del país en ciernes. Lo interesante es que la inclusión de Buenos Aires en ese propósito fue una concesión táctica de Juan Manuel de Rosas a López. Pero lo que el Restaurador ignoraba es que, andando el tiempo, ese gesto simbólico habría de convertirse en un hecho real a través del Congreso General Constituyente de 1853 que sesionó en Santa Fe, sede, hasta ese momento, de la Comisión Representativa de los Gobiernos de las Provincias Litorales de la República Argentina, creada en aquel pacto de 1831.
Ahora bien, en honor a la verdad, hay que decir que las imágenes periodísticas que muestran al caserón de líneas italianizantes en las crónicas de los 90, distan del aspecto que exhibía la casa primigenia levantada por López o, antes, por Osuna. López era un hombre de intemperies, austero y sufrido, un militar que había pasado buena parte de su vida a lomo de caballo, una persona práctica, alejada de alharacas y exhibicionismos; un propietario rural en una provincia de reducida población y campos afectados por las recurrentes guerras civiles. López sólo necesitaba un techo donde resguardarse y algún galpón o cobertizo para proteger herramientas de trabajo, carretas y trastos viejos. No le hacía falta un palacete rural. Era poco afecto al lujo, al punto que cuando Rosas le envía como regalo un valioso Cristo Crucificado esculpido en mármol por Jean-Baptiste Pigalle, reconocido artista francés del siglo XVIII e integrante de la Academia Real de Pintura y Escultura, él inmediatamente lo dona a la iglesia Matriz, donde se conserva.
Sus preocupaciones de estratega eran otras, vencer a sus enemigos y organizar a las provincias en una estructura institucional inspirada en formatos federativos o confederales. Su estancia, enclavada en un corredor de desplazamientos de tropas de guerra, cumplía propósitos productivos y logísticos. Basta, para advertirlo, con repasar un revelador documento atesorado por el Museo Histórico Provincial que lleva su nombre. Se trata del "Inventario y tasación de los bienes que han quedado por fallecimiento del Brigadier General Estanislao López (ocurrido en 1838) por el que suscribe (Domingo Crespo, futuro gobernador anfitrión del Congreso General Constituyente de 1853) a pedimento de su primer albacea y de su esposa, doña Josefa Rodríguez de López". Debajo de este encabezado, luego del título "Haciendas de campo. Estancia del Colastiné", se precisan los números de cabezas de ganados diversos con sus respectivos precios unitarios y de conjunto; además de listados de materiales y bienes de uso en ese establecimiento, incluida la casa, por un valor total de $8.392.
En esa suma, a "la población" (casa e instalaciones complementarias) se le asigna un precio de $500. Su mobiliario completa la información respecto de la extrema austeridad de las instalaciones: una mesa usada ($0,20 centavos), una cuja de buen uso ($8), dos catres de cuero ($0,30 centavos cada uno), once sillas de paja usadas ($4), y una escribanía vieja (escritorio), de 0,60 centavos.
En cambio, las existencias ganaderas enfatizan el sentido de ese campo: 3.420 cabezas de ganado vacuno con un valor total de $6.840; 20 bueyes por un valor conjunto de $100; 592 yeguarizos ($296); 118 caballos ($236); 9 burros hechores ($90) y 18 de cría ($54), además de 612 ovejas ($153). La lista es reveladora. El precio mayor por unidad lo tienen los burros hechores ($10) que, al igual que los 18 de cría ($3 cada uno), futuros hechores, deben asociarse con los 592 yeguarizos ($0,40 en promedio) para colegir que uno de los principales objetivos de la estancia era la producción de mulares de carga. Le siguen en precio los bueyes ($5 cada uno, en promedio), semovientes fundamentales en esa época para traccionar las dos carretas del inventario, a $30 cada una. Y luego los caballos (para los soldados) y los vacunos (para alimento) con similar valor de $2 de promedio. Las ovejas (como alimento cárnico y proveedoras de cuero y lana para aperos y vestimentas) cierran la lista con un valor aproximado de $0,20 cada una. Entre los elementos de trabajo se destaca "una carretilla usada" ($12) y una significativa cantidad de postes de algarrobo en los corrales, horquetas de la misma madera y palos para hacer horquetas.
El documento trasluce la mentalidad del dueño, acuñada en largos años de guerras civiles e internacionales. La producción del campo se ajusta a las necesidades de ese tiempo: burros y yeguas para gestar mulares; y mulas y bueyes para transportar cargas; caballos para movilidad de los soldados, y vacas y ovejas para alimento, aperos, vestimentas y abrigo.
El inventario nos acerca a la real estancia de López, esencialmente útil a sus propósitos de gobernante y jefe militar, y despojada de lujos imaginarios.
El caserón que se observa en las fotos del 90 fue erigido por la Sociedad Ledesma Hermanos, propietaria de importantes extensiones de tierra y donante del terreno donde se emplazó la estación ferroviaria Arocena, inaugurada en 1891. Ese nombre evoca la figura de Rosario Arocena de Ledesma, madre de la familia de emprendedores rurales que, en 1878, compró la antigua estancia de López y levantó en el sitio que ocupaba la sencilla construcción hispano-criolla, una imponente residencia de acentos europeos. Esa casa, ahora destruida, era representativa de la acumulación de riquezas generada por la expansión productiva sobre la pampa argentina, proceso que cobró fuerza tras la aprobación de la Constitución de 1853, hito institucional que incluye, como esforzado pionero, al brigadier general Estanislao López.