Tres son las grandes celebraciones cristianas con las que conmemoramos la Historia de la Salvación. Estas son: Navidad, Pascua y Pentecostés. En esta última celebramos la Venida del Espíritu Santo, prometida por Jesús.
Tres son las grandes celebraciones cristianas con las que conmemoramos la Historia de la Salvación. Estas son: Navidad, Pascua y Pentecostés. En esta última celebramos la Venida del Espíritu Santo, prometida por Jesús.
Jesús había prometido que el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan. (Cf Lc 11, 13) Por su parte, el evangelista Juan relata que en la Cena pascual que antecede a la Pasión y la Muerte del Redentor, se dirigió a ellos diciendo: "Todo lo que pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo…Y yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad". (Jn 14, 11-13) Paráclito significa "consolador". El Espíritu Santo viene después de Jesús y gracias a Él, para confirmar por la Iglesia la obra de la salvación.
"El Espíritu Santo con su gracia es el ¨primero¨ que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: ¨que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo". (Jn 17,3) No obstante, es el ¨último¨ en la revelación de las Personas de la Santísima Trinidad". (CIC 684) (*)
En la intimidad de Dios, que no es un Ser solitario, y que es Persona, es el Amor. Dios es un misterio de fe. No obstante sabemos que todo lo que desciende de Dios debemos atribuir al Amor. La Creación entera es una iniciativa del Amor. La Redención que lleva al Hijo de Dios por los caminos de este mundo en busca de los enfermos, los pobres, de los que sufren, de los pecadores, los que llevan su propia cruz, no tiene otra explicación más que el Amor.
Ciertamente hay algo, o mejor es decir Alguien que hace a Dios inclinarse hacia su criatura, amarla y colmarla de ser. Es el Espíritu Santo. Jesús no dice mucho sobre Él. Pero nos enseña a descubrir su presencia. A implorar y esperar su Venida con fe y gozo.
Sucede que a veces hemos leído como de paso el Evangelio. Y nada nos dijo. Que para algunas personas fuera como letra muerta. Pero también sucede que en otro momento de la vida adquirió para nosotros especial relevancia y fuerza. Como si lo leyéramos por primera vez. Y recién lo descubriéramos. "El Paráclito, dice Jesús, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho". (Jn 14, 26)
El Evangelio se ofrece a todos y cada uno de nosotros. Para leerlo el Espíritu Santo da una iluminación nueva de palabras quizás ya antes oídas y olvidadas. Pero el soplo divino hace viva, motivadora y movilizadora esta Palabra. Por eso el Apóstol dice: "Que la Palabra de Dios es viva, eficaz y tajante, más que una espada de dos filos". (Hebreos 4, 12)
Pensemos cuantas veces San Francisco de Asís pudo haber oído: "Ve, vende cuanto tienes, distribuye cuanto tengas entre los pobres; luego ven y sígueme". Pero cuando el Espíritu Santo hace resonar esas palabras en su corazón, adquieren fuerza y poder movilizador. Lo oponen a su padre y lo conducen fuera de los muros de su casa. Cambia totalmente su vida.
Quien recibe esta intensa luz interior, que viene del Espíritu Santo, descubre que algo inesperado le está pasando. Algo nuevo que cambia sus planes. Que en el caso de las vocaciones al sacerdocio o la vida consagrada, puede ser dejar una carrera universitaria, un trabajo interesante, un noviazgo, en fin, tantas otras opciones.
Santa Teresa de Jesús escribe en su "Autobiografía" que, cuando salió de la casa familiar, experimentó una pena enorme. "Me parecía que cada hueso se separase del resto, cada hueso se separaba por sí". Es Dios que trae la espada y separa lo que le pertenece con la fuerza del Amor. "Es fuerte el amor como la muerte y son como el sepulcro duros los celos. Son sus dardos saetas encendidas, son llamas de Dios". (Cantar de los Cantares 8, 6) Es para meditar profundamente.
"El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según Dios". (Romanos 8, 26-27) Esto cambia, transforma, nuestros deseos, o la obediencia fría y formal, hacia una vida ardorosamente ligada a la historia de la salvación. Se sabe que el Santo Cura de Ars, que vivía en un pueblito que había expulsado a Dios, no sabe qué hacer. Cómo encarar su misión. Y empieza rezando mucho, noches enteras, hasta llorando y haciendo penitencia.
Es fácil llorar por algo que nos afecta íntimamente. Pero ¿cuántos se lamentan porque se pierden las almas? ¿O por el hambre, la pobreza y la injusticia? ¿O porque Dios no es amado? La fuerza que opera el cambio la otorga el Espíritu Santo. Las personas animadas por el Espíritu del Señor constituyen la Iglesia orante, con la oración de súplica y de alabanza.
Recordemos a Edith Stein, la carmelita descalza que convertida adoptó en su consagración el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. La que decía: "Los giros decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influidos por almas sobre las cuales poco o nada dicen los libros de historia".
La liturgia católica celebra el próximo domingo la Solemnidad de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua. La Venida del Espíritu Santo se manifestó en ese cuadro grandioso que fue Pentecostés. Con un viento impetuoso y como lenguas de fuego. Con luz que se irradia al mundo y el gozo intenso que a todos invade. Y se escucha la voz de Pedro; "Judíos y todos los habitantes de Jerusalén: oigan y presten atención a mis palabras…". (Cfr Hechos 2, 14-21)
El Espíritu Santo comunica a la Iglesia la gran vitalidad misionera que multiplica la predicación apostólica en todas las casas y ambientes. Y la lanza a la evangelización del mundo. El apóstol Pablo tenía muy clara la misión: "¡Ay de mí si no evangelizara!" (1 Cor 9, 16)
Es bueno para concluir escuchar el consejo del apóstol Pablo, que nos exhorta: "Si vivimos del Espíritu, caminemos también según el Espíritu". (Gálatas 5, 25)
(*) CIC: Catecismo de la Iglesia Católica.
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