Respecto a lo observado sobre el pensamiento de Jean Paul Sartre en las dos entregas anteriores, es evidente que los presupuestos filosóficos de Gabriel Marcel son muchos más claros, consistentes y ricos. Propiamente, la reflexión de este último refleja una propuesta esperanzadora, ya que aportó una nueva luz a la existencia humana en tiempos de marcada oscuridad para el hombre, si bien desde un punto de vista estricto Marcel hizo "filosofía de la existencia". Por tanto, sus reflexiones se enriquecieron en base a sus vivencias existenciales personales, ya que se alejó considerablemente de toda "filosofía sistemática" que buscaba encapsular el mundo, incluida la ontología tradicional.
Mirá tambiénDe la "nada" de Sartre al "misterio" en Marcel (Parte I)Sin embargo, lo anterior no obsta para descalificar las nociones filosóficas del pensador católico francés y su propuesta de una "ontología de la esperanza" a través de su "filosofía concreta". El pensamiento personalista de Marcel (aunque al propio autor no le hubiera gustado ningún calificativo, excepto el de neo-socrático, como él mismo se caracterizó, rechazando incluso el de existencialista cristiano que Sartre le había atribuido), es, en efecto, una actitud de sana espiritualidad enriquecedora, de búsqueda de marcada trascendencia religiosa y metafísica, y un digno y auténtico llamado en épocas de grandes dramas morales e incertidumbre para el ser humano moderno.
Por este motivo, la filosofía marceliana es opuesta a la visión de Sartre, pues es asimilable, de este modo, a la filosofía kierkegaardiana. Ambos autores escaparon al costumbrismo social y a la extravagancia burguesa del pensamiento contemporáneo, ya que Marcel y Søren Kierkegaard forjaron un pensamiento genuino que se orientó a la "búsqueda de la Verdad" en pos de criticar los mandatos de la modernidad, y no, justamente, para cumplir con las modas intelectualistas e ideologías imperantes o, en otras palabras, bajo el yugo de la filosofía del sistema a la que muy bien adhirió el pensador ateo, para ser uno de los artífices principales del Mayo Francés de 1968.
En este sentido, Gabriel Marcel, autor de su obra magna "El Misterio del Ser" (1951), aportó la distinción entre "reflexión primera" (o primaria) y "reflexión segunda", describiendo esta última como "el instrumento por excelencia del pensamiento filosófico", mientras que "la reflexión primaria tiende a disolver la unidad que se le presenta, la reflexión segunda es esencialmente recuperadora, es la que reconquista". Lo anterior, significa que la "reflexión primaria" tiene una marcada tendencia objetivante propia, por ejemplo, de la ciencia y, por tanto, abstracta y reduccionista del pensar. Así pues, se trata de un modo de instrumentalizar el pensamiento que busca conquistar un saber en particular a través de la fragmentación de la realidad. La "reflexión segunda", en cambio, se orienta de manera tal que tiende a profundizar en la realidad existencial y concreta, no de forma objetivante y reduccionista, sino a modo reflexivo. Macel lo expresó muy bien en el opúsculo "Posición y aproximaciones concretas al misterio ontológico", al decir: "La reflexión por la cual me pregunto cómo, a partir de qué origen fueron posibles los procesos de una reflexión inicial que postulaba lo ontológico sin saberlo. La reflexión segunda es el recogimiento en la medida que es capaz de pensarse a sí mismo".
Mirá tambiénDe la "nada" de Sartre al "misterio" en Marcel (Parte II)De allí que el autor francés propuso una "filosofía concreta" contra la "abstracción que despersonaliza a los seres" en tanto que "la expresión 'filosofía concreta' tiene un sentido, en primer lugar porque corresponde a una repulsa de principio opuesta a los 'ismos', opuesta a determinada escolarización". Marcel apuntó, particularmente, contra el proceder sistemático de la filosofía que "desvitaliza". En otras palabras, con la pretensión de "encapsular el universo en un conjunto de fórmulas más o menos rigurosamente encadenadas", como describió en su obra "Filosofía concreta", publicada en 1940. El pensador francés, en efecto, buscó "restituir a la experiencia humana su peso ontológico" a través de lo que denominaba una "exigencia de trascendencia" para acceder a una "realidad que se nos revela".
"El misterio del ser" y su contexto
Pensemos, además, en el contexto del autor en la primera parte del siglo XX, quien vivió de cerca el auge de la técnica y el positivismo, las dos guerras mundiales, el ascenso del totalitarismo político en Europa, la manipulación de masas, el colectivismo comunista, etc. Naturalmente, Gabriel Marcel ante estas problemáticas tan vigentes en su tiempo, en su obra principal "El Misterio del Ser", inicia con un capítulo destinado a reflexionar "El mundo en crisis" que le tocó vivir: "En nuestro mundo cada vez más colectivizado toda comunidad real parece cada vez más incognoscible porque la intimidad es cada vez más irrealizable, partiendo del hecho general de la socialización creciente de la vida, puede verse cómo se realiza la perdida de la intimidad". A partir de allí es necesario comprender el mensaje del filósofo francés.
Por otro lado, anteriormente se analizó a Sartre quien llevó a identificar el ser con la nada; sin embargo, Marcel contrariamente vinculó el "ser" con el "misterio". En voz de Marcel: "plantear el problema ontológico es interrogarse por la totalidad del ser y por mí mismo en cuanto a totalidad". Por consiguiente, este "ser" se devela como un "misterio" al que, asimismo, se llega a través del "recogimiento", la "presencia" y la "participación" que vendrían a ser una suerte de acto espiritual interior propio del sujeto o suppositum más que un acto intelectual de aprehensión de lo objetivo. O, específicamente, entre el dualismo que se establece entre el sujeto-objeto. El pensador francés, a modo kierkegaardiano, parece renunciar a cierto realismo para exponer precisamente una "experiencia humana más íntima" del individuo concreto, como sostiene Roger Verneaux.
Así pues, Marcel distingue cabalmente lo que es un "misterio" de un "problema". Nuevamente en palabras del pensador francés en su obra capital dijo: "Un problema es algo en que encuentro, que aparece íntegramente ante mí, y que por lo mismo puedo asediar y reducir, mientras que el misterio es algo en que yo mismo estoy comprometido, y que por consecuencia solo puedo pensarme como una esfera donde la distinción de lo que está en mí y ante mí pierde su significado y su valor inicial. Mientras que un problema auténtico puede resolverse con una técnica apropiada en función de la que se define, un misterio trasciende por definición toda técnica concebible. Sin duda siempre es posible -lógica o psicológicamente- degradar un misterio para hacer de él un problema". Esto quiere decir, que la "oposición" misterio y problema se presentan en distintos planos, puesto que el primero pertenece a una esfera "trascendente" y, por ello, es meta-problemático en tanto que "me hallo implicado en él, comprometido", lo "reconozco" y me "aproximo" a él, para luego "reflexionar". Aquí, justamente hay que evitar la confusión en tanto que el misterio no es algo "incognoscible", pues este, en realidad, es el límite de lo problemático. El misterio, contrariamente, es un acto positivo del espíritu que se capta por los modos de experiencia en que se refleja y "que ilumina por esa misma reflexión" la realidad espiritual que, sin duda, está ligada al misterio. El problema, por el contrario, "se halla por entero ante mí", es decir que necesito de una "técnica" para reducirlo y someterlo por vía objetiva. Es una cuestión procedimental y principalmente impersonal para dominar una dificultad, y su elemento principal es la razón abstractiva que no cabe a la hora de abordar un misterio, pues el filósofo propuso otro modo de acercamiento para entender la revelación del "ser".
Gabriel Marcel, en tal sentido, entendió que la metafísica "es una reflexión dirigida a un misterio", ya que el "ser" no necesita ser demostrado sino que se revela en la "experiencia inmediata". Ahora bien, para el pensador francés, por ejemplo, la libertad, el amor, el yo y el tú, la familia, la unión del alma y el cuerpo, la inmortalidad del alma, el ser-encarnado y el mismo ser, son, todos ellos, misterios que me aproximo por mí propia experiencia, en tanto estoy implicado sin que pueda hacer abstracción lógica de los ejemplos citados.
No hay sistema posible que pueda agotar lo que es inexhaustible, ni es posible tampoco llegar al fondo de su inteligibilidad. Sin embargo, Santo Tomás de Aquino, único en su genialidad y con su exquisita y honda penetración de la realidad, entendió este límite cuando sostuvo que "el individuo es lo inefable", es decir, no hace más que remarcar este fondo misterioso en el hombre desde el realismo.
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