Ese zorro viejo (con todo respeto) que es Pichetto lo dijo mitad centro cómplice y mitad chicana: “no hay que perder, hay que ganar”. Es que hasta allí, uno a uno, se iban cayendo casi todos los incisos del artículo 5 que el gobierno quería imponer y con ello, desflecando aún más la ya desflecada ley ómnibus.
Rápidamente, la victoria obtenida con la aprobación general la semana pasada, e incluso las primeras esgrimas de la tarde con la aprobación de algunas de las facultades contenidas en el megaproyecto, se fueron diluyendo y, Pichetto mediante, dejaron al desnudo tanto la inflexibilidad (en un territorio y un tema que requieren de “muñeca” aceitada) como la inexperiencia en la discusión parlamentaria de buena parte del oficialismo que, como se sabe, además, no tiene mayoría alguna y depende de alianzas.
Y justo antes, encadenadas varias derrotas parciales y ante el “innegociable” (para la gestión Milei) artículo 7, el de las privatizaciones que pretende motorizar el gobierno nacional, y ante la evidencia de otra segura derrota en el conteo de votos, el mismo oficialismo paró la pelota y bajó la sesión.
La derrota, dicen los que saben, estaba abrochada mucho antes: en las comisiones, en los pasillos, en las oficinas donde semejante ley debe alcanzar (concediendo cosas, incluso, para salvar el núcleo duro) los porotos necesarios, antes (y no durante) de cualquier votación.
Así es que con muchos raspones y cruzando semáforos en amarillo, ante la evidencia de una colisión de imprevisibles consecuencias, finalmente frenaron el ómnibus y lo estacionaron hasta nuevo aviso.