Nos escribe Helena (53 años, Córdoba): "Hola Luciano, te escribo porque suelo leer tus columnas, que me parecen muy simples y claras. Soy mamá de dos adolescentes y estoy ya un poco cansada de las recetas, que cambian todos los años; cuando mis hijos eran chicos, se decía que había que hacer ciertas cosas, después resulta que no, que hay que ir para otro lado, son un plomo las modas de crianza. Entonces te pregunto, breve y conciso, ¿cuáles son para vos los puntos más importantes para el desarrollo de un niño hasta la adolescencia?"
Querida Helena, muchas gracias por tu mensaje, que –te confieso– me hizo reír un poco con el tono de la formulación. Hace unos años, recuerdo que escribí un libro que se llamó "Crianza para padres cansados", pero… ¿hay alguno que no lo sea? En efecto, para mí no hay indicador más claro de la parentalidad que el cansancio.
Me explico mejor: ahí donde hay un grupo de adultos alrededor de un niño, vamos a preguntar quién es el que está más cansado y será suficiente para saber que se trata del padre o la madre. Porque, aunque no nos guste decirlo, los niños cansan, así como también molestan e incomodan. Y el uso de estas palabras no tiene que asustar a nadie, porque son de las más reales y concretas, si tenemos en cuenta que un niño –si crece– no lo hace de modo adaptativo.
En el crecimiento, todo equilibrio es transitorio e inestable; pero ahora sí vayamos al tema de tu consulta, "breve y conciso", qué puntos son los que –desde mi punto de vista– no pueden faltar en el desarrollo, de cara a que el proceso adolescente se pueda transitar de manera más o menos amable.
Por un lado, el primer punto para tener en cuenta es la relación con la angustia. Me refiero a un doble juego, es decir, a la actitud que los padres podemos tener ante la angustia de un hijo. Si un padre no puede tolerar la angustia de este último, o sea, si se angustia ante su angustia, el hijo tendrá que ser quien contenga al padre, o bien dejará de angustiarse y se limitará afectivamente.
Es cierto que a los padres nos conmueve profundamente la angustia de los hijos, nos angustiamos sin remedio, pero la cuestión es no actuar desde esa angustia, más bien no desplazársela. Qué distinto es que un hijo diga "No les digas mis viejos que se van a enojar" a que diga "No les digas, que se van a poner mal".
Por otro lado, un segundo punto tiene que ver con el estatuto de la relación. El vínculo entre padres e hijos no es simétrico. Padres e hijos no son amigos. Ahora bien, de un tiempo a esta parte, la pregunta es cómo los padres garantizan su autoridad si ya no vivimos en una sociedad disciplinaria.
Con esto último me refiero a que, en la época de la disciplina, lo que aseguraba el vínculo parento-filial era el miedo. Una conquista actual es que los hijos ya no deban tenerles miedo a los padres. No obstante, la inquietud es cómo se mantiene el respeto. Y esta cuestión se dirime en que, en nuestra cultura, el niño se empoderó… no tanto por los derechos del niño, sino porque es el consumidor paradigmático.
En esta coyuntura, con los padres en baja de autoridad y los hijos en alta de poder… ¿cómo sostener la disimetría virtuosa? Aquí mi respuesta será contundente: confío en la fuerza de la palabra, en que los padres sean honestos y cuenten lo que piensan, y le den a un hijo la posibilidad de tomar decisiones.
En esta coyuntura, con los padres en baja de autoridad y los hijos en alta de poder… ¿cómo sostener la disimetría virtuosa? Aquí mi respuesta será contundente: confío en la fuerza de la palabra, en que los padres sean honestos y cuenten lo que piensan, y le den a un hijo la posibilidad de tomar decisiones. Y, por ejemplo, cuando consideren que aún no es momento para el hijo de ciertas experiencias, no se refugien en abstracciones y le digan sin rodeos: "Nosotros no estamos de acuerdo en que todavía vivas esto".
Esto parece sencillo, querida Helena, pero no lo es tanto en un contexto social en que los padres temen que sus hijos no los quieran, o bien se preocupan de más por la posibilidad de actuar un rechazo. Nuestra tarea como padres no es que nuestros hijos nos amen (o nos odien) para siempre, porque el amor retiene. El odio mucho más. La cuestión es criar y acompañar para la autonomía y una realización que nos trascienda.
Dicho esto, vamos al último punto. En tercer lugar, una de las dificultades actuales es que ya no hay una sociedad que promueva la cultura de la niñez (sí de lo infantil), como tampoco a los adolescentes se les habilita la experiencia, más bien se transmite el temor al fracaso y el miedo a equivocarse.
En otra época, los padres podían ser hasta casi disfuncionales y, aún así, los hijos podían salir más o menos sanos, porque había otras instituciones (familia, escuela, etc.) que apuntalaban la experiencia del niño y el joven; hoy esas instituciones están retiradas o caídas, entonces sobre los padres recae una mayor responsabilidad. Por eso surgieron las consultas que buscan tips, recetas, claves, etc. Es entendible, pero el núcleo del asunto es que a los padres hoy les toca introducir a los hijos en la infancia y en la vida adulta. Lo primero, a través del juego, lo segundo a partir de la cesión de responsabilidades.
No hay algo así como "ser buen padre". Sí creo que existen estos tres criterios que son de utilidad para pensar el desarrollo: la relación con la angustia, que no se desplaza a los hijos; el valor de la autoridad, que se sostiene en un vínculo de confianza y, por último, la facilitación de experiencia que –si se dan los dos primeros puntos– va a salir de manera propicia.
(*) Para comunicarse con el autor: [email protected]
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