Hay lugares que nos constituyen. Allí somos fieles a nosotros mismos, la autenticidad se impone sin dejar margen a los intentos frecuentes de falsificar la vida. Nos extendemos en ellos tanto como esos espacios ingresan en nosotros. No hay fronteras entre sí, los habitamos y nos habitan. Lejos está de obedecer a una ciega habitualidad, sino que responde a un tácito compromiso de cuidado mutuo.
El escritor uruguayo Mario Benedetti, en el poema "Patio de este mundo", supo transmitir la comunión entre el hombre y su espacio:
"Me pertenece un patio de este mundo/ sin claraboya y además sin toldo/ allí he podido meditar distinto/ y juntar las virutas de mis siestas// un patio de este mundo descielado/ donde nadie me hostiga y yo no hostigo/ eso que se reparte en las baldosas/ son pedacitos de cavilaciones// también hay pensamientos repujados/ con pena con fervor con desaliño/ es una soledad desguarnecida/ con soles y cenizas de otro tiempo// un patio de este mundo / salpicado/ por súplicas por órdenes por hurras/ aguardo quietecito como un búho/ que monta sus agüeros de la noche// me pertenece un patio de este mundo/ donde en otoño me ha temblado el alma/ ignoro si de dudas o de frío/ de dulzuras antiguas o de miedo// un patio de este mundo/ yo en el aire/ contabilizo nubes y palomas/ es un espacio lleno de destinos/ pero al final no sé que haré con ellos// entre cuatro paredes y no obstante/ me siento libre/ dueño de mis huesos/ con mis prójimos lejos pero cerca/ patio de siempre/ patio de este mundo" (en el libro "El mundo que respiro", año 2001).
Quienes abordaron los conceptos de "espacio" y "lugar", han aceptado que poseen un carácter concreto, articulado, empírico y, en lo que interesa, existencial. Desde la filosofía y la arquitectura, se brindaron interesantes reflexiones. En tiempos frenéticos que llevan a constituir ciudades que no duermen y concebidas con cierta homogeneidad, un "lugar personal", pero esencialmente existencial o vivencial, deviene indispensable.
Al analizar el "espacio existencial", muchos acudieron a la conferencia "Construir, Habitar, Pensar" dada por el filósofo Martín Heidegger en Darmstadt, Alemania, en 1951. Dictada ante arquitectos en el contexto de la reconstrucción en la Alemania de posguerra, y con la presencia del sociólogo Alfred Weber y los filósofos Hans-Georg Gadamer y José Ortega y Gasset.
El espacio ligado a la "existencia", tal como lo muestra Benedetti, fue una idea que Heidegger profundizó al tratar la espacialidad del hombre en el desenvolvimiento de la vida cotidiana, la que se constituye en un "habitar" junto a las cosas. En esa conceptualización de Heidegger, el hombre para habitar crea lugares. Y el sentido pleno del habitar, expresaron Paniagua-Arís y Roldán-Ruiz, se logra cuando el hombre a lo que antes era sólo un sitio lo "eleva a la categoría de lugar con significación" (en "Traer a la presencia y dialogar con el lugar", 2014).
El filósofo Otto Friedrich Bollnow, en su libro "Hombre y espacio" (1969), distinguió -según el modo como se encuentra el hombre en el espacio- entre ser en el espacio "propio" e "impropio". En el primero, hay enraizamiento, arraigo, consiste en "pertenecer a un sitio determinado, a un lugar, mediante el cual estar enlazado al mundo"; en cambio, en el "impropio", se trata de un extrañamiento, un "desvío perpetuo del rumbo de su existencia".
A su vez, advirtió Bollnow, de la misma manera que con relación al tiempo se diferenció el "matemático, abstracto, susceptible de ser medido con un reloj, y el tiempo 'vivenciado' concretamente por un hombre", también cabe hacerlo con el espacio. Tenemos, entonces, el espacio abstracto físico y matemático, y un espacio humano "vivenciado".
El espacio vivencial posee determinadas cualidades. Es cerrado, finito y, aseveró Bollnow, cada lugar en él tiene para el hombre su significación. No es una zona de valor neutral, pues "está ligado al hombre por relaciones vitales tanto fomentadoras como frenadoras". Pero, aclaró, que no es algo anímico o imaginado, sino real. El filósofo aceptó para evitar ese equívoco, hablar de "espacio vivencial y vivido", porque con esta última expresión se descarta que sea algo psíquico, quedando el "espacio mismo en la medida en que el hombre vive en él y con él".
Si bien Gaston Bachelard, en "Poética del espacio" (1957), efectuó un análisis desde otra perspectiva, igualmente coincidió en que al cambiarse de lugar "no sólo se cambia de sitio, se cambia también de naturaleza" y, añadió, que hay una "amalgama de la existencia con un espacio concreto". Ambos se influyen y condicionan entre sí, adquiriendo el hombre -agregó Bollnow- "determinado modo de ser exclusivamente en la unidad con su espacio concreto".
En la unión entre el hombre y su espacio, cuando Mario Benedetti expresó que "entre cuatro paredes y no obstante/ me siento libre", enseñó que, en lo que en apariencia es una limitación, resulta una mayor amplitud. El propio Heidegger en la mencionada conferencia explicó que el "espacio es esencialmente aviado (aquello a lo que se ha hecho espacio), lo que se ha dejado entrar en sus fronteras". Y, advirtió, que la frontera no es eso en lo que algo termina, sino "aquello a partir de donde algo comienza a ser lo que es (comienza su esencia)".
Los espacios existenciales o vivenciales suelen ser, a su vez, "espacios privados", como la casa. El mismo Mario Benedetti describió la suya:
"No cabe duda. Ésta es mi casa/ aquí sucedo, aquí/ me engaño inmensamente. / Ésta es mi casa detenida en el tiempo.// Llega el otoño y me defiende./ La primavera y me condena./ Tengo millones de huéspedes/ que ríen y comen,/ copulan y duermen,/ juegan y piensan,/ millones de huéspedes que se aburren/ y tienen pesadillas y ataques de nervios.// No cabe duda. Ésta es mi casa./ Todos los perros y campanarios/ pasan frente a ella./ Pero a mi casa la azotan los rayos/ y un día se va a partir en dos.// Y yo no sabré dónde guarecerme/ porque todas sus puertas dan afuera del mundo". (poema "Ésta es mi casa", en "Sólo mientras tanto", 1948-1950).
El espacio privado tuvo la atención de Michel de Certeau, Luce Giard y Pierre Mayo, en "La invención de lo cotidiano 2. Habitar, cocinar" (1980). Es el espacio doméstico, el lugar propio. En él, expresaron los autores, el hombre desea retirarse, apartarse del resto. Es el lugar que delata a quien lo habita, porque antes que pronuncie una palabra -consideraron los historiadores- hay un conjunto de hábitos, conductas y objetos en ese espacio que componen un relato de vida del morador.
Los lugares personales y existenciales adquieren mayor sentido cuando se los contrasta con los espacios opuestos, los que Marc Augé denominó "no-lugares" (en su libro así titulado, 1992). Este antropólogo explicó que cuando un espacio no puede ser definido por sus rasgos identitarios, relacionales e históricos, es que se trata de un "no lugar". Son espacios intercambiables, en los que el hombre permanece en el anonimato. Es una noción relativa, no hay un "no-lugar" absoluto.
Se trata de sitios de paso, impersonales, que carecen de significado para el hombre, como un aeropuerto, un centro comercial, una autopista o una sala de espera. Con solo estar un rato en estos "no-lugares", se toma consciencia lo valioso que es el "espacio existencial". Ese lugar personal donde sabemos que podemos dejar en reposo, sin preocupación alguna, nuestra alma.
(*) El nombre del ciclo corresponde a un verso del poeta Roberto Juarroz: "Un poema salva un día".
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.