Fue una intensidad de dolores crujientes. Aguas puras desalojaron mi vientre y el cuerpo se dobló en espasmos de llantos y misterios. Mis caderas abrieron el portal del universo con jadeos y temblores. Mi humana oscuridad se desintegró en latidos acompañados, los míos fuertes y acelerados, los otros, suaves y expectantes. La vida se expandía en mi interior con ansias de ver el sol. Con los puños cerrados me aferré a mi aura de mujer fecunda y soñadora.
Una contracción violenta ahuyentó mis sombras definitivamente y con épica osadía empujé mis maternales deseos hacia la claridad de la mañana. En silencio, grité mi desamparo dormido y de la sangre brotó la flor. Adiviné en ese instante que mis pechos eran capaces de nutrir el amor más íntimo y más hermoso. Sonreí al verla, al sentir su desnuda tibieza en mi piel sufrida. Y la quise con la misma inocencia que se cree en lo divino y en la luz. Ahora respiro otro aire y otra esperanza. Y sé que aunque el mundo se derrumbe siempre hay otra oportunidad si ella va de mi mano.
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