La unión marital entre menores de edad afecta a muchos jóvenes argentinos, cuyo futuro (y por tanto el de todos) queda así en entredicho. Santa Fe es la cuarta provincia más afectada por este problema, después de Misiones, Formosa y Chaco. Gentileza
El así llamado matrimonio infantil no nos es ajeno, en absoluto, aunque no siempre es matrimonio ni siempre es infantil. Queda definido como la unión marital de una pareja, de hecho o de derecho, en la cual al menos uno de los dos es menor de edad. En cuatro de cada cinco casos, ella es la menor de edad. Y en uno de cada cinco, el menor de edad es él. Con frecuencia son los dos, y esta situación es tal vez la más frecuente en nuestro medio, y en el contexto de América Latina.
En algunos países, y en ciertos casos que no son pocos, la unión es un matrimonio formal aunque forzado, concertado y obligado por los padres de los dos, y también forzado por el entorno, la cultura, la tradición. Es aquí donde la novia suele ser una niña, y queda para siempre encadenada.
También hay otros condicionantes poderosos, como la crisis, la urgencia económica y, sobre todo, la esperanza de una vida mejor. En otros casos, en otros entornos sociales, se trata más bien de uniones juveniles, en teoría libres y voluntarias. Pero es posible que no sean ni tan libres ni tan voluntarias porque suelen estar condicionadas por el deseo de salir de una situación asfixiante (familiar, doméstica, social) para entrar en otra situación, incierta, que parece o promete ser mejor.
Hasta no hace mucho, la sociedad santafesina, genuflexa y persignada, casaba con apuro a los jóvenes adolescentes, menores de edad, estudiantes de secundaria, si ella quedaba de él embarazada. El matrimonio infantil, más bien juvenil, por tanto, era una realidad local, y repetida, y socialmente aceptada. Nadie puede por tanto levantar aquí el dedo acusador.
Es evidente que esto era una forma de violencia contra los dos, amparada en una cuestión de honor, como si los otros estuvieran libres de todo pecado. Pero en especial era una forma de violencia contra ella, y contra ella se levantaba cruel el dedo acusador.
Gracias al trabajo de muchos, el número de uniones infantiles va disminuyendo poco a poco en todo el mundo, aunque no es así en América Latina. La gravedad de la unión infantil o juvenil, tal como es fácil de imaginar, radica en que esta unión suele implicar, para ella, el abandono escolar para dedicarse por completo al entorno doméstico, a tener hijos y criarlos, y a ocuparse del esposo o compañero. En algunos países, la unión infantil implica además el tener que encargarse de los suegros. Todos estos deberes conllevan sumisión, y aquí la violencia y el abuso pueden presentarse una y otra vez, y los hijos no siempre son tan queridos ni tan bien tratados.
Según nos dice Unicef en su último informe sobre este tema (*), el país donde se registra el número más alto de matrimonios infantiles, convenidos por ambas familias, es la India, un país marcado por profundas desigualdades sociales. Luego le siguen China y Bangladesh. Brasil ocupa el sexto lugar y México, el octavo.
En el contexto de América Latina y el Caribe, la mayor parte de las uniones juveniles son uniones de hecho, y al parecer se relacionan sobre todo con la expectativa de salir de aquí para vivir allí una vida mejor. Fácil es entender que estas expectativas no siempre se cumplen, puesto que se puede pasar de una situación mala a otra igualmente mala, aunque diferente.
Comparando la realidad de hace veinticinco años con la del año pasado, no se observa en América Latina una disminución en el número de estas uniones juveniles. Esto es para preocuparse a causa de las implicaciones que conlleva, tanto para el presente como para el futuro de todos. Hay que saber que el 9% de todas las uniones infanto-juveniles del mundo ocurren en la región de América Latina y el Caribe.
Y algo más, que es fácil de ver. Las uniones juveniles de esta región son mucho más frecuentes en los segmentos pobres de la sociedad que en los segmentos medios o ricos. Como se sabe, los entornos pobres son también entornos donde los jóvenes tienen menos formación, y por tanto pocas expectativas. Una vez más, pobreza, poca escuela y pocas expectativas son realidades que van juntas, y así es como se perpetúa el círculo vicioso de la pobreza y la desesperanza. Ahora que se terminan las clases, ahora es precisamente un buen momento para pensar en la escuela y en las formación que nos hace falta.
En cambio, el número de uniones juveniles disminuye en el resto de las regiones del mundo. Este descenso es más marcado en los segmentos pudientes de las diversas sociedades, mientras que se mantiene como una costumbre todavía arraigada en los segmentos pobres, en los cuales la disminución de estas uniones es menos marcada. Una vez más, la cultura, es decir, las tradiciones y la escuela, y la formación profesional tienen mucho que ver con la pobreza y el infortunio.
El cambio ya está aquí
Nadie levante el dedo acusador, más bien intente entender el por qué, puesto que es probable que pueda hacer algo para atenuar el infortunio de los que, por pura casualidad, nacieron en otra cuna. La educación, la formación, los compañeros de la escuela, la formación profesional, una tecnicatura, saber hacer algo bien hecho para no depender del otro, éstas me parece que son las claves.
En varias ocasiones tuve oportunidad de conversar con adolescentes varones que pertenecen a culturas donde ellos no eligen a la novia. Crecen y se desarrollan sabiendo que sus padres sabrán elegirle una chica adecuada con quien casarse y tener, rápido, hijos. No les parece mal, es cultura, es una tradición que les viene dada desde chicos. Saben bien que no tienen que aprender a cocinar ni a tender una cama, ni que recibirán nunca un no como respuesta. A cambio, eso sí, tendrán que mantenerla.
Esta tradición se guarda con rigor porque les asegura la continuidad social y económica. La cuestión es compleja, y comprensible. Pero las cosas mejoran, y el matrimonio por obligación, o la unión por necesidad, forzados por la tradición o forzados por las circunstancias, se hacen cada vez menos necesarios conforme se va desarrollando el llamado estado del bienestar. Es decir, mejorar lo social lleva a mejorar lo personal, y lo de la comunidad.
El cambio ya está aquí, en efecto, y gracias a la escuela. Chicas y chicos de estas culturas, al compartir la condición heterogénea de la escuela, del todo necesaria, ven, observan, aprenden que al alcance de la mano hay un cambio. Es el cambio que necesitan. Unos y otros entienden que casarse o unirse no debe ser por obligación o por necesidad. Y que son otros los roles de cada uno en la pareja. La escuela y los docentes, entonces, vuelven a ser la clave para que se respete la dignidad humana, para abrir los ojos, para entrenar las manos, para labrar el futuro.
(*) United Nations Children's Fund (Unicef). "Is an end to child marriage within reach? Latest trends and future prospects. 2023 update". Unicef: Nueva York, 2023.
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