(*) Bloguero y fotógrafo. Miembro fundador de la Banda Sinfónica Municipal y del Museo Ferroviario Regional de Santa Fe (línea fundadora 1994).
(*) Bloguero y fotógrafo. Miembro fundador de la Banda Sinfónica Municipal y del Museo Ferroviario Regional de Santa Fe (línea fundadora 1994).
Del año 1997 en adelante, con las herramientas jurídicas en mano, el Museo Ferroviario Regional de Santa Fe (MFR) formó su propio espacio cultural. Y para que esto pudiera concretarse se gestionaron subsidios. La idea era tener una sala propia con TV y Videocaseteras. Finalizaba la era analógica, y se apilaban cintas con el sistema Dolby con imágenes del Tren a las Nubes, del TGV francés, el ya instalado Tren Bala de Japón y La Trochita (en el sur argentino).
Turistas del exterior, la Alianza Francesa, dejaban copias en los anaqueles de oscuro algarrobo que contrastaban con los colores crema de la sala. Veinte sillas completaban el lugar del mini-auditorio conformado. Las paredes, tan lisas y estucadas, aguardaban el corte de la cinta inaugural.
Cierta tarde llegó un joven. Era estudiante de arte y buscaba un lugar donde exponer. Como un moderno mantero, desplegó las mismas. Así, en formato pequeño, fueron apareciendo esmeriladas puntas y cerámicas poliformes imbricadas de lustrosos esmaltes con una paleta restrictiva quizás (que asombraron a la comisión.
Se trataba de Leandro Kohan quien tiempo después se proyectaría en distintas salas y museos del país. Llegaba el DVD y si bien coexistieron algún tiempo con ellos, los videocasetes estaban ya signados para desaparecer. En las inmediaciones de los hoteles Bertaina y Zavaleta surgían las formas del auditorio de ATE, en flamante construcción.
Tenían su legítimo lugar decenas de objetos que retornaban a sus verdaderos dueños: los hijos de las vías y apañados del General Juan Domingo Perón, la estirpe ferroviaria y sus 34.000 kilómetros de vías en toda la extensión de la Argentina.
Yacente como un Cristo, con sus brazos rematados en repujados candeleros que miraban al cielo, llegó a la Casa Hüme la araña. Su origen pudo haber sido tanto Francia como Inglaterra, de donde provenían los hermanos Washington y Alexander Hüme (nacidos en Shooting Hill, Londres, en 1844, llegaron a la Argentina en 1868). Una chalana fondeada quizás, en el antiguo puerto de Colastiné, había sido la artífice de su llegada a estas latitudes, luego de vadear el infinito océano quien sabe en qué vapor.
Estamos en un contexto histórico especial, alrededor de 1880, mientras Julio Argentino Roca tomaba protagonismo en la historia argentina y Wolfang Amadeus Mozart descansaba desde hacía casi cien años, luego de aportar sus conciertos para piano y óperas que apuntalarían definitivamente al clasicismo, para engarzar luego con el romanticismo.
Las manos de los ferroviarios presentan una anatomía especial. Son callosas, nudosas, como extensiones de alguna glándula oculta, no descubierta todavía. Como la doctrina Hegeliana que abría caminos al igual que la de Carl Marx, "El medio determina la transformación y la función hace al órgano".
Las pesadas herramientas de "Vías y obras" conferían al obrero un vigor y una potencia muscular similar, o mayor, a la que puede dar un entrenamiento en un gym, para crear en el "catango" -término que se le daba al que hacía esa clase de trabajo- una visible masa muscular sin ayuda de anabólicos esteroides.
Esas manos fueron las que fabricaron los soportes y herrajes para que la araña, pudiese ser colgada de la parte superior de la Casa Hüme. Gruesas roldanas se encargaron de subirlas mientras Andrés Andreis dirigía el "operativo".
Se acercaba el aniversario del museo y el por entonces intendente Horacio Rosatti llegaría al edificio para integrarse a los festejos del aniversario. Guillermo Alaniz (de la comisión directiva de Mutual ASOEM), Oscar "Cachi" Martínez (de Fundación Centro) y la ex diputada Dolly Cavigiuri proveían de barriles, que eran hábilmente espichados por las manos ferroviarias, bajo la fragancia de los rosales intensos del reverdecido jardín de la Casa Hüme.
Distendido en la zorra, el comisario Mario Ocampo disfrutaba de un malbec, cuyas cajas habían sido resguardadas a temperatura natural en los húmedos sótanos, en homenaje a Baco, en una dionisíaca jornada. Un ethos de revancha, soliloquios y reflexión, cubría a la feligresía ferroviaria bajo el manto de las cenefas. Se recreaba así, el ceremonial de las tertulias de los franceses.
Quedaban los últimos retazos de las empresas rematadas y el MFR había logrado salvar una gran parte de "las joyas de la abuela". Tres años después el país explotaría en mil pedazos, en un oscuro arrebol como pintado por Vincent Van Gogh, que cubrió de densas nubes Buenos Aires, naciendo en Rosario la leyenda de la "Bicicleta blanca". Fue el gran apagón argentino. Pero aún en los peores momentos de oscuridad, la araña de la Casa Hüme siguió brillando.