Imagen de bulto, policromada y encarnada del santo checo, mestizado por una gubia guaraní que le supo imprimir en el rostro las características de su raza. José G. Vittori/ Museo Histórico Provincial.
La primera vez que vi la imagen, me sentí atraído por la singularidad de sus rasgos indígenas, máxime cuando se trata de un santo checo. En los 70, su mano derecha aún sostenía la palma de los martirizados en la iconografía de la Iglesia Católica, elemento que más tarde desaparecería como triste botín de algún cazador de piezas antiguas. Y esta lo es. Representa a San Juan Nepomuceno, y llegó al Museo Histórico Provincial "Brig. Gral. Estanislao López" como parte de la importante donación de la Compañía de Jesús a la naciente institución en los años 40.
Desde el siglo XVIII, la talla de cuerpo entero había presidido un altar en la iglesia de Nuestra Señora de los Milagros, y sobrevivido a la expulsión de la orden ignaciana de los dominios de España (1767), a las ventas y repartos de bienes efectuada por la Junta Municipal de Temporalidades, administradora del patrimonio dejado por los jesuitas en su urgido extrañamiento (1767 – 1787); también, a la asignación de los edificios a la orden de los mercedarios (1793 – 1848), y a los múltiples usos decididos por el Cabildo antes del regreso de los religiosos de Loyola a Santa Fe (1861-62).
Versión europea de San Juan Nepomuceno en el Puente de Carlos, sobre el río Moldava, sitio en el que fue arrojado a las aguas luego de ser martirizado. A. Savin/ WikiCommons.
Surgida de la gubia de un anónimo imaginero guaraní, la talla evoca a la histórica figura del vicario general del arzobispado de Praga en el siglo XIV, ciudad en la que hace años pude observar la estupenda escultura del santo vaciada en bronce que se yergue en el ancho barandal del renombrado Puente de Carlos sobre el río Moldava, y en el preciso lugar desde el que, según la tradición, fue arrojado a las aguas luego de su martirio.
El motivo, más allá de los disensos de los historiadores, aquel que convirtió a Jan de Neponuk en San Juan Nepomuceno, fue el mantenimiento a ultranza del secreto de confesión de la reina Sofía, pese las encrespadas demandas, primero, y amenazas, después, del rey Wenceslao, su marido, psicológicamente torturado por sospechas de infidelidad.
La diaria frecuentación del recuerdo de Juan (presente en distintos puntos de la ciudad) mientras duró la visita a la capital checa, me introdujo en la historia de esta interesante figura medieval, enredada en los conflictos entre el rey y el arzobispo (tardío coletazo de la Querella de las Investiduras, que enfrentó a los papas con emperadores del Sacro Imperio Romano-Germánico en los siglos XI y XII). Y, a la vez, expresión del litigio entre los papados de Roma y Avignon (Francia), respectivas cabeceras del cisma católico en el siglo XIV.
Pero al margen de estas tramas político-religiosas de escala europea, lo que se mantiene vivo en el imaginario social es la dimensión simbólica del confesor que, para no revelar el secreto sacramental, se cortó la lengua, acto que lo condenó al martirio, seguido de muerte en las aguas del Moldava. Esa conducta, y algunos hechos certificados como milagrosos por el Vaticano, llevarán a su canonización por el papa Benedicto XIII, en 1729.
En el transcurso del siglo XVIII, poco después de su declaración de santidad, los jesuitas lo incorporarán a sus iglesias como figura ejemplar, especialmente en América, a través de los escritos de su gran promotor, el padre Francisco Javier Clavijero y Echegaray, historiador, filósofo, y humanista novohispano, considerado el principal exponente de la Ilustración en México, quien había experimentado de cerca el acoso de la censura. Y ya se sabe que la censura se alimenta de las murmuraciones.
Este movimiento de valoración del santo checo en América, con progresiva expansión desde la tercera década del siglo XVIII, explica la imagen tallada en una de las misiones del Paraguay, y alojada en un altar de la iglesia jesuítica de Santa Fe en su calidad de "patrón contra los murmuradores". Es que ese hábito tan humano y extendido, causaba mayor daño en pueblos chicos como el de Santa Fe. Por eso, como contraveneno, se exaltaba a una figura representativa del valor de los principios y la sanidad del silencio oportuno.
En el Museo Histórico Provincial, además de su imagen de bulto, ahuecada en la parte posterior para alivianar la pieza, se conserva un documento expedido por el papa Benedicto XIV el 24 de enero de 1757, en el que se conceden indulgencias a los que el día de San Juan Nepomuceno "visiten la iglesia de los jesuitas de Santa Fe desde la hora de vísperas hasta la entrada del sol y rueguen por la extirpación de las herejías y la concordia entre los cristianos".
La versión iconográfica de la escultura en cuestión se corresponde en general con la ubicada en el Puente de Carlos, ambas responden a los estilemas del barroco, aunque difiera la materia en que están expresadas. La escultura checa, cuyo modelo originario fue realizado en arcilla por el artista Mathias Rauchmüller (1645-1686), es más compleja. Vaciada en bronce, lleva un Cristo en la Cruz atravesado en diagonal en su parte frontal. Además, la figura porta el bonete de los prelados eclesiásticos y una aureola con cinco estrellas. La composición es similar en sus vestiduras: sotana, sobrepelliz y una esclavina o capa corta sobre los hombros.
Una diferencia interesante de destacar es que, si bien ambas piezas exhiben en los pliegues de las vestimentas la agitación del barroco, en la imagen europea el movimiento sigue la lógica de la física, en tanto que, en la proveniente del Paraguay, las vestiduras giran en sentidos contrarios (mientras el sobrepelliz lo hace a la derecha, los pliegues de la sotana se mueven hacia la izquierda). Esta vulneración de los principios de la ciencia, le otorgan al santo de palo hecho en nuestro subcontinente, mucho mayor movimiento. Pero a la vez deja a la vista la distancia cultural de esa época entre ambos hemisferios. Sin embargo, es innegable que la gracia de la escultura vernácula es mayor, y que esa subversión de las leyes de la física, es un acotado anticipo del realismo mágico de "Cien años de soledad" y los milagros improbables de nuestra cotidianidad.
Por lo demás, el San Juan Nepomuceno local carece de birrete, y a la aureola de bronce, ahora desaparecida, le faltaban las estrellas, aunque su despojada sencillez y el logrado encarne de su rostro bastan para expresar la luminosa espiritualidad del personaje de acuerdo con los códigos iconográficos. También le falta la palma representativa del martirio, que, como ya dije, fue hurtada. Este hecho priva a la escultura de un atributo representativo de la tortura a la que fue sometido antes de su asesinato y, al museo, de una pieza completa.
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