El neogótico, en cualquiera de sus variantes, puede verse como un epifenómeno del romanticismo en su reacción contra los avances de la modernidad, proceso que fisuraba creencias y estructuras sociales, provocando incomodidad y rechazo en diversas franjas de la sociedad decimonónica (aunque sus orígenes remiten a la segunda mitad del siglo XVIII).
Si bien es difícil encuadrarlo en una definición abarcadora, porque incluye reacciones motivadas por distintas causas, entre los estudiosos hay acuerdo sobre algunas de sus características más reveladoras. Por ejemplo, la defensa del valor de la subjetividad en la vida y en el arte, el derecho a la diversidad de sentimientos frente a la pretendida autoridad de la objetividad racionalista, asociada con el positivismo cientificista y los rigores canónicos de las academias del arte.
En esa rebelión de los artistas, la noción de lo sublime, lo que conmueve, se alza como bandera frente a las reglas de la belleza clásica. En el plano de los individuos, se reivindica la libertad del "yo" frente a los "diktats" de la academia; el derecho a la emoción profunda y a modos no convencionales de expresarla. Pero en un terreno más amplio, el de los colectivos, estas inquietudes son aprovechadas por la política para convertirlas en insumos de nacionalismos preocupados por la valoración y defensa de lo propio, a menudo, a través de pulsiones guerreras (por ejemplo, el conflicto franco-prusiano de 1870/71).
La inestabilidad política e institucional provocada por esas confrontaciones será inspiradora de nuevas expresiones del arte, como el romanticismo, en el que descollará la figura a Eugène Delacroix (1798 – 1863), autor del célebre lienzo "La Libertad guiando al pueblo". Y en su revulsiva estela, el desarrollo de un fenómeno artístico contemporáneo, igualmente reactivo contra la sociedad industrial y positivista, que encontró su fuente de inspiración en el ciclo medieval del gótico y su forma expresiva en el neogótico, un "revival" con particular énfasis en la arquitectura, movimiento que comenzó en Inglaterra y Escocia, para luego irradiarse a Europa continental y el mundo, incluida la Argentina y, en ella, la ciudad de Santa Fe.
Frente de la capilla del Colegio de Nuestra Señora del Huerto. Crédito: José G. Vittori
Quien escribió sobre la propagación del neogótico durante el siglo XIX e, incluso, comienzos del XX, es el historiador de la arquitectura Henry-Russell Hitchcock, autor que afirma que esa ola de "contagio" se extendió con la cultura inglesa en el ápice de su expansión imperial, y abarcó a todos los países y regiones del "Commonwealth" (Canadá, India, Australia y Nueza Zelanda, entre otros); también a los EE.UU., donde tuvo singular recepción, tanto en edificios institucionales como religiosos. Y otro tanto ocurrió en China (Iglesia del Salvador, en Beijing), Tailandia, Indonesia y Filipinas, por citar algunos sitios de Asia oriental. También en Sudáfrica, Brasil y la Argentina (catedral de La Plata y basílica de Luján).
Lo curioso, en este proceso, es que los primeros pasos van a darse en la Inglaterra de mediados del siglo XVIII, para luego extenderse en un "crescendo" global, casi al mismo tiempo que la máquina de vapor revolucionaba la producción industrial, aumentaba la productividad nacional, y generaba migraciones internas hacia ciudades que crecían de manera desmesurada al tiempo que se vaciaban las campiñas.
Fue contra esas arrasadoras transformaciones productivas, sociales y urbanas, que reaccionarán diversos segmentos cultores del tradicionalismo y custodios de sus amenazados valores y creencias. Las dos caras de una misma moneda expresaban su insoslayable tensión en el escenario de Inglaterra, donde, al mismo tiempo, se multiplicaban las chimeneas que desprendían los humos de la modernidad, en contraste con espigadas torres neogóticas, que exhalaban aires de antiguos orgullos en peligro.
Emblema mayor de esa tendencia en Inglaterra es el monumental palacio de Westminster (1840-1860), sede del parlamento del Reino Unido en Londres, junto al río Támesis. La obra combina el planteo clásico de Charles Barry, con su diseño horizontal y simétrico, y los fervores neogóticos del joven Augustus Pugin, su colaborador, impresos en verticales torres, pináculos y cresterías, conjunto erigido en el solar de un precedente edificio medieval destruido en gran parte por un incendio en 1834. Pugin, un cristiano convencido, sostenía que la arquitectura gótica había sido el producto de una sociedad más pura. Y esa es una clave para comprender la resistencia de sectores religiosos ante los avances de la industria y la ciencia que, con sus novedades, impactaban sobre arraigadas creencias de la feligresía. No es casual que, en Nueva York, potente expresión de la modernidad cosmopolita, se levantaran, entre otras, dos formidables iglesias neogóticas: la católica de San Patricio, en la Quinta Avenida, y la anglicana de San Juan el Divino, frente a la Av. Amsterdam, en las proximidades de la Universidad de Columbia.
La Argentina también fue receptiva de esta corriente, sobre todo en edificios religiosos. Y Santa Fe no fue una excepción. En el plano institucional, cabe mencionar el edificio de la Jefatura de Policía de la provincia, levantado en 1903 y rápidamente demolido junto al contiguo Cabildo de la ciudad (1908). Las fotos que se conservan lo muestran en la esquina noreste de esa manzana, estirando su torre al cielo, como si se tratara del cuello de una jirafa, semejanza de la que surgió su nombre popular, identificado con ese animal. Y si bien esa torre, con su remate de almenas, reproducía conocidas torres italianas de época románica, el cuerpo de la Jefatura era caracterizadamente neogótico, con sus ventanas bíforas subrayadas por arcos ojivales de mampostería. La combinación de estilos historicistas era un recurso habitual de su arquitecto, Domingo Tettamanti, formado en institutos universitarios de Milán.
Antigua imagen de la sede de la Universidad Provincial de Santa Fe. Antes había alojado al Colegio de las Hermanas Adoratrices en su primera etapa. Crédito: Archivo El Litoral.
También frente a la plaza de Mayo, en la esquina formada por las actuales calles San Gerónimo y Gral. López, algunos años antes se había erigido el edificio neogótico del primer colegio de las Hermanas Adoratrices, ritmado por arcos apuntados en sus dos plantas, lenguaje arquitectónico que volverá a utilizarse con mayores acentuaciones (ventanas tríforas en el primer piso y una capilla señaladamente neogótica proyectada por el Arq. Juan Bautista Arnaldi) en el nuevo edificio colegial levantado en bulevar Gálvez entre Alvear y Marcial Candioti, vereda norte, terminado hacia 1890, mientras la casa anterior, en la zona sur, pasaba a albergar a la Universidad Provincial de Santa Fe, creada en 1889.
Tiempo después, una cuadra al norte, en un estilo neogótico tardío, se erguirá en la esquina noroeste de San Gerónimo y Buenos Aires (luego Zazpe) la Casa Dispensario y Pensionado "Santa Isabel de Hungría" de las Hermanas Terciarias Franciscanas de la Caridad, de la que queda en pie un segmento sobre la calle Zazpe, en tanto desaparecieron su capilla esquinera, de un pintoresquismo híbrido, y otro segmento de habitaciones sobre calle San Gerónimo, con sus ventanas de arcos apuntados.
Por esta misma calle, cuatro cuadras al norte, la capilla del Colegio de Nuestra Señora del Huerto también exhibe sus formas neogóticas, pero ninguna es comparable con el vigor monumental de la basílica de Guadalupe, cuya piedra basal se colocó en 1904, y fue construida en base a un proyecto de Juan B. Arnaldi.
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