Por Horacio Capanegra
Tiempo de adviento, recuerdos y nostalgia
Por Horacio Capanegra
El calendario de la Iglesia Católica dispone que al tiempo de adviento lo integran los cuatro domingos más próximos a la solemnidad de la Natividad del Niño Dios. La palabra adviento deriva del vocablo latino adventus y significa "venida". Para los cristianos, representa el arribo de Jesucristo al mundo. Es el mismo Dios que por amor se encarna como hombre entre nosotros para salvarnos. Es el primer período del año litúrgico de preparación, de gracia y de alegría que precede a la Navidad. Refiere al anuncio de la Buena Nueva por la llegada del Señor. Es un camino de balance de lo vivido en el año, de purificación de heridas con el agua del arrepentimiento, para hacerlo a Jesús más presente que nunca en nuestras vidas.
Para mí no deja de ser un tiempo de mucha nostalgia. Me conecta con mi infancia: con mi familia, con mis padres y mis hermanos. Porque durante adviento, y sin darnos cuenta, nos íbamos disponiendo para la Navidad con alguna tarea que nos encomendaban. Es que cada uno tenía un rol que se repetía año tras año. Papá se encargaba de conseguir una rama grande de pino que podaba de algún jardín vecino con la venia del dueño y que colocaba en un macetero profundo con tierra. Simulaba el arbolito de Navidad, porque en ese entonces no existían los de plástico como ahora. Mis hermanos mayores Eduardo e Ignacio, se encargaban de toda la ornamentación. En particular Nacho, muy hábil con las manualidades, era experto en la construcción del pesebre. Ensayaba un establo con una caja de zapatos trabajada con yeso como un alfarero. Terminaba de rematar la gruta con pinceladas de témpera marrón de diferentes tonalidades.
Papá compraba en Casa Tía las figuras en blanco de la sagrada familia, de los reyes magos, de algún pastorcito y de varios animalitos para terminar de completar la escena portentosa del belén. Durante semanas mis hermanos decoraban con tinturas todos los personajes con una dedicación que anunciaba lo que estaba por venir. Verlos, cuando terminaban alguna pieza, era como que iban completando un álbum de figuritas. Mamá, cuando nos acostaba a la noche nos contaba algún relato bíblico de la natividad y terminábamos de rezar el "Jesusito de mi vida" mientras cerrábamos los ojos. Quedábamos extasiados antes de irnos a dormir. Como no podíamos ser menos, los tres más chicos -Ana, María y yo- preparábamos las cartitas con la lista de regalos escritas a mano con pelos y señales obviamente susurradas al oído por mis padres en las comidas mientras sonreían cómplices. ¡No valía copiar!
El día de la Virgen, el 8 de diciembre, era la gran presentación del pesebre en casa. Yacía el belén debajo del arbolito rodeado de paja, con papel crepe coloreado que imitaba la rugosidad de un camino pedregoso que se extendía hacia el más allá, y con algún ojo de agua a la vera, pintados con acuarelas. La escena se remataba con la colocación de nuestros zapatitos y la nómina de nuestras pretensiones, un plato hondo con agua y otro con pastito porque el Niño iba a pasar a buscar nuestro recado con algún burrito que lo llevaba en su largo peregrinar por los hogares.
Mamá mientras tanto oficiaba de anfitriona de la reunión que se avecinaba. Planeaba el agasajo con toda la parentela y amigos que estaba desparramada por Buenos Aires y Santa Fe. Teléfono analógico en mano llamaba a la lista de invitados. Un momento en que toda la familia tenía que confraternizar. Éramos muchos, pero siempre había un lugar para algún rezagado que confirmaba tarde. Unos días antes de Navidad, se escuchaba de fondo la Misa Criolla de Ariel Ramírez con un disco de pasta que interpretaba nuestro icónico tocadisco Wincofón como si fuera una orquesta sinfónica improvisada. Sabíamos que era el preludio en que la vieja empezaba a preparar las comidas con esas manos que eran mágicas por todo lo rico que eran capaces de hacer. Los más chicos la rodeábamos en la mesa para "cooperar" con ella. Le leíamos las recetas de Doña Petrona para recordarle los ingredientes y las proporciones. Otros la "ayudábamos" a cortar cosas.
En verdad en casa eran días de gozo. Cada uno se estaba predisponiendo para recibir el belén en su corazón. En noche buena, un ratito antes de las doce, salíamos al jardín a mirar el cielo. A encontrar la estrella de Belén que se aproximaba a nosotros. En medio de tanta inmensidad celestial buscábamos un destello, una luz de esperanza que se acercaba. Es que el mismísimo Niño Dios estaba por venir a visitarnos a casa. No nos dábamos cuenta de lo felices que éramos. Quizás sí...
Por alguna razón, aquella hermosa Navidad que nos vio crecer, emigró a otro lado. Creo finalmente que nos la robaron con el paso de los años. Algún vestigio se mantuvo en nuestro imaginario colectivo familiar aunque ya no era lo mismo. No puedo precisar desde cuándo ni por qué. Pero pasó...
Paulatinamente lo artesanal, lo casero, trocó por la practicidad. Nuestra cultura se fue extranjerizando. Se podía comprar todo sin trabajar tanto. El consumo empezó a ganar un espacio significativo en las fiestas. El auge de las nuevas tecnologías también hicieron lo suyo. Las redes sociales y los teléfonos inteligentes fueron disruptivos cuando irrumpieron nuevos personajes de otras latitudes como Papá Noel, Rudolph, y los otros ocho renos. Importamos otras formas de relaciones humanas. Otras pautas, otros tipos de agendas instantáneas "más divertidas", otras tradiciones, otras maneras de mirar y celebrar, nuevos modos de relacionarse, incluso de festejar. Los bares muy populares en los países desarrollados proliferaron localmente para celebrar pero ahora de manera despersonalizada. Regalos inimaginables, fiestas multitudinarias, fuegos artificiales jamás vistos, comilonas pantagruélicas, consumo de bebidas sin límite, música electrónica a todo dar, terminó con la esencia de los festejos navideños primigenios. Así la mundanidad fue cercenando la llegada del Niño Dios.
Muy paradójico todo esto por cierto. Pensaba en el hombre posmoderno y sus asimetrías. Conviven un mundo desarrollado que festeja con otro desamparado de miseria y marginalidad jamás imaginados, en medio de guerras armadas recurrentes que parecían haber quedado atrás. Desgraciadamente nuestro país no está ajeno a todo esto con sus luchas, y con una economía desvastada por la inflación y la pobreza. En fin cambian los escenarios aunque la ambición humana siga siendo la misma.
Pero igual creo que hay un destello de esperanza. En ese contexto de deshumanización, dolor e indigencia, el abrazo del pesebre sigue aún vivo. La paz y la fe que nos recuerda el nacimiento del Niño que transforma nuestra vida, aflora con más fuerza que nunca. El mensaje de ternura, para acoger en el corazón al Señor, sigue vigente. Es una ocasión de fraternidad, de hacer un gesto solidario con los más necesitados. De transformar un festejo ruidoso, en una celebración más humilde, para oír la voz del amor. Una Navidad de hermandad y generosidad como reflejo y prolongación de la luz de Jesús. Hacer que el corazón se ilumine con la gruta de Belén.
Quizás no sea tarde. Quizás cuando las fiesta se acalle, puedas buscar un rinconcito de tu casa desde dónde puedas mirar la noche. En medio del silencio y de la inmensidad del cielo resplandeciente, seguramente encuentres una estrella. Una luz que te anuncie la venida del Salvador a tu vida, que ilumine tu corazón, como si fuera un sol naciente que te cambia la manera de ver las cosas para siempre. Cuando todo acabe y se silencie...
1. Reuniones ruidosas, abrazos fríos,
regalos livianos, mesas suntuosas,
figuras con oropeles, vistosas,
apenados corazones sombríos.
2. Hombre abandonado en sus luchas,
oro brillante que saca provecho,
muerte que se arrastra al acecho,
conciencia perdida que no escucha.
3. El mundo roba la santa Navidad,
camuflado, conquista su esencia,
pueblo enredado en su ausencia,
mundanidad indolente en verdad
4. ¿Será la estrella de noche buena,
tu sol naciente que se aquerencie,
cuando todo acabe y se silencie?
¿la convertirá en velada buena?
5. ¿Será la luz del Niño que alumbra,
refugio de amor de tus pesares,
que viene a aliviar tus cansares?
¿Será que su belleza te deslumbra?
6. Así, tu corazón se hará pesebre,
sonriente anidarás al Salvador,
de su cruz serás devoto portador,
tallará tu vida como orfebre.
7. Entonces, Jesús, María y José,
serán la estampa de tu familia,
ungirán con su gracia la vigilia,
te acunarán con la paz de la fe.
8. Alabarás, así, lo que presencies,
amarás al belén emocionado,
morirás de dicha enamorado,
cuando todo acabe y se silencie...
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