Viernes 20.1.2023
/Última actualización 1:33
Enero, el calor arrecia y una mínima minoría consigue salir de vacaciones. Otros, la mayoría, aquellos que nos importan más, se quedan en casa. Mil chicos no saben qué hacer con tanto calor y tantas horas, y mil adolescentes tampoco saben qué hacer. Entonces recupero, con testaruda insistencia, el patio.
Hay un riesgo en el ocio, en las horas muertas, en los ratos perdidos cuando nadie vigila, en los lugares oscuros donde nadie vigila. El programa "Veredas para jugar" es insuficiente, es un mínimo de casi nada, es un remiendo demasiado evidente, una limosna que no alcanza. Todos sabemos que la infancia de Santa Fe necesita mucho más que acondicionarles las veredas. Lo primero que un chico necesita es que lo traten con dignidad, y lo primero que debe hacer quien cobra por ello es tratarlos con dignidad.
El patio de la escuela, aún en enero, sigue siendo un lugar ávido de niños y adolescentes. Pero los patios están mudos, expectantes, sorprendidos por un silencio que no se merecen. Chicos mirando la tele en casa o jugando al tatetí en la vereda, y cerrado el patio de la escuela del barrio, es toda una contradicción. Es el síntoma del desencuentro, de la falta de acuerdo, de la poca voluntad, del no tener ganas. De la desidia y la indiferencia.
En el otro hemisferio, hacia el cual muchos miran con avidez, con la misma avidez con que mira un chico el patio cerrado de su escuela, ambos con ganas de entrar, en el otro hemisferio se repitió otra vez el experimento de abrir los patios escolares en vacaciones. Magnífica idea, y es gratis. Sólo requiere entender que hay que tratar al otro, infantil y juvenil, con dignidad.
Quien trata al otro con dignidad se dignifica a sí mismo. En cambio, quien trata al otro como si el otro fuera menos se degrada a sí mismo.
Ya sé que las comparaciones son siempre difíciles, pero también sé que el otro es igual de inteligente, aunque no lo parezca, y si tiene buenas ideas y con ellas obtiene buenos resultados, bajando el copete conviene acercarse para mirar, sin compromiso, y ver qué hace. Y preguntarle, porque no es sabio quien se cree dueño de las respuestas, sino quien pregunta.
En Barcelona, por ejemplo, donde viven muchos argentinos, las vacaciones escolares de invierno se extendieron este año desde el viernes 23 de diciembre hasta el lunes 9 de enero. Durante estos días de vacaciones, los patios de diecisiete escuelas públicas abrieron sus puertas durante unas horas para promover así un espacio de ocio seguro y vigilado. Abrieron sus puertas para los chicos y los adolescentes del barrio, y para sus familias.
Aun siendo una medida experimental, no es la primera vez que se hace. El patio se abre durante la mañana. Durante estas pocas horas, en el patio se puede jugar, correr, etc., o bien integrarse en actividades dirigidas, algunas activas y otras sedentarias. El patio y las galerías, y los pasillos y los baños están disponibles, pero no así las aulas, que permanecen cerradas.
Se exige que luego quede todo limpio y en orden. Unos voluntarios se encargan de abrir y cerrar a la hora prevista, y de controlar que todo se desarrolle sin problemas, y que nadie deje siquiera un papel tirado en el suelo. Todos colaboran, porque el espacio es de todos.
No se puede jugar a la pelota, el fútbol no tiene cabida en el patio escolar. Magnífica idea. No se puede jugar a la pelota porque el patio es de todos y para todos por igual. Porque el fútbol es sobre todo masculino y se quieren evitar los juegos que separan. Porque el fútbol es competitivo y lo que se busca es que ganen todos. Porque el fútbol genera conflicto y lo que se pretende es la paz y la armonía. Porque el fútbol es un espejismo que no nos deja ver la realidad. Porque en el fútbol se grita y lo que se promueve es la conversación, el diálogo, el respeto, la dignidad.
La municipalidad los organizó de tal manera que hubiera al menos un patio abierto en cada barrio, o dos si fuera barrio populoso. Este año volvió a decir que la experiencia había sido un éxito, y que la repetirán. Y mientras tanto continúan abiertos los patios durante los fines de semana, aunque no todos.
Con similar horario, al menos un patio escolar por barrio abre sus puertas, siempre con voluntarios que vigilan y familias que también colaboran, durante los fines de semana. Y más de una decena de patios de jardín de infantes también abren un rato los sábados y domingos. Es fácil, y los chicos salen ganando.
Se entiende que el patio escolar es un espacio público, y como tal debe servir al barrio. Se ofrece como un espacio de juegos y de reunión, con reglas que todos deben respetar. Es un espacio seguro, vigilado, que promueve el amor por la escuela y la integración de la escuela en el barrio. Demuestran que la escuela es mucho más. Es un segundo hogar, o el primero para más de uno, y son éstos los que más nos importan.
Más allá, la escuela se aprovecha también para medicar a los alumnos, a todos sin excepción, sin esperar a tener un diagnóstico cierto de cada uno. Este concepto de administración masiva de medicamentos se aplica incluso a los menores de dos años (y también para todos los adultos del barrio). Los resultados son sorprendentes. No son ideas nuevas, pero es en estos últimos años cuando han desarrollado todo su potencial. Tres de los medicamentos que se usan de esta manera en la infancia son bien conocidos por los santafesinos: la ivermectina, el mebendazol y la azitromicina.
La ivermectina se usa masivamente para controlar las epidemias de escabiosis (sarna), y así se evitan dos graves complicaciones, la enfermedad renal crónica y la enfermedad cardíaca crónica, porque ambas lastran el desarrollo del individuo y de su comunidad. Con el mebendazol masivo se medican miles y miles de niños para controlarles los parásitos intestinales, puesto que les provocan anemia, y esta disminuye el crecimiento y el desarrollo, tanto físico como intelectual. Y la azitromicina masiva ha permitido disminuir la mortalidad infantil provocada por ciertas infecciones, entre ellas las neumonías. Todo esto ocurre, con éxito y desde hace varios años, en países de África, Asia y Oceanía.
El caso del mebendazol es en especial elocuente, puesto que se administra de manera masiva tanto a los menores de dos años como a los chicos en edad escolar. El objetivo es luchar contra los parásitos intestinales, alguno de los cuales también están en Santa Fe. Se usa una dosis única, que a los de edad escolar se la dan en la escuela, bajo la supervisión y la mirada directa de agentes sanitarios, que no son ni médicos ni enfermeras. Todo esto obliga a repensar tanto las estrategias médicas como el rol que debe tener la escuela. Salud y educación van de la mano. Ya sé que es difícil pensar en administrar un medicamento a todos los alumnos de una escuela. Sin embargo, esto existe y es exitoso. Y contribuye por tanto a evitar el círculo vicioso de enfermedad y pobreza.