El territorio de la provincia de Santa Fe fue, durante las guerras civiles, escenario habitual de batallas e invasiones. Su proximidad con Buenos Aires la convertía en la avanzada de las provincias frente al centralismo porteño y sus ejércitos. Así ocurrió en tiempos de Estanislao López y así fue también en la época de la Confederación Argentina, como generalmente se llama al tiempo transcurrido entre 1853, cuando se dictó la Constitución sin la presencia de Buenos Aires, y 1860, cuando esta fue reformada para que esa provincia se sumara al conjunto de estados argentinos.
Fue precisamente en esa época, en que tuvieron lugar dos campañas dirigidas a someter al puerto desde el poder presidencial: la primera que culminó en la batalla de Cepeda en 1859 y la segunda, que dio lugar a la de Pavón en 1861, siendo en ambos casos los comandantes de los dos ejércitos Bartolomé Mitre por Buenos Aires, y Justo José de Urquiza por la Confederación.
El primer golpe de estado
Existe una diferencia sustancial en cuanto a la legitimidad de la posición porteña en ambas batallas. En la primera se trata de un Estado independiente que se enfrenta a un enemigo que intenta absorberla, con el resultado conocido de la firma del Pacto de San José de Flores, la reforma constitucional de 1860 y la incorporación definitiva de Buenos Aires al seno de la República. Pero en la segunda, ya habiendo jurado Buenos Aires la Constitución Nacional, estamos ante un caso de abierta insurgencia de una provincia frente al Estado Nacional que presidía Santiago Derqui, cuando los conflictos producidos, como el tema de los poderes no admitidos de sus diputados nacionales, bien podía resolverlos la Corte Suprema.
Pero Buenos Aires apostó a la guerra con el propósito bien definido de desplazar el eje del poder desde el litoral (la capital era Paraná) hacia el Plata, como siempre lo había sido hasta Caseros, aun cuando no estaba dispuesta a federalizar su territorio y solo admitiría ofrecer su gran ciudad para que residiera el gobierno nacional en calidad de huésped.
El resultado militar de la batalla fue confuso: en parte se impuso la caballería nacional y en parte la infantería porteña. Ambos generales se retiraron sin tener un panorama claro de lo ocurrido. Mitre a San Nicolás y Urquiza primero a Rosario y luego a Diamante. Pero Mitre supo recuperarse y ganar el espacio abandonado por su adversario, mientras que Urquiza, inexplicablemente, regresó a su residencia de San José y abandonó la contienda.
La resistencia sin Urquiza
La retirada del Capitán General dejó al descubierto la inexistencia de una cadena de mandos efectiva en el ejército nacional. Sin cabeza, la resistencia era ilusoria, no porque fuera Urquiza el estratego imprescindible, sino porque su liderazgo como caudillo no daba lugar a otros mandos que fueran reconocidos por la tropa y aun por la oficialidad, a pesar de que habían quedado en el campo de batalla, considerándose triunfadores, los principales generales, como el correntino Benjamín Virasoro, el santafesino Juan Pablo López (hermano de Estanislao), el puntano Juan Saa y el entrerriano Ricardo López Jordán.
Inútil fue el desplazamiento del presidente Derqui a Rosario y su intento de tomar el control, designando a Virasoro comandante en jefe. Inútil fue también que el gobernador de Santa Fe, Pascual Rosas, asumiera la defensa de su provincia y procurara organizar la resistencia bajo el mando del viejo general “Mascarilla” (J. P. López), veterano de las guerras civiles desde Cepeda (1820). Inútiles fueron las incontables cartas y embajadas dirigidas a Urquiza para que retomara el mando del ejército, único recurso posible para revertir la situación desencadenada con su retiro, sobre el que el mismo Urquiza ensayó diversas explicaciones que no resultan creíbles, conociendo el paño de su personalidad (se sintió disgustado, desobedecido, enfermo o traicionado).
La hipótesis de un acuerdo ‘previo entre los hermanos masones Mitre y Urquiza, reservándose este importantes espacios de poder que le fueron ampliamente reconocidos, sigue siendo sustentable a juzgar por el curso de los acontecimientos de la siguiente década.
“No ahorrar sangre de gauchos”
Como es sabido, Sarmiento aconsejó a Mitre “no ahorrar sangre de gauchos” ni bien tuvo noticias sobre la defección de Urquiza y el desbande de las tropas nacionales. La indicación del sanjuanino quedó plenamente reflejada en la matanza de Cañada de Gómez producida por el coronel uruguayo Venancio Flores (futuro presidente de su país) sobre el campamento de Virasoro ocurrida el 22 de noviembre, con el horrendo resultado de 300 muertos atacados en la noche por sorpresa.
Cuando todavía el gobernador Rosas o el vicepresidente Pedernera (Derqui ya había renunciado y viajado a Montevideo) reclamaban a Urquiza un pronunciamiento, el general resolvió que su provincia reasumiría su soberanía despegándose de la resistencia y declarándose en paz con Buenos Aires.
La solución política buscada para Santa Fe después de Pavón, bien parece encajar con la hipótesis del entendimiento previo a la batalla, ya que Mitre desairó a sectores ultraliberales que se manifestaron como sus seguidores, apoyándose en el cullismo, sector más moderado que contó con el visto bueno de Urquiza.
Cuando Venancio Flores entró en Santa Fe, después de su triste acción de Cañada de Gómez, designó jefe político de los departamentos de la provincia (excepto Rosario) al joven Tomás Cullen, hijo de Domingo Cullen que fuera fusilado por orden de Rosas, y hermano del exgobernador José María Culen. El mandatario titular Pascual Rosas y el general López se habían internado en el Chaco para pasar luego a Entre Ríos.
El 26 de diciembre entraba en Santa Fe el General Mitre y colocaba en el gobierno provisoriamente a Domingo Crespo, que asumió el 31. Una nueva Legislatura se constituyó a partir del 15 de febrero de 1862, la que estableció el 21 del mismo mes que la provincia reasumía la parte de la soberanía delegada en el Gobierno Nacional disuelto, como ya lo habían hecho las demás provincias. La Ley autorizaba al General Mitre para convocar un nuevo Congreso Nacional con sede en Buenos Aires, confiriéndole al mismo General las facultades que la Constitución Nacional acuerda al Poder Ejecutivo de la República, mientras se reuniera el mencionado Congreso. El mismo día, la Asamblea elegía gobernador propietario a Patricio Cullen para el período 1862 – 1865.
La influencia de Urquiza sobre Santa Fe desde su feudo entrerriano continuó siendo determinante en la contienda política y a él responderían todos los sectores. El desenlace de Pavón lejos estuvo de anularlo políticamente, aun cuando muchos alimentaban secretamente su rencor y no olvidarían aquel día en que el general en jefe del ejército nacional abandonara al tranco de su caballo y al frente de las más importantes divisiones de la caballería entrerriana, el campo de una batalla todavía por definir y cuyo resultado final estaba exclusivamente en sus manos.