Tres sectores de la sociedad se encuentran enfrentados a una redefinición existencial que se resume en una pregunta: ¿Qué son? Aquello indiscriminado que se llamaba "peronismo" evolucionó de diferentes modos y quienes así se autodenominaban, centrando el sujeto de identificación -de existencia- en la deformación del apellido de quien fuera su fundador (Juan Domingo Perón) se encuentran en estado de indefinición.
Si bien aluvional, poco académico y de difícil clasificación con estándares tradicionales de la sociología, como de la filosofía, el eje del "peronismo" era atender necesidades de los más alejados en poder económico, capacidad de desarrollo y, por tanto, víctimas de discriminación y maltrato. Una injusticia evidente, aún para aquellas definiciones socio/jurídicas de mitad del Siglo XX.
Los años 1943-1944, 1945-1946 configuraron un "parto" que aún hoy nos atraviesa. Enunciada entonces como Justicia Social, esa lucha por eliminar desigualdades (sociales) nació deformada: fue regalo, no conquista; fue decisión de uno, no análisis y praxis de un grupo. Tal manipulación, desde una cúpula y una jefatura única, fue derivando hasta la actual situación: este conglomerado de esfuerzos políticos que se redefine de un modo anárquico, y también contradictorio, en relación a sus atractivos originales.
Una lucha de clases sin lucha; conquistas sociales sin análisis ni estudios de sus consecuencias y con una jurisprudencia ligera, apremiante y arbitraria. Era una cima de reivindicaciones colectivas. Sus últimas estribaciones permiten suponer que esa montaña ya no será escalada, no al menos como antes. Y la corrupción golpeando a la puerta.
La existencia de un partido liberal/socialista finisecular/ que representaba a una incipiente clase media urbana, necesitada, aspirante a una reivindicación de sus derechos, para que estos se gestionasen colectivamente, remite a un cambio de siglo y una guerra que reformulaba el capitalismo europeo, las monarquías y las democracias.
Todavía no había sucedido Octubre y Los Zares y ya existía una concepción de democracia y valor de la representación popular que, claramente, no tiene equiparación o reválida en esto que se sigue autodenominado Partido Radical. Nada socialista, poco liberal, un trámite burocrático aflige a quienes partieron a la sociedad en retrógrados y actualizados allá sobre el origen (1880-1890) lo reconvirtieron en el hecho fundante: voto secreto, obligatorio, universal.
Citemos a Cátulo Castillo, memorando a Homero Mancione (Manzi), radical de FORJA (*); finalmente un radical adhiriendo al peronismo le confiesa: todo se fue trepando en el pasado, por los repechos de tu barrio sur. La misma corrupción estructural timbrea en este edificio En ambos casos un agregado: las dos usinas que alimentaron Argentina lo hacen desde Buenos Aires. La geografía, las características naturales no fueron sólo una toponimia, fueron un poderoso determinante de los objetivos sociales.
Somos agroexportadores y poco más. El tiempo de crecimiento de un ternero o la evolución de semilla a grano cosechado terminó dando mandato al cerebro colectivo. Por eso mismo, quitados los dos argumentos originales de ambos grupos, reivindicación social y valor de las democracias populares, la oferta se convierte en un discurso, relato, fábula; una palabra devaluada y un día por día no resuelto. O tal vez resuelto de mal modo, acaso sin esperanzas.
El tercer sector de la sociedad que ha perdido su capacidad de existencia es el intelectual. Caracterizado por avanzar más rápido que la sociedad, la vanguardia, por definición, daba señales del porvenir. Escuchar a los pensadores argentinos, leerlos en libros, opúsculos o más pedestres, en análisis periódicos remite al ayer. Emiten en sistema morse datos que la computadora ya no se molesta en traducir. Abandono, fiaca, pereza… quizás simplemente impotencia.
El siglo XXI apareció en Argentina de modo tan definitivo como terco en el "Pos Peste", que hoy es aquello de Roberto Arlt: un cros en la mandíbula. Así estamos. Los argumentos de la batalla por el poder formal no son otra cosa que un libreto de miniserie. Somos, seríamos, puede sospecharse, una suerte de Truman Show que los otros observan a veces con agrado, a veces no.
Una economía mundial, más un Robocop, necesita gerenciamientos regionales, territoriales. La distribución demográfica de Argentina da una lección que todavía no se entiende. Los renunciamientos, tanto como los empoderamientos -un neologismo que sí se entiende-, no resuelven nada. Factos. Res non verba. No están.
Aquellas raíces en el inmigrante como la primera sangre en el territorio autoriza una explicación diferenciada de los sitios de América donde había civilizaciones crueles, Imperios originarios que perdieron ante los Imperios colonizadores, también crueles. Todos los imperios son crueles y expansivos por definición. América luchó. Acá ni eso. No hubo imperio versus imperio. Cuando piden explicaciones no podemos cotizar como América. Argentina se formuló como un apéndice… ¿se entiende?
En esta extensión atractiva pero estéril de una Europa madre o abuela, ya no somos ese peronismo que reivindicaba su categoría de movimiento y de un jefe. Tampoco somos ese radicalismo que trajo el voto universal, secreto y obligatorio. Y no tenemos vanguardia lúcida que ilumine, interpele, reformule.
El poder formal, y se repite, el poder formal de un sistema de gobierno que se enuncia Representativo, Republicano y Federal, pero que fácticamente reniega de las tres condiciones, se tiene que resolver entre Javier Milei y Sergio Massa. Demasiados antecedentes. Ningún antecedente pero recordemos: es el poder formal.
Argentina no ha perdido su categoría de inmigración europea no calificada. Eso somos aún. Cuando Carlos Gardel viajó a Francia contratado por la filmográfica Paramount -sita en Joinville-, se vio necesitado de reunir un núcleo de colaboradores, con la desventaja de que ya no se encontraban en París el experimentado Manuel Romero ni los artistas argentinos agrupados en la compañía de revistas del porteño Teatro Sarmiento. Gardel entonces acudió a su amigo Edmundo Guibourg, quien le sugirió el nombre del letrista: Alfredo Le Pera Sorrentino.
Le Pera fue un letrista, escritor, guionista, traductor, periodista argentino, autor de la letra de los más conocidos tangos cantados por Carlos. Había nacido el 7 de junio de 1900 en San Pablo, Estado de San Pablo, Brasil. Los padres, María Sorrentino Moreno y Alfonso Francisco de Paula Le Pera, eran oriundos del sur de Italia. Viajaban desde Europa a la Argentina pero debieron quedarse un par de meses en suelo brasileño ya que María estaba por dar a luz. Fue entonces que nació Alfredo, fallecido junto a Gardel el 24 de junio de 1935 en Medellín, Colombia.
"Pucho" Guibourg fue un hombre de Buenos Aires y, al igual que Le Pera, hijo de inmigrantes e inmigrante él mismo. De Gardel nada que agregar. "Cuesta Abajo" es un tango cuya letra pertenece a Le Pera en tanto que la música es de Gardel. Fue grabado por Carlos con la orquesta dirigida por Terig Tucci para el sello Victor en julio de 1934. Los dos primeros versos dicen: "Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser (…)". Los dos últimos resuelven: "(...) Sueño, con el pasado que añoro y el tiempo viejo que lloro y que nunca ha de volver".
Argentinos que nacen en Brasil, héroes que son franceses, tangos nacionales que se graban en Nueva York. Y el azar… somos hijos del azar. Gardel busca alguien que sepa leer y escribir, y Guibourg (sabio) le oferta a Le Pera. Ah… si alguien se tomase, por simple curiosidad, la tarea de escuchar la versión de su autor, advertirá que, por razones de métrica y de compás, canta "con el pásado que añoro". El viejo Carlitos vuelve "esdrújulo" al pasado. En fin… cada día canta mejor.
¿Qué son los argentinos? ¿Qué somos? ¿Qué hemos resuelto diferente de aquello que escribiese Le Pera y cantase Gardel para indicar que crecimos y somos algo más que incorregibles e irrecuperables? … No sé, no me lo pregunte a mí, sólo soy periodista.
(*) Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (1935-1945).
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