I
I
El presidente Javier Milei reivindica expresamente los logros económicos de la Argentina liberal nacida en Caseros. No sé si en estos logros distingue a los presidentes e intelectuales que forjaron este proceso. Pertenece al discurso oficial de Milei afirmar que en aquellos años fuimos el primer país del mundo, pero está claro que con sus luces y sombras esa Argentina funcionó con notable eficacia. Lo que correspondería preguntarle a Milei si los elogios que prodiga a este período incluyen los esfuerzos políticos promovidos para organizar el estado nacional, la condición necesaria para hacer posible esa "primera potencia del mundo" que con tanta elocuencia y retórica él reivindica.
II
En efecto, de Vicente Fidel López a Roque Sáenz Peña, de Juan Bautista Alberdi a Bartolomé Mitre, de Domingo Faustino Sarmiento a Julio Argentino Roca, de Nicolás Avellaneda a Carlos Pellegrini, todos estos dirigentes de reconocida filiación liberal se propusieron organizar el estado para consolidar la nación. Sí Milei: fueron liberales y estatistas, mejor dicho, republicanos. Estos dirigentes cuyos acuerdos políticos eran tan evidentes como sus disidencias, siempre se pensaron como estadistas. "No doy golpes de Estado porque soy hombre de estado", exclamó Aristóbulo del Valle a quienes intentaron tentarlo. Esa ideología liberal a la que adherían los políticos de entonces (sí Milei, eran políticos) reivindicaba con la misma intensidad el mercado y el estado. Eran liberales, eran republicanos y estaban convencidos de que estaban fundando la patria. No eran perfectos ni pretendían serlo. Y las disidencias entre ellos en más de un caso se decidieron en campos de batalla, pero compartían un puñado de certezas alrededor del país que aspiraban a fundar. No renegaban de sus ideales, pero fueron políticos prácticos y nunca permitieron que la ideología los encegueciera o paralizara. Tal vez el rasgo más notable de personalidades como las de Sarmiento, Alberdi, Mitre o Roca no haya sido su filiación ideológica, sino el talento que dispusieron para ir más allá de ella, incluso para contradecirse admitiendo los rigores de la realidad. Ese equilibrio entre ideología y realidad, entre teoría y práctica, fue su talento, su rasgo distintivo.
III
¿Quién sucederá a Juan Manuel de Rosas? Es la pregunta que desvela a los exiliados. Para Alberdi no hay dudas: una Constitución, pero también un caudillo. Polemizando con Sarmiento, el atildado jurista dará lecciones de realismo político a quienes rechazan a Justo José de Urquiza. "¿Quién terminó a favor de la libertad el sitio de nueve años que Rosas puso en Montevideo? Un caudillo. ¿Quién derrotó a Rosas y su tiranía de veinte años? Un caudillo ¿Quién abrió por primera vez los afluentes del Plata al tráfico libre y directo del mundo? Un caudillo. ¿Quién abolió las aduanas provinciales? Un caudillo. ¿Quién reunió a la nación argentina dispersa en un congreso constituyente? Un caudillo ¿Quién promulgó la Constitución de libertad y progreso que sancionó ese Congreso? Un caudillo". Esa lección de realismo político la completa diciendo: "El día que creáis que es lícito suprimir al que piensa diferente, escribís vuestra propia sentencia de muerte y renováis el sistema de Rosas. Se dirá que con los malos es imposible tener una libertad perfecta. Pues sabed que no hay otro remedio que tenerla imperfecta, aceptando al país tal cual es y no tal cual no es". Alberdi y Mitre fueron alguna vez amigos y alguna vez se detestaron cordialmente. Pero a Mitre pertenece esta frase pronunciada muchos años después en sintonía con el pensamiento de Alberdi: "Debemos aceptar a la Argentina tal cual la han hecho Dios y los hombres, hasta que los hombres con la ayuda de Dios la vayan mejorando".
IV
Como Aristóbulo del Valle, Sarmiento siempre se creyó un hombre de estado y como tal asumió las responsabilidades y los costos de esas responsabilidades. El presidente electo en 1868 siempre se pensó como el presidente de todos los argentinos y no el de una facción. No es un secreto para nadie su pertenencia a la masonería. Sin embargo, antes de asumir el poder, en una célebre tenida en la Gran Logia, presentó su renuncia porque entendía que era el presidente de todos y no el de los masones. Por supuesto que creía en su talento y su estrella. Era "don Yo", y con esos términos improvisó un discurso en el Congreso para darle una lección a jovencitos insolentes que pretendieron burlarse de él. "Yo soy don Yo como me dicen, pero ese don Yo ha peleado a brazo partido durante veinte años contra don Juan Manuel de Rosas y lo ha puesto bajo sus plantas y ha podido contener en sus desórdenes al general Urquiza. Todos los caudillos llevan mi marca, y no han de ser los mocosos de hoy en día los que me han de vencer, viejo como estoy".
V
Supongo que a Milei no tengo que explicarle que Julio Argentino Roca fue el fundador militar y político del estado nacional. Y su primer presidente. Tampoco es necesario decir que fue un dirigente lúcido y perspicaz. Su templanza no le impedía ser implacable con sus adversarios y enemigos, pero cada vez que se presentaba la ocasión le recordaba a sus colaboradores y amigos que un político nunca debe decir cosas irreparables. ¿Escuchó bien Milei? Reducirlo a Roca al liberalismo es empobrecerlo. El liberal conservador permitió, por ejemplo, que otra lumbrera del liberalismo, como Joaquín V. González, propusiera una reforma electoral y la creación de un Código de Trabajo en la que colaboraron Juan Bialet Massé y los jóvenes socialistas Leopoldo Lugones, Manuel Ugarte y José Ingenieros. Como escuchó Milei: socialistas, socialistas en 1903 y colaborando con Roca. Una vez más insisto que a nuestros padres fundadores, cuya simpatía por el liberalismo era indisimulable, hay que evaluarlos por sus certezas ideológicas pero también por sus contradicciones con esas certezas. Bartolomé Mitre fue otro de los paradigmas liberales. Liberal y conservador, pero al mismo tiempo capaz de recordarle a los argentinos algunas certezas que sería deseable que las tengan presentes los políticos de hoy: "Un pueblo pobre no puede ser libre; un pueblo sin instituciones no puede tener idea de sus derechos y deberes. Un pueblo con malos códigos no puede tener una buena constitución; un pueblo con un mal sistema de hacienda no puede tener un buen sistema político; un pueblo que no goce de bienestar es en vano que tenga escrito en un papel sus libertades". Tampoco era indiferente a la consigna sarmientina de hacer de toda la república una escuela: "El número de analfabetos debería estar escrito en las paredes del Congreso para quitar el sueño de los legisladores".
VI
Digamos que decir que los padres fundadores fueron liberales es una obviedad o un lugar común. Mucho más interesante es indagar acerca de las disidencias de estos liberales que ya entonces sabían que el liberalismo no se conjugaba en un solo tiempo verbal. Roca y Pellegrini fueron liberales como también lo fue con la misma sinceridad y con un toque trágico de decencia Leandro N. Alem, el político que fundó al radicalismo en nombre de la ética de las convicciones; el político que polemizó en el Congreso con José Hernández, el autor del Martín Fierro, quien, dicho sea de paso, el primer ejemplar de la segunda parte se lo envió a su rival de todos los días: Bartolomé Mitre (quien, como alguna vez dijera Lucio V. Mansilla, siempre tuvo más humor que los mitristas). Retornemos a Leandro Alem. Valiente, honrado, amado por las multitudes. Alto y delgado; ropas oscuras; el revólver en la cintura, la fusta en la mano, la galera inclinada como la de un compadrito. Alguna vez lo acusaron de demagogo, pero fue este demagogo quien alguna vez le dijo al pueblo: "Dejad esa tendencia de esperarlo todo de los gobernantes y graben en vuestra conciencia la convicción de que ese proceder rebaja el nivel moral de los pueblos". Pocos políticos fueron tan queridos como él y pocos políticos fueron tan prisioneros de la melancolía. Ni la soledad íntima, ni las tentaciones del poder lograron torcer su destino: radical e intransigente. "Soy intransigente con el vicio y la corrupción y radical en cuestiones de honradez y carácter. Yo sostengo y sostendré siempre la política de los principios. Caiga o no caiga nunca transaré con el hecho, nunca transaré con la fuerza, nunca transaré con la inmoralidad". Roca, decía de él que era totalmente honrado, totalmente valiente y estaba totalmente equivocado. Puede ser. Pero que pobre sería este período de la historia argentina sin los "errores" de Alem.