Nos escribe Lucas (45 años, Santa Fe): "Luciano, te escribo por mi hijo más chico, que tiene tres años y resulta que está en proceso de dejar los pañales y nunca sabemos bien si tenemos que hacer algo en particular, o solo esperar. Sé que no me podés dar una respuesta concreta, porque no conocés a Emilio, pero con alguna orientación general nos alcanza".
Querido Lucas, muchas gracias por tu correo. El tema de los pañales es un tema crucial en la infancia, porque reenvía al complejo de control de esfínteres. Sé que, en otras ocasiones, en esta columna, ya hemos hablado de la cuestión, pero nunca viene mal volver a repasar lo ya visto y agregar nuevas ideas. En primer lugar, es muy común que todo lo relacionado con la lactancia desplace a este otro complejo. Es comprensible, la alimentación es una vía de comunicación privilegiada con un niño; sin embargo, nos deja siempre en una actitud complicada: pensamos al niño solo desde el punto de vista de su necesidad y la gratificación.
Dicho de otro modo, pensamos al niño en función de lo que hay que darle y nos cuesta pensar en lo que es preciso pedirle. En efecto, incluso pareciera que esperar o pedirle algo, sería un problema, una especie de intrusión, porque todo debe hacerse a sus tiempos. No obstante... ¿En qué momento el niño tiene que adquirir la exterioridad del tiempo? ¿En qué punto no le cabe también entrar en una dinámica que lo excede y cuyo ritmo tiene que seguir? Estas son preguntas propias del complejo de control de esfínteres, que -como se puede ver– no se reduce al control fisiológico de las heces.
Nadie va al baño en cualquier momento ni en cualquier lugar. Lo que se adquiere con el control esfintereano es un registro del tiempo que ya no es puramente subjetivo, sino que está incardinado a los otros. Por ejemplo, es parte de este complejo que un niño acepte que no va a deponer junto a otra persona, menos por una cuestión de pudor que porque es un asunto que requiere la espera. Cuestiones como la del pudor y la intimidad son secundarias en un niño. Es cierto que ninguno que no haya adquirido esa temporalidad mínima podrá luego desarrollar la actitud psíquica de la interioridad. El pasaje exitoso por este complejo instaura la diferencia entre el afuera (el tiempo) y el adentro (la mismidad).
En segundo lugar, con respecto a una orientación general, te diría que hay ciertos datos que son relevantes. Por un lado, es importante notar si Emilio tiene conductas de aislamiento cada vez que va a hacer caca. Lo mismo si avisa después de haber hecho, o bien quiere que se le cambie el pañal sucio. Estos indicadores quieren decir que ya está preparado para dejar el pañal y es solo cuestión de tiempo.
Dicho de otra manera, si en este punto ustedes le pidieran que lo haga, no sería pedirle nada para lo que no esté listo. Este es un aspecto central de la crianza. Los niños no crecen solos, sino en relaciones dinámicas con los padres. Estos tienen que implicarse y plantear su punto de vista, pero su demanda tiene que ser acorde a lo que el niño puede y está en camino de conseguir. Se trata de pedírselo cuando ya estaba por hacerlo solo.
Por último, voy a contarte algunas cuestiones relativas a la importancia de este complejo. Me refiero a que es muy importante porque, con su realización, el niño adquiere la idea de un proceso. Pensalo así: mientras deja los pañales, el niño adquiere la conciencia corporal de una parte de sí que realiza un trayecto a través de su intestino, para su expulsión. En este tiempo, vas a notar que tu hijo se interesa especialmente por recorridos: a dónde van las cosas, qué camino hizo tal o cual persona, cómo llega la caca del inodoro al "mar" (por una tubería que replica la de su cuerpo). Este interés por procesos exteriores es la cara visible de la capacidad que él adquiere de vivir internamente un "trayecto".
Si todo va bien, gracias a este complejo es que aprenderá a esperar (que las cosas hagan su recorrido). Por ejemplo, lo vas a ver mirando cómo el agua en el cordón de la vereda lleva una hojita, cómo se vacía el agua de la bañadera, etc. Antes de este momento, el niño no vivía en un mundo de procesos. Y si vive en un mundo de procesos, también puede empezar a sufrirlos. En el mejor de los sentidos. Por ejemplo, aprenderá a "hacer fuerza", es decir, a esforzarse.
¿No has notado, querido Lucas, que de un tiempo a esta parte muchos jóvenes ya no quieren hacer esfuerzo y si algo no les gusta lo dejan? Es que han controlado fisiológicamente el desecho de heces, pero no atravesaron este complejo tan importante. Por eso decía antes que me parece un problema que los temas de la lactancia se hayan impuesto de tal manera que ya casi no se tiene en cuenta lo que viene más adelante.
Te diré lo mismo de otra forma: las fijaciones orales de los niños y la actitud de padres que permanecen en un rol evaluado desde la gratificación, producen una infancia mucho más apegada a la primera etapa del desarrollo evolutivo, sin tener en cuenta el carácter integral del crecimiento.
Querido Lucas, intenté darte una respuesta en diferentes niveles, porque este es un tema de gran complejidad y, como verás, pone en juego mucho más que una cuestión adaptativa. La idea misma que nos hacemos de un niño está implícita en la idea que nos hacemos de esta etapa. No alcanza con decirle adiós a los pañales, además se trata de adquirir una función que es de mucha ayuda para la vida posterior. Te envío un abrazo grande y mucha suerte.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com