Nos escribe Fernanda (32 años, Bahía Blanca): "Luciano, leí tu última columna sobre las relaciones tóxicas y quería preguntarte por algo que me viene pasando. Conocí a un chico hace ya un tiempo y pasa lo de siempre: se acerca y se acerca, pero cuando hay que concretar, toma distancia y se aleja; me escribe por las redes o me pone fueguitos y cuando yo caigo y le vuelvo a hablar, el ciclo se repite. ¿Por qué pasa esto? Porque además hablamos muy bien, tenemos un diálogo súper lindo; me contó un montón de cosas re importantes de su vida, pero después cuando están dadas las circunstancias para estar juntos, como que no se decide. Yo no sé si esto es una relación tóxica, pero ¿qué hacer ante una situación así?".
Querida Fernanda, muchas gracias por tu mensaje, que trae una coordenada muy actual de las relaciones afectivas. Hace un tiempo empecé a decir: ya no vivimos en la época de esos varones de los que las mujeres decían "Solo me quiere para c…", sino que ahora dicen "Solo me quiere para hablar".
¿Por qué hablan tanto los varones? Una coyuntura habitual en el tipo de vínculos que describís, Fernanda, es la enorme intimidad que se juega desde un principio. Bajo la aparente impresión de una conversación franca, con la ilusión de conocerse, diría que más bien lo que se pone en juego es una escena muy particular: el varón habla y cuenta cuestiones personales (sobre sus gustos, sus parejas anteriores, sus proyectos, etc.), pero lo que es importante situar aquí es si todas esas palabras están efectivamente dirigidas a quien escucha o son para tejer la ilusión de una intensidad que, en última instancia, es de lo que él se queda prendado.
Con esto quiero decir que no por hablar mucho de sí mismo, un varón se expone o está dispuesto a algo. Si tengo que extremar la idea, agrego: cuando un varón habla demasiado, lo más probable es que ahí no se quede. Tal vez esté haciendo un duelo, bajo lo que impresiona como el inicio de una nueva relación. Esto es bastante común, pero en términos generales, te voy a decir: lo importante es advertir si el lazo es con vos o, más bien, con un proceso del que participás como una excusa o un rodeo.
Entiendo que esto último no es fácil, ya que esta clase de varones no ahorran palabras de amor y tal vez no hay nada más hermoso que escuchar de hablar de los efectos que uno cree que produce en otro, pero aquí está la trampa: los efectos no son en el otro, sino en uno, que queda atrapado en una fantasía de la que costará mucho prescindir, la de sentir que uno es la causa de un deseo en el otro y que, por ese motivo, se trataría de que nos elija. Asimismo, entiendo que todo esto es especialmente difícil, porque nos referimos a cuestiones que no son conscientes y que se trata de descifrar sin adoptar una actitud suspicaz.
Voy a insistir en este aspecto, Fernanda, porque noto que -de un tiempo a esta parte- es cada vez más corriente dar consejos que hacen del otro un enemigo, o bien se describe a esta clase de varones como si fueran demoníacos, ante los que es preciso estar en guardia crónica, para no sucumbir y, desde mi punto de vista, eso no hace más que darle demasiada entidad a un circuito vincular que puede deshacerse de manera más simple y con menos costo, porque también ocurre que la interpretación del otro en clave maligna tiene eventualmente un nuevo efecto, el de la eventual recaída. Querer convertir a un "malo" en "bueno" es una de las fantasías más básicas…
Entonces mejor dejemos a un lado ese vocabulario moralista y tratemos de entender los procesos subyacentes. Si tuviera que agregar una pregunta, sería la siguiente: ¿Por qué puede ser que alguien que, mientras lee todo esto que escribo, es consciente y hasta le parece obvio, cuando le toca vivirlo no lo puede advertir? Aquí es que creo que toca pensar un contrapunto, a partir de la inquietud por el tipo de amor que supone engancharse de alguien que produce efectos en nosotros. Como dije: "Nos hace creer que somos la causa"; ahora bien, ¿por qué no podríamos prescindir de ese lugar?
Como ya mencioné, detrás de esa intuición suele habitar la expectativa de ser elegidos como distintos, como únicos entre los demás; es decir, nuestro deseo es poco realista: en vez de pedir ser tratados como uno entre otros, pedimos una excepcionalidad que suele concluir en la degradación. Y para no sentirnos degradados, cedemos y nos terminamos degradando aún más. Pero aquí no se trata de lo que el otro hace, sino de nuestra idea de un amor que nos haga sentir de una manera preferencial, en lugar de pensar que una relación afectiva es para construir un vínculo basado en la reciprocidad.
Claro que para esto último es preciso asumir que el otro es un ser humano con su virtud y sus torpezas, pero quien se encuentre demasiado fijado en la expectativa de "amar el amor" con la condición de un amor pleno, va a tender a la recaída. No es raro que quienes tengan el hábito de encontrarse con esta clase de varones, no hayan superado idealizaciones extremas en el modo de concebir el modo del vínculo amoroso. En efecto, muchas veces dicen que los varones más "simples", les resultan muy "comunes" o "aburridos".
Dado que me decís que leíste mi columna anterior, sobre por qué las relaciones tóxicas tienden a la repetición, aquí añadiría que en esta coyuntura permanecemos en una fijación en el llamado "primer amor", que no fue elaborada y para concluir, querida Fernanda, te diré que el amor es una pasión de la que es preciso curarse; no para dejar de amar, claro, sino para que despliegue sus componentes más constructivos y de verdadero encuentro con el otro, en lugar de dilapidarse en fascinaciones y anhelos de reivindicación personal.