Ella está parada en la esquina, conversando con una amiga. Es la hora de la siesta, que amortigua su sopor entre las hojas verdosas de los árboles. Las casas parecen adormecidas y solo algunos jardines abrevian el letargo del final del verano con flores que resisten marchitarse.
Detrás del ventanal, la distingue. Contempla su hermosura, y se hace más notable lo pequeño, lo insignificante que se siente frente a ella, que ahora no lo ve, pero que alguna vez tuvo miradas, besos y caricias, sólo para él.
Mirá tambiénMarcas en la pielRespira profundo. Mientras termina de recoger los papeles de la cooperativa, de la que es miembro fundador, espía la imagen a través del vidrio. Vislumbra la escena que transcurre al otro lado de la calle, pero también su propio reflejo, su perfil desgastado, el brillo de las canas, el torso que permanece desnudo por las eventualidades del calor. Se viste con la remera blanca que descansa en el respaldo de la silla, y guarda lo que necesita en el bolso negro: documentos, billetera, celular. Luego atraviesa la puerta lateral y activa el portón del garaje con el control remoto. Se sube a la Adventure roja, baja la ventanilla y le da encendido. Una canción del Indio comienza a sonar automáticamente en el estéreo. "El tesoro de los inocentes"… Un cosquilleo merodea por su nuca. Pone primera y sale despacio. Ella sigue ahí. Tantos años y su corazón aun se conmueve. Tiene el pelo largo, como siempre, y la silueta con esa redondez tímida que llega con la madurez pero que no le resta un ápice de esa elegancia natural, de ese magnetismo que tantas mujeres le envidian -¡Que lástima que esté de espaldas!- piensa mientras se acomoda los lentes oscuros - Lleva una blusa celeste… ese color le queda tan lindo… y la pulsera de plata que le regalé para su cumpleaños…
Se muerde los labios recordando el último encuentro de íntima pasión. De tanto en tanto, se permite volver a evocar ese cariño que nunca se fue el todo, esa sonrisa que es como una bienvenida radiante de sol, ese cuerpo que fue más suyo que de nadie…El motor ronronea suavemente, y él aun tiene la esperanza de que ella gire y lo salude. Pero nada sucede. La figura femenina emerge yuxtapuesta a cualquier ilusión y cualquier realidad, concentrada en el instante que está viviendo -en esa charla, en esa muchacha que la acompaña-, indiferente al mundo que la rodea. Sabe que la decepcionó y que por eso, actualmente, es invisible para ella. Sabe que no va a volver jamás. Suspira resignado… "si no hay amor, que no haya nada entonces…" murmura frustrado. Mete segunda, y pisa el acelerador.
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