"Me gustan las mañanas porque son nítidas. (...) Los frutales del jardín están floreciendo y las morillas ya asomaron entre los helechos silvestres. Para mí, esto es felicidad".
Son tiempos de confusión. Las ciudades hierven de pesares y de agobios, transpirando el cemento de su monotonía. El aire enrarecido, los ceños fruncidos al cruzar la calle, la música mezclándose con los motores, la política, la economía y quien ganará las próximas elecciones, encadenan la realidad aunque el orden de los factores no altera el resultado: pesimismo, preocupación, incidiendo en los humores. Cuesta cara la sonrisa, y sin embargo de alguna manera, siempre salimos adelante. Pienso en esto mientras tomo unos amargos. Hay mucho barullo en lo cotidiano y a veces uno se olvida de mirar hacia adentro para encontrar lo que necesita.
En los últimos años aprendí a disfrutar del silencio. Esto de habitar en el bosque y estar un poco incomunicada, sin wi-fi, con la señal telefónica fluctuante, y poco ruido en el ambiente, hace que aprecie el contexto de manera singular. Me gustan las mañanas porque son nítidas. Mientras renuevo el mate, veo a través del ventanal de la cocina una liebre comiendo hierba al borde del sendero. Los frutales del jardín están floreciendo y las morillas ya asomaron entre los helechos silvestres (*). Para mí, esto es felicidad. Lo que perturba mi tranquilidad son usualmente cuestiones externas y llegan a través del celular. Para ser sincera, hay mensajes de amor, de esas personas que, aunque esté lejos, me vislumbran desde el corazón, pero también recibo los otros, los conflictivos, contradictorios, e incluso, algunos de los que me cuesta discernir el propósito.
Las redes sociales se quieren meter en mi intimidad, pero las mantengo a raya. Lo cierto es que me escriben mucho por mi actividad literaria, sobre todo por mi manera de encarar lo poético. Me envían artículos, entrevistas, textos diversos y me gusta compartir, cuando puedo, una charla, una reflexión o unos versos. Hace unos meses, se contactó conmigo un señor muy culto y muy viajado. Supongo que le llamó la atención algún poema porque comenzó a recomendarme escritores y notas sobre el tema. Una de ellas, versaba sobre una visión de la poesía actual y su diferenciación sobre la estética de las décadas finales del siglo anterior.
Era un abordaje teórico interesante y complejo. No lo analicé enseguida porque no tengo conectividad, pero mi interlocutor parecía estar apremiado por tener una definición mía al respecto porque insistía en preguntarme si la había revisado, si la había comprendido. También me invitaba a conocer su biblioteca, que debía ser impresionante, porque tenía mucha ansiedad por mostrármela. No quería ser descortés, así que una madrugada, que es el horario en que más o menos hay datos fluidos en la red, puse a descargar el artículo, lo leí y di mi devolución. Después me quedé cavilando, en las intenciones de este señor. ¿Estaba tratando de hacer aportes enriquecedores? ¿Me quería tratar de bruta? ¿Buscaba seducirme a través de los libros?
Francamente, no lo sé, porque luego de un par de conversaciones más, donde tuve una actitud respetuosa y distante, no volvió a comunicarse. Me ha pasado en muchas ocasiones que han querido evaluar mi intelectualidad, encajarme dentro de algún estereotipo, corroborar hay paridad entre inteligencia y belleza; y descubrí que no me interesa solucionar los prejuicios de nadie. Creo que en la forma de ser, actuar, y expresar traslucimos todo lo que verídicamente somos, con nuestros conocimientos y experiencias. Ingreso en los umbrales de los 50 y todavía estoy aprendiendo a vivir. Quiero crecer, nutrir mi esencia, sentir y pensar con libertad, amar. Y sobre todo, envejecer en paz.
"Soy una mujer sin teorías,
hablando de la herida
...Y de la vida.
Por eso no me interesa gustarte.
Lo esencial, como la poesía,
indecorosamente, se siente".
(*) Las morillas son hongos en forma de colmenillas, muy apreciados en toda la Patagonia. Se dan solo en algunas zonas y en general en el mes de octubre. Salen de manera natural, es decir que no se pueden cultivar. Son costosas. La gente las recolecta para venderlas a los restoranes o a los secaderos que luego las exportan, sobre todo a Europa.
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