Hay días en que me siento rara. Supongo que le pasa a todo el mundo… Pero yo transito ese espacio con una conciencia abrumadora. No estoy malhumorada, simplemente, RARA. Y lo peor es que se me nota mucho. Me miro al espejo y el pelo esta indomable, los ojos parecen empañados, cuesta definir el color, pero lo peor es la rosácea, apoderándose de mis mejillas sin ninguna contemplación. "Ya sé... andás loca", me digo. Sin embargo, LOCA no es el adjetivo adecuado. Tal vez ENAJENADA, es decir extraña a mí misma. Quienes más notan este estado son mis gatos y el atolondrado de mi perro Amigo, que también andan dispersos. Isuzu y Tornado se pierden en el altillo toda la mañana. A veces subo para espiarlos y asegurarme que estén durmiendo. Me ignoran, pero yo los molesto. Los acaricio, les tiro las orejas, les rasco la pancita… finalmente se rinden y aunque me miran desconfiados, acceden a bajar y hacerme compañía.
Con Amigo es más complicado, porque como tiene debilidad por las gallinas de los vecinos, el tiempo en que está suelto requiere control. Y él no me obedece cuando estoy así. Desaparece. Lo llamo y no responde. Tengo que salir a caminar el bosque y cuando lo veo, lo abrazo, lo beso, le digo palabras de amor y al reconocerme mediante mi habitual cariño, va derechito a su lugar. Estoy segura que perciben que estoy disociada, que algo turba mi espíritu.
Mientras hago las tareas de la casa, mi cabeza es un sonajero. Los pensamientos son tumultuosos y hacen barullo. Me olvido donde dejo las cosas y paso horas intentando descubrir dónde pueden estar. Noto una pesadez en la frente y, si no presto atención, se me quema la comida.
Los ruidos que hay en mi alma generan mareos y confusión. Eso significa que tengo un conflicto interior latente, y una parte de mí está tratando de buscar desentrañarlo, una parte de mi que está ausente, absorbida. Necesito sacar el máximo provecho de mis instantes de soledad para poder estar en armonía, y sentirme nuevamente, en paz. Salgo al patio, entorno los párpados, respiro el aire puro y escucho los sonidos del ambiente que me rodea: un martillo golpeando apagadamente, el canto de algún pájaro, y el Río Azul murmurando en la lejanía su pasión diluyéndose en las piedras. Tomo unos momentos para dilucidad como atravesar la opacidad que me perturba, esa masa oscura que no me permite sentirme completa. Esa pausa me reconforta y lentamente me voy encontrando, comprendiendo, despejando.
Es un proceso de TRANSFORMACION. Los versos vienen después como un acto liberador, un desahogo, un regocijo… y entonces retomo la vida, renazco a la alegría. "A veces estoy lejos de mí, con el desamparo lamiéndome los párpados y la mirada extraviada entre los árboles y la ausencia. La resaca agreste de la nostalgia llega con el viento y empapa la desnudez del paisaje y la piel. Hay un frío intenso temblándome en el pecho y solo siento el vacío latiendo su desgana. Tengo que cruzar el río para encontrarme. Sumergirme en el misterio de las algas y la felicidad tornasolada de los peces. Dejarme llevar por el caudal transparente, pegar a los labios la dulzura de su llanto, envolverme del misterio que ondula su esencia blanda. Tengo que cruzar el río y abrazarme… Las respuestas me mojaran los pies con su agua clara".
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