Por María Teresa Rearte
Por María Teresa Rearte
- ¡Shulka! ¡Shulka! Gritó mi hermano, mientras se descolgaba del árbol y huía despavorido, aguijoneado por avispas enfurecidas que abundaban en la zona. Angustiada, corría a su encuentro, para calmar con barro fresco de los bañados cercanos la inflamación y el escozor que le producían.
Han pasado los años. Sin embargo, por las noches, aún me sobresalta aquel grito, viniendo quien sabe de qué recónditas regiones de mi propio ser. Estoy como atrapada, entre aquellas intrincadas raíces que me ligan a mi hermano y el silencio insondable que oculta el misterio de los muertos.
Diego,… casi musito en mis pensamientos. Crecíamos juntos. Soñábamos juntos… Nuestra imaginación lo podía todo. Tan fácilmente nos transportaba al luminoso mundo del circo, y éramos trapecistas temerarios, domadores violentos, que estremecíamos el ánimo de los espectadores. ¡Jamás payasos! "Sus ojos eran tristes, me decía. Su risa era pintada." Soñábamos con dilatadas carreteras, peligrosas rutas de montaña, por las que arriesgábamos la vida, piloteando nuestros veloces coches. Nos conocía todo el país. Éramos "los hermanos Berdiales". Pero bien pronto cambiaba de opinión.
- ¡Seré piloto de aviones! Me gritaba, mientras pedaleaba como un loco su bicicleta. ¡Y volaré sobre el pueblo, muy bajito! ¡Rozaré la torre de la iglesia!
- ¡Se asustarán las palomas del campanario! Lo prevenía, entre asustada y compadecida.
Ambos soñábamos. Pero los sueños de nuestro padre diferían de los nuestros, enderezando nuestros pasos. Los suyos hacia el mar. "Será marino", afirmaba mi padre. "Y tú, Shulka, ¡serás maestra de escuela!" Aquel ferroviario adusto y sensitivo, que nunca nos castigaba por nuestras osadas aventuras, anhelaba plasmar nuestras vidas como modela el alfarero la arcilla entre sus manos.
Y así fuimos a la ciudad. Tan lejos de nuestros sueños. Más cerca de los sueños paternos. A vetustos colegios, que entre muros y rejas recogieron nuestros pasos. Donde austeros maestros, cuya solemnidad nos impresionaba, nos enseñaban más y más. Y no se cansaban de ponderar lo mucho que aprendíamos el "noble saber", como decía mi padre cuando nos exhortaba a estudiar con entusiasmo.
De allí regresábamos, verano tras verano, cada cual con su libro de Preces bajo el brazo y el Rosario entre las manos. Así fue el primer verano, el segundo y el tercero también, Pero al siguiente, mi hermano de ojos azules, que parecían reflejar el cielo, y rizado pelo rubio, aletargada herencia de aquel rubicundo francés que fue mi abuelo materno, no retornó a casa. Se quedó, entre hierros retorcidos y vagones deshechos, en aquella horrenda escena de polvo, sangre y muerte. Su cara yerta. Su mirar desmesurado. Y el Rosario todavía pendiendo de una mano.
¡Qué dura afrenta para aquel ferroviario! De rodillas, allí sobre los rieles, recogió a su hijo. Lo estrechó contra el pecho. Impotente, lo lloró sin lágrimas. Más tarde se lo entregaría a mi madre. La pobre casi se murió de pena.
Mi rubio "Capitán" no tuvo barco, ni gorra, ni recorrió los mares. Nunca vio gaviotas. Sólo llegó al Puerto de la Muerte. Era diciembre. Amanecía. Todavía brillaba alguna estrella.
En su sillón, bajo el parral desnudo, por las noches el anciano patriarca aún dormita sus sueños marineros, mientras mi madre parece mecer su tierno niño en su encorvado seno.
(*) Primer Premio en el Concurso Provincial de Cuentos "Quijote de Plata Vº", en 1982. Pertenece al libro "Shulka. Recuerdos de la infancia". Edición de la autora. Santa Fe, julio de 2001.
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La casa era grande, con muchas habitaciones. Las paredes interiores pintadas de blanco daban una sensación de frescura en las cálidas siestas del verano. Pero lo que más me gustaba de ella eran sus patios y sus árboles.
Recuerdo que había un patio pequeño, donde crecían bonitas plantas. Malvones de rojas flores, azucenas, begonias rizomatosas… Y las margaritas que eran el orgullo de la abuela; pero también un motivo de disgusto cuando "Batuque" las destrozaba.
A mí me agradaban los jazmines, porque embriagaban el aire con su fragancia persistente. Mis padres, en cambio, parecían disfrutar del parral. Por las noches, se sentaban debajo suyo y los escuchábamos hablar largamente.
Al fondo de la casa, un terreno amplio constituía el hábitat de algunos algarrobos de gran porte, a los que subíamos con Diego. Y a los que mi hermano, siempre tan imaginativo, les había dado el nombre de montañas conocidas. Solitaria y aislada crecía también una higuera. En mis momentos de melancolía me unía a ella una especie de simbiosis afectiva. La veía tan "triste" y desgarbada.
Allí, colgados de los algarrobos, columpiamos nuestra infancia. Y descubrimos con asombro el mundo de los insectos. Nos llenaba de admiración la laboriosidad de la avispa alfarera construyendo su nido.
Sin embargo, el centro de aquella casona antigua parecía constituirlo el aljibe, que a mí me parecía rodeado de misterio. Con frecuencia, Diego y yo nos asomábamos al brocal -pese a las advertencias de nuestra madre- sólo para gritar y escuchar el eco que nos devolvía. No sé si entonces reconocíamos en él nuestras propias palabras. O tal vez creíamos que alguien, oculto en su interior, nos respondía… "¡¡¡ Diegooo… Shulkaaa espantapájarosss… Batuqueee…!!!"
(*) Del libro "Shulka. Recuerdos de la infancia". Edición de la autora. Santa Fe, julio de 2001.
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Parte un tren sobre rieles cansados
que en su marcha me devuelve
la memoria jubilosa de mi infancia.
Recuerdos que dibujan los días y las noches
y pintan de colores las horas y las cosas.
Derramando dicha de la copa de la vida.
Recogiendo asombro y risas en mis manos.
(*) Del libro "Búsquedas y travesías". Poesía. Edic. UNL. Santa Fe, octubre 2009.
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Puse una moneda
en la mano de un niño.
Y él depositó su mirada
en la cuenca de mis ojos.
(*) Del libro "Búsquedas y travesías". Poesía. Edic. UNL, Santa Fe, octubre 2009.
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No caben los sueños
en su cuerpo moreno,
que tirita en invierno.
Su orfandad se arropa
con hojas caídas
y sucios cartones.
Al lado del niño duerme
compasivo un perro,
(*) Del libro "Habitar la pausa". Poesía. Edic. UCSF, Santa Fe, noviembre 2022.
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