El déficit cuantitativo y cualitativo de viviendas de la ciudad contemporánea, fundamenta la implementación de operaciones de rehabilitación integral, aplicando estrategias proyectuales urbano-arquitectónicas conjugadas con criterios de sostenibilidad económica, ambiental y social. En tal sentido, Raúl Fernández Wagner (2003) señala que, "la vivienda de interés social es entendida como aquella desarrollada a partir de la participación del Estado, de carácter masivo, dirigida a la población sin posibilidades de acceso al mercado habitacional inmobiliario y enmarcada en el desarrollo de políticas provenientes de una idea de Estado de Bienestar, definido como aquel que asume las problemáticas sociales como un derecho fundamental".
Sin embargo, es preciso considerar que la vivienda forma parte de una totalidad mayor, implicando aspectos físicos y sociales; pues de lo contrario, la vivienda sólo conformaría una construcción inerte, carente de sentido de hogar y hábitat colectivo, restringiendo las condiciones de acceso de la población a la ciudad. Los grandes conjuntos habitacionales dieron una respuesta rápida al déficit habitacional de posguerra en los países europeos, y a la sobrepoblación de las ciudades latinoamericanas. Al respecto René Dunowicz (2010) sostiene: "El referente tipológico del período en relación a la vivienda social fue el de los grandes conjuntos habitacionales, pensados como pequeñas ciudades autosuficientes, de mayor densidad de población que su entorno, con equipamiento comunitario a gran escala, y de fuerte impacto en la trama y el perfil urbano".
Por consiguiente, al encontrarse implantados sobre terrenos periféricos y generalmente desvinculados de los centros urbanos, este tipo de intervención debía generar una nueva urbanidad para sus habitantes recurriendo a geometrías contundentes y elevadas densidades. Por otra parte, al considerar que los usuarios no participaban en la toma de decisiones, sino que estos proyectos eran planificados por el Estado, financiados por fondos públicos y construidos por grandes empresas bajo la modalidad de licitación pública (Fernández Wagner, 2003); es posible comprender porque, luego de cincuenta años de su ejecución, se evidencian una serie de consecuencias debido a la insatisfacción real de las necesidades de sus residentes.
Mirá también¿Cómo las obras moldean el futuro de nuestras ciudades?En Argentina, durante la década de los 70 se comenzaron a ejecutar una serie de grandes conjuntos habitacionales como respuesta al déficit residencial, a las dificultades para acceder en forma regular a la vivienda, y a la proliferación de villas de emergencia en el interior de las ciudades. Sin embargo, las malas políticas de atención adoptadas condujeron a una "crítica situación de los conjuntos habitacionales, progresivamente vandalizados y degradados, demostrando que las soluciones habitacionales de los 70, constituyen hoy un problema social y urbano importante en muchos distritos" (Fernández Wagner, 2003).
Luego de cuarenta años de evaluación de estas producciones habitacionales, por parte de diversos autores, es posible evidenciar las consecuencias inesperadas para el ámbito social y urbano de estas políticas de vivienda, a raíz de la falta de planes de mantenimiento y el creciente deterioro, las constantes vandalizaciones, el colapso de las instalaciones, la falta de integración con el resto del tejido, el escaso control urbano y la precarización de las condiciones habitacionales.
Una mirada al Fonavi San Jerónimo
Mediante un relevamiento físico-ambiental, se han podido contrastar ciertos aspectos teóricos y entrar en contacto con la realidad concreta del Fonavi San Jerónimo y sus habitantes. En reiteradas visitas al sector, encuentros y recorridos con los vecinos, se ha verificado lo planteado por Fernández Wagner (2003) al enunciar que una vivienda necesariamente debe contemplar aspectos físicos y sociales. Sin embargo, es difícil percibir esta condición al interior del barrio, pues la contundencia y monotonía de los monoblocks intentan reflejar una falsa homogeneidad. Internamente, cada uno de los bloques no sólo esconde diversas tipologías habitacionales -viviendas de uno, dos, tres, y cuatro dormitorios-, sino que también aloja personas con diferentes necesidades y diversas características económicas, sociales y culturales; mientras que el afuera, denota una sucesión rítmica de celosías blancas sobre un sólido de color verde.
Por otra parte, tanto su implantación sobre el borde suroeste de la ciudad de Santa Fe, como sus lógicas de concepción a modo de ciudad funcionalista que prioriza las condiciones de iluminación y ventilación natural; han derivado en una desvinculación entre el barrio y el entorno circundante. Por tanto, este conjunto habitacional ha debido recrear una nueva urbanidad por medio de la introducción de equipamientos comunitarios, pero la escasa variedad de locales comerciales y oportunidades de empleo, han obligado a que las personas deban recorrer largas distancias para satisfacer sus necesidades diarias.
Mirá también¿Determinismo espacial o resignificación continua de la sociabilidad?En cuanto al paisaje urbano, más allá de las monótonas fachadas de los bloques, destaca la presencia de un ambiente degradado, confuso y desordenado. En este sentido, tal como los expresan Eduardo Bekinschtein, Lucía Calcagno y Domingo Risso Patrón (2013), resulta evidente la falta de cuidado y mantenimiento a lo largo de todo el sector, junto con la apropiación por autoconstrucción de las áreas comunes, la vandalización de ciertos elementos de la infraestructura, la abundante presencia de automóviles estacionados en las calzadas, el deterioro de los monoblocks por la resolución inadecuada de ciertos detalles constructivos, y el mal estado de algunas viviendas.
Propuesta de Rehabilitación del Fonavi San Jerónimo
Una errónea comprensión y diagnóstico de los problemas y dificultades que afrontan estos complejos conduce a la demolición como única solución; derivando en la pérdida de recursos materiales y económicos, junto con la destrucción de historias y recuerdos familiares. Los procesos de rehabilitación del hábitat construido, el territorio ocupado, y las redes socioculturales existentes, se presentan como alternativas efectivas frente a la completa destrucción u ocupación sistemática del suelo urbano.
Olga Wainstein Krasuk y Alicia Gerscovich (2005) entienden por rehabilitación a la "recuperación urbana que trasciende lo edilicio modificando la escena urbana consolidada, orientándose a la salvaguarda de valores histórico-culturales, económicos, sociales y ambientales. Se trata de revitalizar los barrios, encontrar formas alternativas de gestión y fomentar el surgimiento de nuevas identidades, apuntalando la formación del vínculo social".
Los grandes conjuntos habitacionales, como el Fonavi San Jerónimo- Centenario, siempre han cargado con una connotación negativa, no sólo por parte de la sociedad civil, sino también por ciertas autoridades estatales. Intervenir lo existente, comprender sus necesidades y preservar su encanto original, requiere de una mirada positiva e integradora. Tal como expresan Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal (2017), es preciso invertir la postura tradicional, pasar de un urbanismo regido solamente por un plan estratégico general, hacia un urbanismo de situaciones, nutrido por la pluralidad del territorio, capaz de valorar las preexistencias, detectar las necesidades reales de los individuos, e impulsar la superposición de actores y circunstancias diversas.
Por tales motivos, la integración del Fonavi San Jerónimo al resto de la ciudad, debe darse a nivel de la trama y el tejido urbano (Carlos García Vázquez y Elisa Valero Ramos, 2016). La apertura de un entramado vial con jerarquía claras y un paisaje ordenado que delimite lo público, lo privado y las áreas comunes, le aportará al barrio mayor permeabilidad, desdibujando los bordes que actualmente impiden la continuidad con el entorno circundante; mientras que la recualificación de la imagen urbana y la expansión de los bloques hacia la vía pública, permitirá una articulación con el tejido tradicional, revitalizando la vida urbana exterior, los encuentros e intercambios interpersonales.
En este sentido, es imprescindible recuperar la condición plurisignificante del espacio público como soporte físico para la vida urbana. La escala de los grandes conjuntos habitacionales corresponde a un proyecto urbano, por lo cual, para remediar el déficit habitacional no sólo se requiere la rehabilitación de las construcciones, sino también la valoración de su relación con el funcionamiento de la ciudad y el uso colectivo (Josep Maria Montaner, Zaida Muxí y David H. Falagán, 2011).
La incorporación de nuevas alternativas para el desplazamiento mediante una grilla vial ordenada según calles de diverso carácter, debe complementarse con la liberación de las plantas bajas y su reemplazo por áreas permeables, fluidas y con multiplicidad de usos: locales gastronómicos, tiendas comerciales, estacionamientos cubiertos, equipamientos con actividades públicas y privadas para la recreación, cultura, educación, deporte y administración. Esto promueve la mixtura de usos disponible y facilita la satisfacción de las necesidades cotidianas al interior del barrio, diversificando la oferta y las oportunidades laborales, fomentando los desplazamientos a pie de vecinos y residentes de zonas aledañas.
Se torna imprescindible revitalizar los espacios públicos dentro y fuera de los bloques. Recuperar el carácter vecinal de los corazones de manzana mediante la mejora del paisaje, el diseño de las áreas verdes, la incorporación de huertas urbanas y actividades comunitarias que fomenten los encuentros e intercambios al aire libre, promoverá la participación mancomunada de los individuos en pos de reconstruir los lazos sociales y crear una conciencia sobre el ejercicio del hacer y el cuidado del medioambiente; mientras que la transformación de la plaza principal en un gran pulmón verde, con islas de vegetación, mobiliario urbano y juegos para niños, estimulará relaciones afectivas entre las personas y el entorno, creando un hábitat adecuado para el despliegue de la biodiversidad, aportando superficies permeables y mejorando el paisaje del barrio.
Mirá tambiénEscuelas de Santa Fe también mostrarán sus reliquias e historia en la Noche de los MuseosGenerar una imagen urbana integrada y articulada por medio de aquellas tensiones que aporta la multiplicidad de actividades entre el interior de los bloques y la vida urbana exterior, favorece la consolidación de una nueva centralidad, no sólo al interior del Fonavi San Jerónimo, sino también del barrio Centenario. Esta centralidad, dinamiza la vía pública y asegura un flujo constante de personas, garantizando la presencia de "ojos en la calle" de Jane Jacobs (1961) y la defensa pasiva propuesta por Oscar Newman (1972), otorgando una identidad comunitaria que fortalezca el entramado social y reduzca la inseguridad actual.
Las intervenciones comunes a todos los monoblocks relativas al mantenimiento de las áreas comunes e infraestructuras, junto con el traslado de aquellas viviendas dispuestas en la planta baja hacia un cuarto piso adicional; culmina con la refuncionalización de cada uno de los hogares. Expandir las unidades por medio de la adición de áreas flexibles y balcones en contacto con la vía pública, abandonando la condición de bloques sólidos e infranqueables, en busca de una apariencia etérea, permeable e iluminada; no sólo otorga a los residentes nuevos puntos de vista para contemplar el vecindario, sino también les brinda una superficie extra que podrá convertirse en lo que ellos deseen y necesiten, adoptando un estatus irrepetible.
Al mismo tiempo, la plusvalía espacial es acentuada por una reinterpretación de la forma, función y tecnología de los invernaderos. Los cerramientos móviles que lo delimitan le permiten dar respuesta frente a las exigencias variables del clima; pudiendo funcionar como un espacio intermedio que eleva la temperatura interna durante épocas invernales, o como un amplio balcón abierto que favorece la ventilación natural y reduce la temperatura de los ambientes durante el verano.
Aludir a la noción de estética de la energía propuesta por Eduardo Prieto (2017), como un término mediador entre el polo estético-material y el polo técnico-funcional, posibilita el traslado de elementos industriales como los invernaderos, hacia el campo semántico de la vivienda; procurando la ampliación del espacio útil de las unidades a través de dispositivos óptimos en su construcción, eficientes energéticamente, económicos en su costo, flexibles espacialmente y socialmente identitarios en cuanto a sus posibilidades de apropiación.
García Vázquez y Valero Ramos (2016) afirman que, indagar en la mejora del hábitat construido y recuperar eficazmente sus valores históricos, culturales, económicos, sociales y ambientales; requiere la participación activa de los habitantes. Acompañar los procesos de rehabilitación con trabajo social y una gestión participativa que permita a la población expresarse e informarse sobre las características de los proyectos, es primordial para generar una sólida identidad comunitaria que asegure el mantenimiento de los resultados por medio de la consolidación de consorcios por cada manzana, con referentes designados y una clara estructura de autogestión.
Por tanto, resulta imprescindible concebir la arquitectura desde el habitar, reconstruyendo lo existente desde el interior hacia el exterior, desde los usuarios y sus memorias hacia la vida urbana.
(*) Oficina de Arquitectura (OdA), un espacio destinado a la innovación y experimentación colectiva.
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