Por Lisandro Prieto Femenía
Reflexiones desde una perspectiva filosófica
Por Lisandro Prieto Femenía
En nuestra entrega anterior, publicada el 18 de julio pasado, abordamos con distintos ejemplos –como ser el nazismo (con su antijudaísmo y su racismo), el comunismo (con el proceso de sovietización) y algunos filmes de Hollywood (con su tratamiento sobre el patriotismo y la inversión bélica durante la Segunda Guerra Mundial)-, el tema de la imposición de las llamadas "agendas culturales", por parte de lo que los teóricos de la Escuela de Frankfurt denominaron "la industria cultural". Es decir, la producción en masa de los bienes y servicios culturales que estandarizan y comercializan la cultura, a partir de lineamientos, o "bajadas de línea", que moldean la percepción y el comportamiento de nuestras sociedades.
En tal sentido, otra gran invasión cultural global estuvo representada por los westerns, un género televisivo y cinematográfico que tuvo su momento de gloria a mediados del siglo XX, jugando un papel crucial en la construcción de la identidad estadounidense y la demonización permanente de los nativos americanos. Recordemos series como "Gunsmoke" (1955-1975) y películas como "The Searchers" (1956), que representaban a los aborígenes como salvajes peligrosos, justificando de alguna manera una expansión territorial violenta muy propia de la tan poco discutida herencia británica imperialista.
Este tipo de productos culturales promueven una visión casi unidimensional y prejuiciosa de los pueblos indígenas, como también la promoción de rasgos y valores propios de la cultura americana tales como el individualismo, la autosuficiencia y la justicia a través de las leyes del duelo y las balas de pistoleros que fumaban como cosacos y se hidrataban a base de whisky. Este tipo de producto cultural establecía usos y costumbres mediante la personificación del hombre blanco borracho, hábil para la doma y los duelos, que usa campera de cuero en pleno verano y que de alguna forma representaba el orden y el progreso.
Posteriormente, durante la Guerra Fría, la televisión fue una escuela de promoción anticomunista mediante series como "I Led Three Lives" (1953-1956) y películas como "Invasion of the Body Snatchers" (1956), que reflejaban y alimentaban el miedo a todo lo que tenga que ver con la Unión Soviética, presentando a los comunistas como infiltrados peligrosos que amenazaban el tan soñado "estilo de vida americano". Este tipo de narrativas no sólo reforzaba la política exterior de los Estados Unidos, sino que también justificaba la persecución interna de presuntos adeptos al comunista mediante el macartismo.
Tengamos en cuenta la parte que les tocó soportar a los orientales (en especial los japoneses), particularmente durante y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la industria cultural estadounidense utilizó todos sus recursos audiovisuales para imponer agendas contra Japón. Recordemos películas como "Wake Island" (1942) y "Back to Bataan" (1945), las cuales mostraban a los japoneses como seres crueles y deshumanizados, fomentando el odio y el racismo sobre ellos a nivel global. Décadas más tarde seguía siendo tendencia ponerlos como "los malos", mediante "Rambo: First Blood Part II" (1985), perpetuando estereotipos negativos y mostrando a los vietnamitas y otros asiáticos como villanos brutales.
Este tipo de productos culturales no sólo pretendían justificar el esfuerzo bélico americano, sino que también perpetuaban estereotipos negativos sobre los asiáticos en general, afectando la percepción pública de las culturas orientales durante décadas y contribuyendo a la discriminación (siempre a flor de piel) en la sociedad estadounidense.
Tampoco debemos olvidar que desde la década de 1970, hasta hace muy poco tiempo, las representaciones del mundo árabe en la televisión y el cine occidental han contribuido a la estigmatización y demonización del Islam. Así, programas de televisión como "24" (2001-2010), o películas como "True Lies" (1994), presentan a los musulmanes inexorablemente como terroristas y amenazas a la seguridad global. No hace falta, creo, mencionar que este tipo de narrativas ha servido profusamente para justificar intervenciones militares y políticas de seguridad internacional que rigen hasta nuestros días en territorio de Medio Oriente.
Concretamente en Argentina, durante la dictadura cívico militar (1976-1983), el aparato cultural, totalmente servil a los Estados Unidos, fue utilizado para imponer su régimen mediante una sistemática censura sobre todos los medios de comunicación, el cine y la televisión, controlados al punto de suprimir cualquier forma de disidencia y promover supuestos valores nacionalistas y conservadores. A través de programas televisivos, noticieros y películas, se difundía una narrativa oficial que glorificaba al ejército y demonizaba a la oposición política, etiquetándolos como "subversivos" y "terroristas".
Esta manipulación cultural ayudaba a legitimar la represión y las violaciones a los derechos humanos cometidas durante este período tan oscuro de la historia argentina. "La simulación ya no es esa de un territorio, de un ser referencial, de una sustancia. Es la generación por los modelos de un real sin origen ni realidad: un hiperreal", define Jean Baudrillard en "Cultura y Simulacro" (1981).
Como hemos podido apreciar, caros lectores, la industria cultural no es simplemente un proveedor de plataformas de entretenimiento, sino que es un claro agente activo en la conformación de la conciencia social y los valores normalizados. También hemos notado que mediante los ejemplos históricos concretos instrumentos como el cine, la música, la televisión y actualmente las redes sociales y los servicios de streaming son utilizados para imponer agendas y lineamientos que moldean la percepción, el comportamiento y la determinación de todo aquello que es (y que no es) políticamente correcto, real, irreal o hiperreal.
Todo esto no quiere decir que todas las reproducciones culturales apuntan directamente a moldear nuestra percepción y criterio hacia una ideología concreta. No, no todas, pero si queremos vivir pensando o pensar viviendo, es preciso que activemos el pensamiento crítico para detectar qué nos están queriendo comunicar, sin que por ello tengamos que abandonar el disfrute por la estética en todas sus manifestaciones.
Persiguiendo comanches
"The Searchers" (literalmente "Los Buscadores") está ambientada en Texas, tres años después de la Guerra de Secesión (1861-1865). Ethan Edwards, un hombre solitario, vuelve derrotado a su hogar, pero la persecución de los comanches que han raptado a una de sus sobrinas se convertirá en un modo de vida para él y para Martin, un muchacho mestizo adoptado por su familia. El filme, basado en la novela homónima de Alan Le May, fue comercializado bajo el título "Centauros del desierto" en España y "Más corazón que odio" tanto en Argentina, como en Chile y México. Dirigido por John Ford, contó con John Wayne (Ethan Edwards), Jeffrey Hunter, Vera Miles, Natalie Wood y Ward Bond en los papeles principales. Considerado uno de los westerns más influyentes de la historia del cine, se rodó íntegramente en exteriores naturales de Estados Unidos.