Santiago Loza se muda de la casa al edificio para esculpir "Un espíritu modesto"
En su flamante novela, el reconocido cineasta cordobés retrata los entresijos vinculares de una madre mayor y su hija adulta. Cada capítulo-deriva funciona como un fotograma de la distancia entre ellas, separadas materialmente por seis pisos.
Santiago Loza, escritor, cineasta y dramaturgo. "Siento que hay algo travesti en la escritura: uno toma prestadas ciertas voces para poder ser aún con más fuerza que la propia vida", cuenta el autor sobre el oficio.
El cineasta, dramaturgo y escritor Santiago Loza publicó en 2024 su novela "Un espíritu modesto", obra editada por Tusquets. "Cuando me siento a escribir sin saber dónde va a ir parar o si se va a publicar, tiene que haber un disfrute muy pleno", explicó el autor a diario El Litoral. Además, reconstruyó el proceso creativo, remarcando sus vectores: locación, derivas, fragmentos, personajes, fantasía.
Esquirlas
Es un día lluvioso en Buenos Aires. Santiago Loza disipa el clima, rompe-hielos, y expande su "espíritu modesto". Se entrega a la conversa, acomoda la cámara mental. "La historia se me apareció como esquirlas", dice. "Como si se hubiese astillado el objeto y lo que uno está leyendo son pequeños fragmentos".
El realizador premiado en Cannes, Berlín, Rotterdam y Bafici, entre otros festivales de cine, avanza en el proceso: "Yo soy un poco vago, tengo la posibilidad de armar capítulos como cuentos. Sabía, en mi poca experiencia, que si los juntaba algo iban a formar. Me gustaba que la novela también pudiese ser sobre esos personajes secundarios que aparecen. Que pudiese tener derivas".
Un caso así es el del encargado del edificio. "En teatro sería el personaje de soporte", entresaca de otro de sus oficios el entrevistado. "El que viene a traer otra historia, el que tiene otros silencios; la sensación es que él podría apropiarse de la novela. Las dos protagonistas no van a conocer del todo esas vidas privadas que tiene cada quien".
Portada de "Un espíritu modesto", novela de Santiago Loza. En la línea temporal del escritor, sucede al poemario "Noventa y nueve naturalezas muertas", trabajado junto a la poeta Laura Wittner.
Importante: Santiago es "de provincia" pero se vino "a la ciudad", y su tonada no piensa discutirlo. Vive en un edificio desde hace unos años. "Creo que conozco a esos personajes, tengo algo de esa vida y la siento muy propia. El anonimato que proveen ciertos espacios me generó el deseo de escribirlo. También me gustaba hablar del erotismo en la religión, en la creencia. Me divertía que, por momentos, pudiera ser una novelita erótica y al mismo tiempo dejar de serlo". En ese origen rige, desglosa Loza, la pandemia. Se filtra cual gotera invisible, omnipresente. "Siento que hay algo travesti en la escritura: uno toma prestadas ciertas voces para poder ser aún con más fuerza que en la propia vida. En ese momento, la vida estaba bastante limitada y me daba plenitud escribir la novela", explica sobre el asunto.
Chocar
Héctor me manda una foto. Es un fragmento de un libro. Dice: "Entro. La casa es y no es la misma (...) En los años que pasaron, cada vez que nombré la palabra 'casa', aparecía en el recuerdo la primera casa, insistiendo, amenazante, molesta, temida". La cita corresponde a "La primera casa", novela de Loza publicada en 2019. Héctor es arquitecto y es mi padre.
Aquí y allá, la operación de Loza es museológica, patrimonial. Para hablar de las corporalidades, tiende primero el espacio, un edificio, hasta llegar a la gota de sangre del obrero "estallado" en su construcción. Una vez dispuesto el lugar, y su hechizo de drama, nos avisa de dos mujeres adultas que "se independizan juntas", cambiando el eje horizontal de una misma casa por el vertical de una misma torre. Vilma ha de ser una mujer de 70 años, si se calcula su edad, inversamente, a partir de la de su hija, Laura de 47. Son tan opuestas como complementarias, talladas por el mismo sino: la necesidad litúrgica de creer en algo.
Allí se forja la chance. Se lamina el metal de la conflictividad. "Como si cada una de ellas tuviera su pequeña gran aventura", asume Santiago. "El perímetro que corre Laura es mayor. Vilma tiene el tiempo acotado, está viviendo su despedida. Pero aún con su limitación, empieza a descubrir un vínculo con la sensualidad en un momento inesperado. Es como si estuviese anestesiado en ese vínculo, pero al mismo tiempo algo se modifica sin querer, inclusive distanciándose. Yo escribí lo que conocía de los personajes, hay una zona más opaca o eclipsada que no conozco".
Laura va hacia adelante, Vilma hacia abajo. Perpendiculares, madre e hija confluyen. Al ojo documentalista de Santiago Loza no se le pierde ningún desplazamiento. Laura representa al flâneur y, paradójicamente, el templo la libera. "En esos paseos", cuenta el autor distinguido con el Premio Konex y el Premio Nacional de Cultura 2021, "fue conquistando terrenos y encontrándose con sorpresas. Una amiga me dijo que en el templo se arma una creencia un poco pagana. En el lugar más inesperado aparece una posibilidad de contacto, el cuerpo deja de estar tan solo. Ese es su accidente o gran acontecimiento: su ser se empieza a chocar con otros y otras".
Enigma
Los editores Andrés Gallina y Paola Lucantis fueron cruciales en la fragua de la novela. Le marcaron a Santiago la importancia de seguir desarrollando la espacialidad, de exprimirla. Al igual que el edificio, le dijeron, el templo podía ser un personaje. Este último, subrayó Lucantis, con el aditamento de ser un ámbito de encuentro y amor entre mujeres. Al respecto, precisó el escritor que si bien, "me daba miedo abandonar la trama principal, hay algo de la deriva que te permite la novela: revela pero mantiene cierto enigma".
En medio de tal estado de cosas, tan real (dirían Los Tipitos), trufado de espacios "firmes", cuerpos que se abren paso y personas que caminan, sobrevienen las simbolizaciones, el terror. Que son, aquí, las ensoñaciones seniles de Vilma, los ecos sobrenaturales de la sugestión, el esqueleto de un sapo, crucificado. El "demonio de la melancolía", como se lee al final del libro.
Loza trae a colación un recuerdo y baraja el pensamiento. "El otro día alguien me dijo que en los momentos de crisis existe la necesidad de acercarse a lo religioso y también al juego. Eso flota en la novela, pero al mismo tiempo hay algo ensoñado o afiebrado. No termina de ser del todo real. En un punto, se bordea o acaricia lo fantástico. La fantasía tiene una zona aterradora y otra más tersa que se va colando en el relato. Pareciera algo del orden de lo siniestro también, una amenaza permanente. Hay varias pequeñas muertes que parecen intrascendentes y eso se empieza a espejar. Me daba un poco de gracia pensar cómo sería escribir sobre religión, sexo y muerte. Esas pulsiones están ahí presentes".
Inquietante
"Siento que fui habitado por lo que narra el libro", confiesa Santiago Loza casi en tiempo de descuento. Habitado, en términos sensoriales, por el olor a agobio, por el agua sabrosa de la canilla, por la explosión de colores en el supermercado, por el sojuzgamiento atávico del fervor callejero sobre la tranquilidad de los departamentos, por el óxido en las tuberías y las manchas en la pared. Etcétera.
"Quizá el origen de la novela tuvo que ver con escuchar voces de vecinos detrás de las paredes", continúa reconociendo el creador de "Un espíritu modesto". Y lo conecta con su expertise cinematográfica. "Cuando uno hace una toma, la toma es lo que es. Después se puede trabajar el color. El sonido sugiere algo que la cámara no termina de sugerir. Es inquietante no entender de dónde viene el sonido. Es algo que no se puede elegir, atrapar ni obturar del todo".
En otro desplazamiento, Santiago vuelve a hablar de uno de los ejes de la obra. "Estos personajes están bastante solos. Y en la soledad se tiene cierta labilidad hacia esas percepciones. Sobre todo, a lo que sucede en el silencio. Lo sonoro está, a veces, taponado en lo cotidiano, pero si ocurre el silencio pasan otras cosas".
Más despierto
Cerquita del ocaso, en la página 126, Santiago se duplica en la obra. La figura que elige lo nombra y objetualiza: jarrones de loza. Ejercicio poético, eco sonoro o pura casualidad. Antes de "Un espíritu modesto", su expedición literaria fue un poemario llamado "Noventa y nueve naturalezas muertas".
El entrevistado se afirma como lector del género, pero advierte que "no tanto como" con la narrativa. "Creo tener un vínculo lateral con la poesía. Cuando comenzó la pandemia empecé a ir al taller de Laura Wittner. Como si necesitara entender los engranajes más pequeños del lenguaje. La poesía no necesita ser funcional a ninguna trama. Es un lenguaje que no está en pos de solucionar ni querer decir algo. Es lenguaje por el lenguaje mismo. Estar en relación con la poesía me sirve y me ordena, calibra mi escritura. Yo no sé si escribo mejor después de este acercamiento mayor con el género, pero estoy más atento, más despierto".
Nutriente
Entre los agradecimientos sobresale el Fondo Nacional de las Artes. Gracias a él, fue posible "Un espíritu modesto", publicado finalmente por Tusquets. "Estaba todo muerto en un momento de la pandemia. No había forma de hacer ni de planificar en cine y en teatro. Hubo un llamado a una beca del FNA (Fondo Nacional de las Artes); mi pequeño plan de armarme algo vital fue escribir una novela", explica Loza.
Por eso, a Santiago le duele frenar el carrusel de emociones que dispara el status quo de las políticas culturales en Argentina. Pero lo hace y despacha tres sensaciones. Asustado, alarmado, azorado: así se siente. Porque, como muchos de nosotros, creía que había acuerdos sociales básicos. "Parte del trayecto que pude hacer se lo debo a apoyos e incentivos del Estado. Y no solamente del argentino. El Fondo es un espacio que colabora en la posibilidad de comprar tiempo, que en otras circunstancias no podríamos tenerlo. La peligrosidad de que eso caduque es parte del descalabro que se está viviendo. La cultura es un derecho. Esa disyuntiva absurda entre comer y la cultura me parece siniestra y falsa. Decía Lorca: Medio pan y un libro. El pan y lo que leemos, es el mismo nutriente".
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