El neoliberalismo, una corriente económica que se expandió rápidamente durante la década de los 90, promueve la desregulación de los mercados, la privatización de los activos estatales y la reducción del gasto público. Bajo la premisa de que un mercado libre de regulaciones y abierto a la competencia internacional es la forma más eficiente para asignar recursos y fomentar el crecimiento económico; se han implementado reformas con carácter universal que priorizan la eficiencia económica sin considerar adecuadamente las consecuencias sociales y urbanas.
Pero… ¿es viable aplicar estas políticas de forma homogénea a nivel global? ¿Qué sucede cuando las teorías neoliberales se entrelazan con las particularidades de un territorio? Los efectos y resultados pueden variar ampliamente, adquiriendo rumbos diversos que influyen, entre otros aspectos, sobre la planificación de las ciudades y el devenir de sus habitantes.
Reflejo evidente de esta situación es Alto Verde, un barrio que surgió a partir del asentamiento de trabajadores portuarios y ha ido creciendo de manera irregular a lo largo del tiempo. Un barrio que, si bien forma parte de la ciudad de Santa Fe, muchas veces es percibido como una localidad independiente. Su falta de conexión, tanto física como simbólica, se refleja nítidamente en su emplazamiento distante, sus problemáticas habitacionales, la precariedad y falta de infraestructuras esenciales, y su déficit de transporte público que diariamente obliga a que adultos y niños se desplacen mediante boteros o canoas propias para arribar a sus empleos o instituciones educativas.
En absoluto contraste, sobre el margen norte del río Santa Fe, el área portuaria se ha convertido en suelo atractivo para inversiones comerciales e inmobiliarias. Una zona que durante varios años ha sido el nexo esencial para el transporte comercial, luego del declive de sus funciones originales y su privatización, ha ido experimentando notables intervenciones de reconversión bajo los lineamientos de ordenamiento expuestos en el masterplan aprobado en el año 2003. Su apertura hacia la ciudad, junto con la construcción de emprendimientos de lujo orientados a sectores de altos ingresos, la mejora de los espacios públicos y la modernización de su infraestructura, la ha convertido en un enclave de exclusividad y distinción.
Nuestra intuición podría plantearnos a una serie de interrogantes elementales ante esta situación: ¿Por qué una orilla sí y la otra no? ¿Por qué un lado se ha vuelto a la vida, mientras que el otro permanece relegado? ¿Por qué el puerto actualmente es parte de nuestra urbanidad y Alto Verde continúa resultando extraño? La disparidad de atención hacia ambas realidades ha dado lugar a una ciudad fragmentada entre el privilegio y la exclusión; entre la visibilización de un área estratégica de la ciudad y la sistemática marginalización de Alto Verde.
Los procesos de urbanización y desarrollo deberían surgir bajo una mirada integral e inclusiva, más la realidad es que priman aquellas acciones puntuales y desconectadas de la totalidad que tan solo profundizan las brechas socioeconómicas existentes. El olvido de barrios como Alto Verde no es resultado únicamente de la poca inversión, sino de la falta de previsión, atención y visión de largo plazo sobre cuál es el tipo de ciudad deseada. Para afrontar las problemáticas de segregación urbana es preciso adoptar una planificación territorial que contemple a la ciudad y su área metropolitana, en pos de asegurar una provisión equitativa de infraestructuras, adecuadas condiciones de habitabilidad, y equipamientos comunitarios para la salud, educación y servicios sociales.
Como ha señalado el arquitecto y urbanista danés Jan Gehl: "La calidad de vida urbana no se basa solo en la densidad de edificios y en el diseño arquitectónico, sino en la forma en que las personas viven y experimentan sus entornos cotidianos". La ciudad debe ser diseñada para las personas, no solo para servir a los intereses del mercado. Esta visión humanista subraya la importancia de crear espacios para todos y en beneficios de todos, independientemente de las diferencias e individualidades de cada uno.
Contemplar el impacto sobre el devenir social es fundamental al momento de hacer políticas públicas con carácter inclusivo y equitativo. Es importante que las ciudades sean competitivas a nivel local, regional y global; es necesario impulsar su crecimiento económico, fomentar la atracción de turistas y de mentes creativas que derramen sus conocimientos; pero para que esos efectos se multipliquen y perduren en el tiempo, es primordial cuidar del bienestar y la calidad de vida de todos aquellos que habitan y transitan por nuestras ciudades.
El desafío es crear un modelo de desarrollo que mire hacia el futuro, pero que también incluya a quienes históricamente han sido dejados de lado, pues así podremos construir una urbanidad más justa, donde la modernidad y el crecimiento económico no sean el privilegio de unos pocos, sino el derecho de todos.
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