La televisión argentina ha sembrado, en su afanosa intención de compensar el interés de la pauta publicitaria y el morbo de televidentes ávidos de chismes sobre la vida ajena, espacios/programas donde los presentadores, conductores y panelistas aventureros, con desparpajo y profusa verborragia, no miden las consecuencias. Es en ese contexto en el que la firma IBOPE (empresa fundada en 1992), hoy en día con menos credibilidad, intenta complacer a la mayoría.
¿De qué manera se puede comprobar si más de 100.000 personas -es decir el 1 % del target o público objetivo- fueron, por ejemplo, las que el pasado 14 de febrero calificaron objetivamente el contenido de la primera hora del programa "El Diario de Mariana" (reconvertido en DDM a partir de 2015). Según algunas publicaciones en Internet, midió entre 2.9 y 3.4 puntos. ¿Cuántos habitantes en condición de acceder a la televisión en ese horario y eligiendo ese programa hay en el país?
¿Todo vale por 1 punto?
Subestimar al televidente, ubicándolo en un target en el que "cualquier cosa le viene bien" (sea verdad o no), sin importar a quien se lastime, perjudique o moleste (en el caso al que me voy a referir, alguien al que, sinceramente, muy pocos conocen pero todos hablan), pareciera ser la premisa. O pretender que ese mismo televidente se mantenga "objetivo" ante toda la información recibida y saque conclusiones no equívocas al respecto.
Los anteriores son claros ejemplos de lo que las producciones de programas amarillistas y chimenteros exponen, a mi entender, en cada puesta al aire, en las que –al parecer- todo vale para lograr el ansiado punto de rating. Entonces el rating se vuelve el verdugo de la televisión, le quita seriedad, calidad y –justamente- el mínimo de objetividad (o no tanta "subjetividad") que hace falta.
Eso pasó con la referida emisión de DDM, en su regreso a las pantallas de América TV. Para muestra, solo basta con acceder a los comentarios que hicieron en las redes sociales -o a través de algún video reproducido en Youtube y en distintos portales-, esos supuestos "televidentes objetivos", amparados en el "uso" del derecho a expresarse libremente.
La diferencia entre unos y otros
Para comprender por qué hablo de seriedad, calidad y objetividad, creo que es necesario establecer la diferencia esencial existente entre periodistas, conductores, presentadores y panelistas. El periodismo es una actividad cuyo fin es recolectar, sintetizar, jerarquizar y publicar información veraz, relativa a hechos del pasado, del presente y hasta del futuro, buscando fuentes seguras y críticas que enriquezcan al público, garantizando la libertad de expresión y el derecho a la información.
Esta labor es la que en definitiva puede ayudar al televidente como otro ser humano con intereses comunes al suyo, evitándose así la falta de reflexión y el aislamiento que producen tanto la desinformación como la carencia de argumentos para el análisis de cualquier tema. En el caso al que me refiero, el aniversario de la muerte de Alicia Muñiz (14 de febrero de 1988).
En la primera hora y dieciocho minutos de DDM, tal como comentan quienes lo vieron, "no mostraron nada nuevo", "no dejan en paz al hijo de Carlos Monzón, que tanto sufrió"; "son unos carroñeros"; "no mostraron fotos, sino críticas" y siguen cosas por el estilo. El programa apeló a noticias e imágenes viejas, que al ser reproducidas en Youtube, motivaban una advertencia: "El contenido que se reproducirá a continuación puede incluir temas de suicidio o autolesiones. Se recomienda la discreción del usuario".
Para valorizar un contenido que, a sabiendas de la producción de DDM, podría provocar cierto rechazo y obviamente -como sucedió- implicara un ataque a la privacidad del protagonista (un hijo al que la vida y el destino le depararon una niñez y adultez estigmatizada por circunstancias ajenas), se aseguraron de contar con el testimonio veraz, serio y verificable del reconocido periodista santafesino Sergio Ferrer.
A principios de 2019 -hace casi cinco años-, en una entrevista para el diario El Litoral (consensuada y autorizada), Ferrer mantuvo un diálogo abierto con Maximiliano Roque Monzón Muñiz -nacido el 28 de diciembre de 1981-, en el que respetó profesionalmente la premisa primordial de cuidar al entrevistado, alguien "del que muchos hablan, pero pocos conocen", como él mismo supo remarcarlo. Maximiliano, que no le da entrevistas a ningún medio gráfico y se mantiene alejado de la influencia mediática, viajó a la ciudad de Santa Fe conociendo de antemano los antecedentes del periodista.
Maximiliano conversó con su entrevistador en un ambiente cálido y familiero, acompañado de amigos santafesinos y contenido por la calidez de los anfitriones, Cacho y Claudia Macagno. Así fue como Ferrer logró entrevistar en exclusividad a "Maxi", después de años y años de evitar el acoso periodístico, surgiendo entre ellos una relación amena y cordial, prolongada fuera de Santa Fe, en eventos públicos y de interés para ambos.
Las cámaras, una trampa virtual
La producción de DDM se puso en contacto con Ferrer. La distancia física, la falta de productores locales, tiempo y presupuesto, dieron lugar a recurrir a la tecnología del zoom. Se supone que, necesitados de un testimonio veraz para sumar al poco conocimiento del tema de parte de varios de los que ocupaban lugares en estudio (sea como presentadores o panelistas), no expondrían al invitado de turno a largas y largas esperas, como ocurrió.
La profesionalidad de Ferrer lo mantuvo escuchando desde equívocos en las fechas y datos (en especial sobre Maximiliano), a una panelista repitiendo que "está en permanente contacto con la hija" de quien estaba siendo "juzgado" por su pasado (y mostrado como lo peor, un monstruo, por un hecho trágico en su vida privada), mientras en una pantalla, de fondo, se veían imágenes que lo mostraban con su pareja, enamorados, para alimentar cada vez más y más el morbo de los "televidentes objetivos" a los que apuntan.
Por otra parte, considero que también hay televidentes que no aceptan que se "rellene" un programa con hechos que reabren heridas en quienes también tienen sus derechos, como el derecho a intentar que esos hechos se cierren, muy a pesar de la falta de ética de muchos, que desconocen "a sabiendas" cual es el límite entre lo correcto y los que no lo es; lo bueno y lo malo; lo moral e inmoral. Pero el rating es el rating, que se convierte en verdugo de la (buena) televisión.
Mariana Fabbiani es nieta y nuera de respetados hombres del ambiente artístico. Madre y mujer que demostró soltura para estar ante las cámaras. Por eso cabría preguntarle si comparte el contenido guionado por una producción que corre tras puntos de rating sin uno de ética, "acorralando" como a un animalito desde una tramposa cámara a Maximiliano Monzón Muñíz, un ser humano digno de obtener paz. Por el rating, ciertos programas de bajo puntaje, provocan hasta odio y lástima (hacia el protagonista en cuestión), sentimientos que muchos televidentes, ajenos al sensacionalismo, quizás no comparten.
(*) Ex publicista, organizadora de eventos, productora en medios gráficos y televisivos.