Miércoles 30.3.2022
/Última actualización 18:54
¡Que no suene extraño! ¡No me mires de reojo, lector amigo! Cada vez que visito el cementerio municipal -¡Lo juro!- un alma me habla desde El Más Allá. Me espera a escasos metros de la puerta principal. Diez pasos al sur de la intersección de las calles Ntra. Sra. de Lourdes y Ntra. Sra. de Guadalupe. Ahí, en la puerta de un mausoleo, me topo con el espíritu parlanchín y risueño del poeta y artista plástico, Victorino De Carolis. Con una mueca pícara y recostado en una pared, me señala el epitafio que escribió para su morada postrera. Se trata de un soneto que, para mí, es una obra maestra de la literatura santafesina. El "Epitafio para mi tumba" dice así: "Vosotros, que viajeros de la vida/ os acercáis a mí, yacente, muerto,/ me imagináis hundido en este puerto,/ barco de soledad sin más partida.// Sé que mi carne en polvo convertida/ os engaña. Sabed, estoy despierto,/ y en el mármol que véis con juicio incierto/ se apoya un alma bellamente erguida.// No me verá la vista oscurecida./ Sólo la voz desde mi mundo cierto/ se cierne, luz, sobre la tierra herida.// Buscadme en la poesía, no en el yerto/ cuerpo -sombra en la sombra sumergida-./ ¿Cómo, si me escucháis, podré estar muerto?". De Carolis habitó El Más Acá entre 1914 y 1974. Se fue de este lado de la vida cuando yo recién abría los ojos; sin embargo, se encargó de dejarme (de dejarnos) un mensaje inscripto en el mármol que regala poesía, sabiduría y humor; una cápsula del tiempo que habla de una Santa Fe pujante, soñadora, culta y -lamentablemente- lejana.
De Carolis publicó: "Lágrimas" (1933); "Tributo" (1938); "Lucero (romance en coplas)" (1941); "Canto a la fundación de Santa Fe" (1944); "Erato y Orlen" (1945); "Los sofosonetos" (1968); "Los universos" (inédito). Muchos de sus trabajos fueron difundidos por El Litoral y pueden consultarse en la hemeroteca digital de este diario. Junto a su esposa (Estela Galfráscoli), integró el grupo literario "Espadalirio" que -entre otros- reunía a los siguientes artistas: José Rafael López Rosas, Miguel Brascó, Fernando Birri, Gastón Gori, Germán Galfráscoli, Leopoldo Chizzini Melo, Leoncio Gianello y Roberto Beguelin. "Espadalirio" es una suerte de apócope inventada por López Rosa a partir de un verso de García Lorca: "Con el aire se batían las espadas de los lirios." En El Litoral del 19/10/67, el propio Gastón Gori sostiene que: "La influencia del poeta granadino era poderosa en la poesía americana, de modo que el nombre tuvo rápida aceptación; estuvo sugiriendo no la combatividad de Rafael Alberti en su 'Entre el clavel y la espada', sino la presencia del talento poético del autor del 'Romancero gitano', aunque no se tratara nada más que de una sugerencia. ¡Lejos del Romancero andaban especialmente Birri, De Carolis y Galfráscoli, porque ellos serían los menos ligados a modelos! Con respecto a la combatividad, la institución, entre la espada y el lirio dio preeminencia a la flor." Uno de los voceros de esta movida literaria fue -justamente- De Carolis al manifestar que: "Los poetas deben ser especialistas en la belleza. El conocimiento humano que tiende a la unidad de las ideas y ha construido por ello los grandes sistemas, hoy, fuera de ellas, encuentra de manera más cabal las esencias puras de los seres y de las cosas, en la exaltación gloriosa y heroica de la libertad. El héroe moderno sacude todos los yugos con la sola y poderosa arma de su libertad. Y ella exalta al poeta más que a ningún otro hombre de ciencia, porque el poeta, creador de la verdad bella, no necesita de laboratorios ni de instrumentos extraños para crearla; descubre el Ser en sí mismo, sin necesidad de leyes lógicas y dialécticas. El poeta va de la flor del cardo hasta la rosa y allí se detiene para siempre porque ha conquistado la suprema verdad de la hermosura".
De toda la obra de De Carolis, Gastón Gori dedicó un ensayo de "La pluma incesante" a los sofo-sonetos (algo así como sonetos de la sabiduría o el conocimiento). Según, Gori: "No es necesario que nos alarmemos; literariamente los sofosonetos del raro talento de De Carolis, son... sonetos, son sofos. Siempre ha manejado con singular dominio esta forma; es la adecuada a su rigor intelectual, como que el soneto tiene, desde sus orígenes, exigencias de seguro dominio expresivo y de implacable conducción del razonamiento. Nos parece que el razonamiento fundamental de De Carolis -en el sentido de fundar su poesía, su sofopoesía- se sintetiza en este hallazgo suyo: 'Pienso también que puede no existir un más allá, y el Todo es una naturaleza presenciada por distintas naturalezas, las que forman parte de un conjunto armonioso que se denomina Ser y es el solo Acto Eterno'." ¿Morimos pero nos transformamos? ¿Pasamos de nuestra unidad al todo? ¿No es una reencarnación? ¿Es una transfiguración? ¿Seguimos "siendo" parte de un Todo pero bajo otro aspecto o estado? ¿Fluimos en ese Todo? ¿Nunca dejamos de ser parte de ese Todo?
No es fácil redactar epitafios: ¿Cómo hallar las palabras justas para honrar al difunto? ¡No contamos con el espacio de un diario íntimo o de una carta de despedida para explayarnos! Por ejemplo: ¿Cómo sintetizar en una plaquita de aluminio el amor por una madre o el dolor inconmensurable que nos desgarra por la partida temprana de un hijo? ¿Qué escribir que no suene cursi, que no caiga en lugares comunes o no quede ridículo ante la verdad incontrastable de la muerte? ¿A veces el silencio surge como la opción más apropiada? Tal vez, porque La Huesuda nos deja mudos de dolor, nos apabulla con su puntualidad implacable, nos desarticula con su abrazo mortal. En el caso de De De Carolis, él mismo versifica su epitafio; no es una despedida triste; es un ingenioso "¡Hasta siempre, amigos! Aquí los espero haciendo y siendo poesía". Es una advertencia en forma lírica: la Espada de Damocles pende sobre cada uno de nosotros; por lo tanto, tratemos de dejar este mundo mejor de lo que lo encontramos; empecemos por usar palabras amistosas, cordiales y positivas que sean coherentes con nuestros actos; especialmente, sembremos poemas. En tal sentido, los versos de De Carolis funcionan como un manifiesto artístico que insinúa que la poesía puede: ser bella y sonora; desafiar al lector; hacerlo reír; moverlo a la reflexión y -a la vez- generar conocimiento. Este epitafio constituye un ingenioso capítulo de su obra que se imprime sobre una página de mármol (el paso del tiempo no la arruga, no la amarillenta, ni la duerme en el estante de una biblioteca) y funciona como una suerte de intervención artística urbana (en la ciudad de muertos); es otro más de sus sofo-sonetos que testimonian el vigor del arte que siempre encuentra atajos para mitigar nuestra efímera existencia.
Estimado lector, De Carolis está presente entre nosotros. Doy fe: yo lo he visto, lo he leído, lo he oído. Vení conmigo a conocerlo en sus libros. Vamos a visitarlo en su postrera morada. ¡Mirálo, leélo, oílo! Canta De Carolis en "El suplicante": "Mis días no serán sueños perdidos/ si más allá del aire que perece/ soy música que escuchan tus oídos."