Se estima que más del 40% de los efectivos militares de Argentina están por debajo de la línea de pobreza, el resultado de la intencionalidad ideológica y la comodidad de la actual conducción militar.
Los hombres y mujeres que integran las filas armadas de nuestro país agotan recursos personales para poder cumplir sus obligaciones. Crédito: Flavio Raina/Archivo
Son pocos los que escriben sobre estos temas en Argentina. Es lógico: a nadie le resulta cómodo estar en el centro de operaciones de seguimiento y atribución de falsedades para correr el foco de la realidad expuesta hacia una adjetivación dañina hacia el mensajero. Sin embargo, así como el sol no puede ser tapado con la mano, la realidad tampoco puede disfrazarse impunemente con un show corporativista de la “élite” (o de quienes se creen parte de ella) de una institución del Estado, que está más bien preocupada por mantener su propio statu quo o ascender, sin nadie que resulte una molestia para alcanzar ese objetivo, en lugar de buscar el marco para unirse en la misma voz de reclamo y lucha por el bienestar de sus subalternos. Por ello, y en búsqueda de soluciones reales por parte de las autoridades competentes, es imprescindible exponer la situación de actores protagonistas de nuestra realidad nacional, como lo son los soldados argentinos, para que la comunidad en general sea consciente de su intencionalmente disminuida calidad de vida, que debe ser inaceptable. Cueste lo que cueste.
Estos reclamos no son caprichosos. Los hombres y mujeres que integran las filas armadas de nuestro país agotan recursos personales para poder cumplir sus obligaciones y ya no pueden recibir las capacitaciones necesarias con la calidad que caracterizaba dichas instrucciones, debido a la falta de asignación de presupuestos acordes por parte del gobierno. La falta de viviendas y alojamientos; el faltante de racionamientos; uniformes y materiales que comienzan a quedar viejos y medios obsoletos, completan el combo de un salario indigno para un soldado argentino. Por eso, lo menos que puede hacerse desde el Estado es pagarles un haber que, al menos, cubra los costos de esas falencias.
Resulta triste observar que quienes muchas veces aparecen en fotos con sus uniformes entregando un plato de comida a un compatriota, sean los mismos que tienen problemas para poner su propio plato en sus hogares. Se convirtieron en la mano de obra barata de las agencias del Estado, poniendo el cuerpo en la primera línea contra el fuego o las inundaciones; sirviendo en la frontera o sirviendo en operaciones de paz.
Ocurre que el Ministro, el Jefe de Estado Mayor Conjunto y los Jefes de Estado Mayor de cada Fuerza no analizan ni hablan de Defensa Nacional, lo que incluye mantenerse ajenos a generar un presupuesto acorde a los medios y salarios necesarios para una operatividad de calidad ante la geopolítica actual. Del Ministro es lógico, su historial y posicionamiento ideológico lo justifica. Más no ocurre lo mismo con los cuatro uniformados citados. El desarraigo que denotan hacia la tropa es sorprendente. Pareciera que nacieron Comandantes y siempre tuvieron las bondades que los grados que ostentan les otorgan. No se logra determinar si actúan enajenados por descuido, comodidad o temor a represalias. Sería lógico, pensando como cobarde. Es que muchos antecesores pusieron límites al destrato político y fueron pasados a Retiro automáticamente.
La dualidad de la realidad es chocante: mientras un Subteniente hasta hace una “vaquita” con su Sección para comprar los elementos para exponer una mesa de arena en el medio del terreno; su Jefe de Estado Mayor tiene un gabinete de mozos a disposición. Mientras un piloto espera la posibilidad de realizar un ejercicio con su avión, su Jefe brinda con funcionarios públicamente en un festival que multiplica las erogaciones presupuestarias ejecutadas para el adiestramiento. Ni hace falta mencionar el día que ordenaron que un avión militar traslade a familiares de terroristas que atentaron contra las Fuerzas Armadas y la Democracia décadas atrás. En fin, las distancias de calidad de vida (y moralidad) son abismales en medio de la realidad actual entre la media decena ungida y sus dependientes, que son la inmensa mayoría. Uno los imaginaría con pudor a los primeros.
Entonces, resta esperar si las autoridades militares se deciden de una vez a alzar la voz en defensa de sus subordinados o si seguirán discutiendo cuál amigo recomendarán al político de confianza para que sea Coronel o General. Sería prudente, en esa línea, que los comandantes – y sus compinches – rebusquen en su conciencia aquel soldado que supieron ser y se replanteen si “traidor” es quien sigue luchando por recuperar el bienestar de la familia militar exponiendo las injusticias cometidas en detrimento o sin son aquellos que silban bajito mientras esperan que el conductor los pase a buscar a horario. Porque mientras ellos se distraen, los que alguna vez levantaron las armas en contra de las instituciones de la República, hoy las destruyen con birome, papel y una sonrisa de oreja a oreja. No se trata de confrontar por egos, se trata de ser honestos y pensar en la tropa.