Fue dos veces presidente comunal de Alcorta y legislador provincial también por dos períodos. Radicado en Rosario, y de visita por Santa Fe, las tres décadas que pasaron desde la Reforma fueron la excusa para charlar sobre la Convención.
Pablo Cardinale era en 1994 un joven (de hecho, el más joven de los convencionales) dirigente del Partido Demócrata Progresista. Reconstruye minuciosamente el momento político que se vivía hace tres décadas y explica la oposición que su partido ejercía al acuerdo entre Menem y Alfonsín.
Fue dos veces presidente comunal de Alcorta y legislador provincial también por dos períodos. Radicado en Rosario, y de visita por Santa Fe, las tres décadas que pasaron desde la Reforma fueron la excusa para charlar sobre la Convención.
-De regreso "al lugar de los hechos", a esta Santa Fe que es sinónimo de Constitución. ¿Qué visión tenés hoy, a treinta años de aquella reforma histórica?
-Así es, sí. Siempre es un gusto venir a Santa Fe. Respecto de la Convención, hay muchos analistas que hablan de una etapa preconstituyente, una constituyente propiamente dicha y una post constituyente.
Para poder analizar esos tres estadios, si tuviésemos que hablar del período preconstituyente hay que hablar del famoso Pacto de Olivos, donde aparece un presidente Menem que retoma una idea de Reforma, con la premisa de la reelección. La reforma también estaba en la cabeza de Alfonsín: él también la había visto como una posibilidad en 1986, más o menos.
Hay que entender los momentos. Alfonsín encuentra un partido dividido. El radicalismo tenía gente que apoyaba una eventual Reforma; con gente que no apoyaba; con gobernadores que apoyaban y con gobernadores que no apoyaban. Pero fundamentalmente con una situación muy delicada porque Menem no solamente había conseguido media sanción en el Senado -con una iniciativa de Leopoldo Bravo-, sino que tenía un proyecto y el poder para forzar la discusión y la conformación de una Constituyente. Se declara la necesidad de reforma de la Constitución pero no se aclara si son con los presentes o con la totalidad de los miembros de la Cámara y eso es fundamental.
Ese tema no estaba todavía, claro, estaba en proyecto, pero se cernía como una amenaza. Tanto es así que de hecho firma un decreto llamando a una convocatoria popular para saber cuál era la opinión de la población respecto a una reforma constitucional.
-Claro… había una presión muy firme de un presidente en la cúspide de su popularidad y poder...
-Era así, en efecto. Ante esa realidad y ante el análisis político y sociológico que hace fundamentalmente el propio Alfonsín, él advierte que la mayoría de la sociedad quería una reforma de la Constitución. Y que quienes se opusieran a esa alternativa iban a perder inexorablemente y eso iba a traer, no solamente una derrota, sino una fractura.
-Ustedes se opusieron a ese acuerdo y al Pacto de Olivos...
-Yo no soy radical, soy demócrata progresista. Integré un bloque junto con Alberto Natale y Carlos Caballero Martín y nos opusimos a ese pacto. Veíamos entonces en ese famoso Pacto de Olivos una ganancia de centralidad por parte del radicalismo, que volvía a ponerse en el centro de la escena para reinstalar nuevamente el bipartidismo: es el peronismo y el radicalismo por dónde pasa el poder, por dónde pasan las decisiones...
Afuera quedamos todos los que nos oponíamos, no caprichosamente, no por cuestiones egoístas, no por por estar en contra del peronismo o del radicalismo; sino porque realmente veíamos que el objetivo, lo primordial de esa reforma era la reelección de Menem.
-Bueno, pero eso mismo veía Alfonsín. Y no había forma de detenerlo...
-Alfonsín, lo que trata de hacer es atenuar el presidencialismo. Le agrega el tercer senador, agrega el Consejo de la Magistratura, agrega la elección directa del presidente y ya no por colegios electorales, agrega el balotaje, agrega la posibilidad de que la ciudad de Buenos Aires adquiera un cierto rango de autonomía, por lo menos que elija su propio jefe de gobierno, que hasta ese momento lera también facultad del Presidente de la República.
De esa manera justifica ese Pacto de Olivos y también lo justifica internamente y hacia la sociedad.
Nosotros veíamos que esa atenuación del poder presidencial no era tal y que en realidad estábamos consagrando constitucionalmente vicios que se venían denunciando desde hace mucho tiempo. Entre ellos, el abuso de los Decretos de Necesidad y Urgencia -los DNU-, la delegación legislativa al Poder Ejecutivo de facultades que son estrictamente del Congreso, la aprobación parcial de leyes vetadas. Estábamos viendo otra película. No veíamos como bueno lo que estaban impulsando, que era el Pacto de Olivos y los beneficios y las bondades de la Reforma de la Constitución.
-¿Y qué cosas rescatás como positivas?
-Fuera de eso, había muchas cosas interesantes. Está el Colegio de la Magistratura; los derechos de tercera y cuarta generación; estaba el tema de la autonomía municipal, que es un principio muy caro.
Rescato la representatividad: más de 300 congresales que también aportan diversidad a la democracia.
Y luego, claro, la experiencia personal. Estar a los 29 años, cerca de todos los gobernadores, de ex presidentes, indudablemente era movilizador. Recuerdo que el convencional de convencional de más edad era Antonio Rocamora. Y los más jóvenes, Edith Galarza y yo.
Un párrafo aparte para Eduardo Menem y Raúl Alfonsín, porque siendo personas tan importantes, eran también dos personas de una humildad extraordinaria. Uno presidía la Convención y el otro era un expresidente de la República.
Eran personas abiertas dispuestas al diálogo, dispuestas a atender sugerencias, personas que a pesar de los asuntos que manejaban, igualmente se hacían un tiempo para hablar con un joven de 29 años que era presidente de la comuna santafesina. Descubrí a dos grandes personas; y no solamente por los cargos que tenían, sino fundamentalmente por su calidad de persona también.