Dos tubos de comprimidos sobre la mesa contienen los ingredientes del cóctel diario que permite a Cristina mantener indetectable el virus. Son dos pastillas por día. Ahora. Pero fueron muchas más (16) hace 11 años, cuando recibió el diagnóstico positivo de VIH. Nunca, ni en ese momento ni hoy se permitió bajar los brazos ni dejar de pelearla.
Los tubos con los comprimidos están allí, a la vista de quien va a su casa y ese dato no es menor. Ella sabe que hay quienes ocultan su diagnóstico, pero también la medicación por miedo al estigma, al señalamiento y a todo lo que trae consigo el prejuicio social que subsiste aún hoy con tanto camino recorrido, tanto avance científico y certezas que antes no se tenían: como que el HIV es transmisible, pero no contagioso. De todo esto habla con El Litoral.
"Hace 11 años no me encontraban un diagnóstico". Antes de saber que era portadora, deambuló con sus síntomas por varios lugares: perdió 20 kilos, se le cayó el pelo, no caminó por dos años. "Pero le puse 'onda' a esto por mi manera de ser, y también por los profesionales que me atendieron". Emociona escucharla hablar de cómo el Iturraspe (el viejo, diríamos ahora) donde estuvo internada un largo tiempo, se convirtió en su segunda casa y el equipo que la atendió, en su segunda familia.
Eso sí: la primera familia, la de sangre y de afectos, estuvo siempre presente acompañando el trance del diagnóstico, el tratamiento y la recuperación.
Pero sabemos que la vida no es igual para todo el mundo. "Hace 11 años había personas que iban al hospital pero no querían que nadie supiera que era portadora del virus por temor al rechazo. Algunas estaban calladitas en la sala de espera, para que nadie preguntara a qué médico iban y que no supieran que tenían cita con un infectólogo". Qué curioso, una especialidad médica que con el Covid-19 pasó a ser fuente de consulta permanente.
Pero ella no tenía ese miedo: "Yo afronté el diagnóstico: esta no es una enfermedad contagiosa, es trasmisible". Hoy no duda que aquella actitud la ayudó a "correr con ventaja" para salir adelante. Eso y el apoyo incondicional de la familia que "si no contiene, es por vergüenza".
-Si-, responde categórica.
"Yo tengo VIH, no Sida. Tal vez si no me hubiesen diagnosticado en su momento, con el deterioro que tenía, hubiese tenido la enfermedad", dice ahora cuando nada en su fisonomía delata lo que atravesó su cuerpo una década atrás: "Nunca me miré al espejo en ese entonces, mi autoestima era muy alta". Eso la ayudó y la determinación que la hacía recorrer, despacio y apoyada en la pared, ida y vuelta un tramo de la casa hasta que pudo volver a caminar.
"Mi entorno me ayudó a salir adelante", reconoce una y otra vez. Y "el amor de toda la gente del hospital que está preparado para recibir a los pacientes".
-Dejásela para los jóvenes. Pero para recibir todo lo nuevo tenés que estar preparado físicamente y que el organismo esté en condiciones, sin sustancias tóxicas y con una buena alimentación.
-¿Alguna vez tuviste miedo?
-No y nunca lloré. Lo único que quería era una solución, quería ser la mujer que era antes.
"A los jóvenes les digo eso: que gasten su energía en cosas lindas, que estudien, que se cuiden". Y recuerda que el preservativo es la principal barrera para evitar el contagio en una relación sexual. "A quien mira esta enfermedad 'de costado', le digo que está sufriendo más que yo porque en realidad tiene miedo de contagiarse y del estigma".
-Y a los medios, ¿qué les decís?
-Que no tomen este tema de manera morbosa, porque para algunas personas es doloroso; para mí no lo fue, ni me tomé el tiempo de preguntarme cómo me contagié. "Le voy a ganar", dije.
Y lo logró. Hace 11 años que el virus es indetectable. Ahora, con los dos tubos de comprimidos en la mano, su principal herramienta hasta que cambie o mejore el tratamiento, pide a quien tiene un familiar, conocido, amigo, colega con VIH que "acompañen en la enfermedad" sin preguntar los "por qué".