Joaquín Fidalgo
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“Me cagaron la vida a mí y a mi familia y a nadie le importa”, asegura José Luis Serra. En su barrio -como en otros de la ciudad- delincuentes imponen su injusta ley. Este mecánico, de 38 años, llevaba una vida tranquila junto a su familia en calle San José al 7400, en el barrio del mismo nombre. Todo cambió abruptamente el 28 de marzo del año pasado. Esa tarde, una de las hijas del hombre presenció el robo de una moto. A partir de allí, familiares y conocidos del ladrón desataron el infierno sobre la pequeña, sus hermanos y sus padres. La historia increíble y espeluznante ya fue reflejada en estas páginas hace tres semanas. En todo este tiempo, ningún funcionario se acercó a las víctimas para ofrecer una solución. “No quiero que me regalen nada. Sólo quiero recuperar lo que es mío, mi casa, mi trabajo, para que mis chicos dejen de pasar necesidades”, enfatizó esta mañana Serra.
“Me siento totalmente superado -agregó-. Mal, tengo problemas de salud. El psicólogo ya me derivó con el psiquiatra. Estoy desesperado. Quiero una solución. No puede ser que mi familia tenga que mendigar para comer o alquilar. Mis tres hijos mayores tuvieron que abandonar la escuela porque no tengo ni para que se tomen los colectivos. Eso me destruye por dentro.
“Ya salió la nota el 11 de septiembre y sigo golpeando puertas sin ninguna respuesta. El gobernador no me atiende. Una chica que creo que es su secretaria me dice que para eso están los organismos correspondientes... pero los organismos correspondientes no me dan bolilla. Sólo las mujeres de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia nos contienen un poco. Tengo que mendigar todos los meses para que el Ministerio de Desarrollo Social me dé para el alquiler de una casilla pequeña. Queremos recuperar nuestra vida. ¿Qué quieren... que mis hijos terminen en Casa Cuna otra vez? Ya estuvieron ahí por culpa de la madre. Me costó siete años sacarlos de ese lugar, para que no padezcan lo que hoy están padeciendo. Están pasando necesidades que nunca me imaginé. Construí mi casa en barrio San José con todo lo que me pidió la asistente social, una vivienda grande y cómoda, donde también podía trabajar. Perdimos todo a manos de delincuentes y el Estado mira para otro lado”, se quejó.
Al límite
Está cansado, angustiado y al límite de sus fuerzas. Tiene motivos para encontrarse de esa forma. José Luis Serra vivió por 20 años en calle San José al 7400. Su casa amplia ofrecía comodidades a sus ocho hijos y le permitía trabajar en su profesión. El 28 de marzo del año pasado, su hija de apenas 13 años presenció el robo de una moto, en la vereda de un vecino. Un policía que llegó al lugar poco después tomó a la nena como testigo y la enfrentó con el ladrón, domiciliado a pocos metros. La menor terminó agredida por familiares del delincuente (recibió trompadas en la cara y otras partes del cuerpo) y debió ser rescatada por su padre cuando una lluvia de piedras caía sobre el patrullero que la trasladaba.
A partir de ese momento, la familia Serra quedó abandonada a su suerte. “Entreganos a tu hija y se termina la bronca”, ofrecieron los violentos.
La casa de Serra fue saqueada y la familia debió escapar por detrás, saltando sobre el tapial del fondo y corriendo a través de patios de vecinos. Nunca contaron con custodia policial. Vivieron arriba de un auto, como refugiados, cambiando constantemente de paradero para no ser detectados. “Si me encuentran, me matan”, asegura José Luis.
“El barrio sigue igual. Me llegan los comentarios de vecinos. En la cuadra, algunos tuvieron que abandonar sus viviendas. Esta banda le roba a la gente y la amenaza para que no haga denuncias. La mayoría de las víctimas opta por irse. Muchos ya se fueron, por temor a morir. Nosotros no podemos volver a nuestra casa y tampoco venderla, porque los compradores son echados por los delincuentes”, relata Serra con tono de resignación.
>>> Una historia escalofriante en barrio San José (nota publicada el 11/09/2014 en El Litoral)